Con 83 años de edad, el trompetista italiano Enrico Rava asegura que, en ocasiones, piensa en retirarse. “No necesito seguir tocando para vivir”, reconoce en esta entrevista. No obstante, se rodea siempre de jóvenes músicos, como los que conforman el quinteto Fearless Five, con los que actuará esta noche en la plaza de la Trinidad. La energía de sus acompañantes le hace sentir 40 años más joven. Con la de esta noche serán cinco las veces en la que Rava ha participado en el Jazzaldia. La primera de ellas fue en 2001, acompañando al mítico saxofonista argentino Gato Barbieri, figura fundamental en la trayectoria del italiano.

El Jazzaldia le ha otorgado uno de los premios honoríficos de esta edición, junto a Abdullah Ibrahim y a Yosuke Yamashita. 

Estoy muy contento. Adoro el Jazzaldia. He tocado tres o cuatro veces aquí. Siempre me ha gustado mucho su público, su ubicación, su comida (ríe).

Esta será la quinta vez. 

¿Ah, sí? Oh, là, là.

La primera vez que actuó en Donostia fue en 2001, acompañando a Gato Barbieri.

Me contaron que una de las veces que Gato estuvo en el Jazzaldia dijo estar muy contento de estar en Madrid (ríe).

¿Qué supuso Gato Barbieri para usted? 

Soy músico gracias a él. Yo era un amateur y nunca pensé en dedicarme a ello profesionalmente. En una jam session en Torino toqué con él y me dijo que yo tenía un lindo sonido y que tenía que apostar por ello. Yo tenía 23 años. Quince días después me volvió a llamar para que le acompañase tocando durante una semana en Roma. En aquel momento trabajaba en una pequeña empresa familiar que detestaba, estaba muy deprimido. La única cosa bonita que tenía era poder tocar en mi ciudad.

Gato apostó por usted. 

Puso mucha confianza en mí, me llevó con él, se me abrió un mundo de oportunidades y mi vida cambió radicalmente. Mi padre se mostró absolutamente en contra y estuvo años sin hablarme. No hay día que no piense en Gato, fue un mentor que me empujó en la música.

Esta noche actuará en la plaza de la Trinidad con un quinteto de jóvenes al que ha bautizado como ‘Fearless five’, el quinteto valiente, y que toma como referencia una composición del mismo título que grabó en 1978.

Estoy muy contento con este conjunto. Por ahora hemos tocado en pocas ocasiones, tres o cuatro veces. Me acompaña Matteo Paggi, un joven trombonista muy bueno que descubrí el año pasado en un seminario en Siena. También toca Evita Polidoro, una baterista que adoro y es verdaderamente fantástica, tiene una gran sensibilidad. Es perfecta y tiene un groove increíble. En cuanto al guitarrista, es Francesco Diodati, habitual en mi cuarteto; para mí es el mejor guitarrista de jazz que hay en Italia. Por último, está Francesco Ponticelli, un contrabajo que también descubrí en Siena. Estoy contento porque este conjunto me da ganas de seguir tocando.

¿Esas ganas suelen flaquear?

Ya tengo una edad en la que, a veces, pienso en retirarme, ya he hecho lo que tenía que hacer. Pero cuando comencé a tocar con estos jóvenes me invadieron unas ganas tremendas de seguir, me hacen sentir como 40 años más joven.

Le han rejuvenecido.

Sí, así es. Me doy cuenta de las ganas que manifiestan, de la energía que tienen, de cómo se comunican... Entonces, mi energía también vuelve (ríe). Estoy contentísimo de que vengan conmigo a Donostia porque quiero que el público de allí los escuche, vale la pena.

Haciendo referencia al nombre del quinteto, ‘Fearless five’, ¿teme Enrico Rava a algo?

