o era esto, joder, no era esto", escribió José Luis Cuerda para el tercer acto del libreto de Tiempo después, una frase que viene a ser como aquella que gritaba Charlton Heston al final de El planeta de los simios, maldiciendo a todo el mundo, frente a una semienterrada estatua de la Libertad. Y es que la libertad no era esto o, desde luego, no me la imaginaba así. Una semana y un día después de haber comenzado la cuarentena y siete días después de haber sido confinado en mi cuarto en la ochentena, ayer, por fin, mis compañeros de piso, magnánimos, decidieron soltarme tras una dura negociación basada en lloros, súplicas y más lloros por mi parte y, probablemente, hastío por el suyo; no hay mejor manera. Me sentí como al final de La tempestad, "o brave new world", y me moví lento por el pasillo acariciando las paredes y los pomos como si fuese la primera vez, besando los cojines, rodando por la tarima que destrozamos aquel 7 de julio y volviendo sobre mis pasos con alcohol al 90% para limpiar todo lo que había tocado bajo amenaza de volver a ser enclaustrado: "No te pases que tiramos la llave". Me dispuse a unirme a todos esos que a las ocho salen a aplaudir, pero esta vez para hacerlo bien y no resfriarme de nuevo, culo en pompa, como hace una semana. "Lo que no sabes es que se ha ampliado la cuarentena", me informaron antes de que concluyeran los aplausos, a los que se sumaron una cacerolada, tres o cuatro djs que pinchaban reggaeton, una batukada, que nadie supo de dónde salía, y nuestro vecino el del 5º que parecía haber aprendido con la guitarra los primeros compases de Smoke on the water. No era esto, joder, no era esto.