donostia - No existe una idea de lo que es el diseño vasco. Tampoco una historia sobre ello. Ante esta realidad, la exposición que inaugurará el lunes el Centro Internacional de Cultura Contemporánea de Donostia y que ha sido comisariada por el profesor de la Universidad Pompeu Fabra Gillermo Zuaznabar busca servir como “capítulo cero” de esta historia. Orain diseinua! euskadi eta industria ha sido producida por Tabakalera, la Diputación Foral de Gipuzkoa y la SPRI, en el marco de Mugak, la 2ª Bienal Internacional de Arquitectura de Euskadi.
Cuando se piensa en el diseño sueco, suele venir el mobiliario a la cabeza gracias a Ikea. ¿Existe un tipo de marca vasca que sea reconocible en el exterior?
-La pregunta delata la respuesta. Si nos cuestionamos si hay algún tipo de marca vasca, es que no existe.
Por lo tanto, no.
-En tu pregunta estaba muy clara la respuesta. Tenemos muy clara la imagen de un diseño suizo, finlandés, sueco, danés, alemán, flamenco, francés, italiano, catalán? Pero la idea de un diseño vasco no la tenemos.
¿Sirve esta exposición para perfilar las características recurrentes en los diseños vascos?
-Claro, pero para eso hay que hacer una operación. Por un lado, están las formas que pueden identificar a lo vasco. Existen unas formas en las que estamos de acuerdo. También unos colores, una austeridad, una simpleza y un gusto por los materiales. Todo eso no está articulado y esta exposición trata de mostrar algunos ejemplos, a través de los cuales se podría articular.
No hay una historia del diseño vasco.
-Ese es otro motivo por el cual no hay una idea del diseño vasco. Nadie la ha construido. Otra vez los vascos estamos condenados a la aliteralidad, a la falta de escritura. La exposición trata también de marcar algunos recorridos que podrían organizar ese relato. Uno de los sistemas que podría construir esa historia es identificar a personajes claves.
¿Cuáles son?
-Hay dos fundamentales para la cultura occidental y europea, pero no para la vasca. Por un lado, está Juan de Icíar, un calígrafo del siglo XVI. Por otro, Cristóbal Balenciaga. Son dos figuras enormes en la cultura europea, pero que en Euskadi las hemos ignorado.
La exposición exhibe obras de Balenciaga.
-En ese sentido, a la hora de poder trazar esa historia, marcamos un inicio, que podría ser Juan de Icíar, con el libro que él editó sobre grafismo y la cancilleresca, el tipo de letra que modificó e imprimió. Icíar es un calígrafo, trabaja con la mano, pero también con la imprenta. Con respecto a Balenciaga, es un diseñador que lo hemos ignorado hasta que se abrió su museo de Getaria. No se le considera un diseñador, sino un artista, alguien iluminado, alguien con un don que, efectivamente, tenía. Pero también una capacidad de trabajo increíble. Era alguien que contrató a muchos empleados y tenía una gran industria, una gran empresa. Cuando abrió la tienda de Donostia tuvo a 71 personas trabajando; la de Madrid tenía otras 30 y la de Barcelona, antes de la Guerra Civil, tenía otros 30 empleados. La de Balenciaga era una empresa con 130 trabajadores.
También hay otros hitos que pueden marcar esa historia como, por ejemplo, el hecho de que el sector armero vasco pasase a principios del siglo pasado a diseñar elementos cotidianos como grapadoras.
-Efectivamente. Tenemos una red de museos y de colecciones, y solo cuatro publicaciones que hablan de diseño en Euskadi. La exposición trata de juntar esas piezas que están diseminadas por el territorio. No pretende dar una solución, sino poner sobre la mesa la posibilidad de articular esas piezas que ahora están inconexas. El objetivo no es un objetivo de exaltación patriótica, sino que las empresas contemporáneas puedan mejorar, desde el conocimiento y desde decisiones objetivas, los productos que están realizando, que no queden arrastradas por las modas.
¿Cómo pasa la industria armera a diseñar otros utensilios como sacacorchos?
-La industria armera se desarrolla principalmente en Soraluze y es una actividad económica muy importante para la comarca, que tiene un enorme desarrollo industrial. Esa industria, a principios del siglo XX, comienza a tener muchas restricciones y muchos talleres tienen que aprovechar su conocimiento, su oficio y las máquinas que tienen para hacer otros productos. Con ese mismo material y conocimiento se dan cuenta que pueden hacer bicicletas, grapadoras o sacacorchos.
¿Son las bicicletas, la grapadora ‘El Casco’ M5 y el sacacorchos ‘Búho’ M502 los elementos de diseño vasco más reconocibles?