A mi agente le pareció que sería una cosa linda llamarlo de esa manera porque hay que ser fearless en este tipo de actividad. Antes del covid-19 en Italia había mucho trabajo, después, en cambio, todo se está recuperando pero no es como antes. Para dedicarse a tocar jazz siendo joven también hay que ser valiente. No hablo de músicos profesionales que pueden tocar en una u otra banda y hacer cualquier cosa, no. Uno que quiera ser músico de jazz no debe tener miedo a los problemas, al futuro, tiene que hacerlo porque le gusta, porque siente esa necesidad interior.

Después de una carrera tan larga como la suya, ¿se siguen aprendiendo cosas?

Sí. En mis conjuntos siempre he tenido músicos muy jóvenes. Yo les doy mucho a ellos y ellos me dan mucho a mí; aprenden de mí y yo de ellos. Lo más importante de un conjunto es que los que lo conformamos tengamos la misma visión sobre la música y, después, cuando se toca en directo, que cada uno escuche muy bien al otro, para que pueda haber un diálogo entre nosotros. Llega un momento en el que cada uno acaba dando lo que el resto necesita y todos acaban recibiendo lo que necesitan, es un instante de democracia perfecta, verdaderamente sublime. Ese es el motivo por el cual realmente sigo tocando. Yo no necesito tocar más para vivir. Pero esos momentos de democracia perfecta que se dan sobre el escenario, no se dan fuera de él en la vida real. Hay momentos que sólo existen cuando estás tocando y que hacen que merezca la pena seguir tocando.

Pero habrá otros momentos que no serán tan especiales.

Es cierto, pero cuando sí ocurren es como un orgasmo brutal.

Usted comenzó tocando el trombón y después de ver a Miles Davis decidió saltar a la trompeta. ¿Alguna vez ha pensado qué hubiese ocurrido si hubiese seguido con el trombón?

No, porque no creo que eso hubiese podido ocurrir. No me gustaba mucho el trombón. Comencé a escuchar jazz cuando tenía unos siete años, en casa había discos de mi hermano. A esa edad estaba enloquecido por el sonido de Nueva Orleans, conocía todas todas las bandas de dixieland. Mi ídolo sigue siendo Louis Armstrong y su primera banda, los Hot Five. Entonces, cuando yo tenía unos quince, una banda de dixieland necesitaba un trombonista y recurrieron a mí, a alguien que conocía de memoria todos los solos de los Hot Five y de este tipo de bandas. Estaba loco por esa música. Me compraron un viejo trombón y me obligaron a aprender a tocarlo: lo hice muy rápido y actué con ellos durante un tiempo. Fue una necesidad suya, no era lo que yo quería hacer. No pensaba en tocar más música, aunque es cierto que tenía algunas nociones de piano. Abandoné el trombón antes de empezar con la trompeta.

El concierto de Miles Davis en Torino le marcó.

Cuando vi a Miles en 1956, fue un concierto increíble. Además le acompañaron Lester Young y The Modern Jazz Quartet. No sé si te das cuenta de qué nivel de concierto estamos hablando. Eran cosas que pasaban en los 50 y 60, ibas a un concierto y este era el nivel, esta era la normalidad; algo que hoy en día es impensable.

De aquel concierto vino una vida dedicada a la trompeta.

Absolutamente. A las dos semanas del concierto me compré una trompeta y aprendí de manera autodidacta, nunca tuve un maestro. Aprendí solo, copiando a Chet Baker o intentando imitar la frase más simple de Miles, que es al que más amo.

La trompeta es un instrumento muy físico, ¿sigue practicando todos los días?

Sí. A mi edad los músculos no son los de antes. A mi edad uno no puede ir a las Olimpiadas a hacer los 100 metros con obstáculos y, mucho menos, sin prepararse. Si no ejercito los músculos todos los días no sale nada, esta es la maldición de este instrumento. Hay ejercicios muy aburridos que uno tiene que hacer en casa cuando se pone a tocar, simplemente para mantener la condición física. Por ejemplo, si voy de vacaciones, tengo que salir con mi instrumento y practicar una hora u hora y media todos los días (ríe). Ahora suelo tocar bastante el fliscorno porque es un instrumento menos exigente, la emisión del sonido es más fácil.