-Probablemente, sean lo más reconocibles. Mucha gente desconoce que la grapadora El Casco M5 es de Euskadi. El sacacorchos de doble palanca Búho, que todos tenemos en casa, pensamos que es un objeto absolutamente corriente, pero cuando se lo enseñamos a alguien que viene de fuera, queda sorprendido por lo ingenioso y lo bello que es. Una mirada extraña, de fuera, puede reconocerlo como un objeto extraordinario.
Al hilo de lo que dice, llama la atención que esta sea una exposición, en parte, compuesta por objetos cotidianos.
-El diseño no es excepcional, está en todo lo que llevamos, todos los objetos que tenemos en casa y consumimos. Aquí hemos querido poner los objetos que diseñamos en el País Vasco y aquellos ejemplos que pueden ser modélicos.
Exponen una Velosolex y una Lambretta que, pese a ser construidas aquí, se hicieron a través de licencias traídas de fuera.
-Efectivamente. Las industrias armeras que comentaba se transformaron y tuvieron que buscar otros productos. En esa búsqueda, una de la solución, cuando no tienes diseñadores ni una tradición de diseño, es comprar las licencias, los diseños y derechos de producción para producir objetos que están diseñados fuera de Euskadi.
¿Cómo han seleccionado los 120 objetos que componen la exposición?
-Uno tiene que atender a la bibliografía publicada. A continuación, a través de esas publicaciones, fue apareciendo material del que hicimos un vaciado de unas 100 empresas. Por una cuestión de límite espacial y presupuestario, redujimos las empresas a un tercio. Nos quedamos con 33 empresas y unas colecciones privadas. Se hizo un listado y, de un modo ordenado y sistemático, fuimos visitando las empresas. Ellas nos dijeron cuál era, a su entender, el objeto que los representa y que les ha supuesto un beneficio económico grande. No he hecho una selección, han sido las empresas entendiendo cuál era el objetivo de la exposición.
Antes hablaba de los colores. Destacan en el diseño vasco el rojo, el verde, el azul, el blanco, el negro y el gris. ¿Cómo se representan estos colores en la exposición?
-Para ordenar la exposición hemos tenido una estrategia muy marcada. Es muy fácil que las exposiciones de diseño se conviertan en un bazar desordenado de objetos variopintos. Para evitar este desorden visual, hemos agrupado los objetos en vitrinas y les hemos dado un fondo con colores que está relacionado con su actividad. La Máquina-Herramienta emplea el azul marino, añil, mahón, que es el de los trabajadores, pero está muy presente en sus tipografías y en los materiales que utilizan. Hemos querido que los objetos del mundo tradicional se sientan acogidos por unos colores que los acompañaran bien. Así, a las primeras formas de ese mundo folklórico les hemos puesto el verde característico que se usa en los caseríos. A los objetos industriales les hemos dado el gris. A los cromados, por su parte, les favorece el negro.
¿Qué me puede decir de los materiales que se han solido utilizar?
-Tenemos muy asumido que nos gusta la piedra, la madera y el acero. Luego han entrado otras industrias que usan materiales sintéticos. ¿Por qué tenemos asumido que nos gustan esos materiales? Igual me equivoco pero creo que fue porque en los años 60 hubo un movimiento de artistas, principalmente escultores, encabezados por Oteiza y Chillida, que desarrollaron una estética en torno a los oficios característicos del País Vasco: la carpintería, la acería, la ferrería? Hicieron esa operación del mundo a través del arte. Ahora toca hacerla hacia el mundo empresarial. Tenemos la oportunidad de definir esa estética, formas y valores que caractericen o puedan configurar la imagen o la idea de un diseño vasco.
Tienen algunas obras de miembros del Grupo Gaur.
-Hay dos obras que creo que son fundamentales a la hora de la configuración de esta estética de las que, de un modo inconsciente, esta exposición cuelga. Tenemos la película Pelotari, de Basterretxea y Larruquert. Es una recreación visual de la belleza que era la pelota. Uso el verbo en pasado de forma consciente. No sé si son las empresas de publicidad, la televisión o las empresas de pelotaris, pero se ha dilapidado la belleza del deporte.
¿Y la otra?
-Juan Huarte encargó a Basterretxea un corto sobre sus industrias. Es un documental -Operación H- que enseña los objetos que se producían a través del lenguaje fílmico de vanguardia con música de Luis de Pablo. En los 60 y los 70, sí que hubo, a través de Huarte, una iniciativa de beneficiarse de esa estética para dar una imagen de su empresa. No para diseñar, era un ejercicio de cosmética.
Al principio le citaba a Ikea. En los 80 también se dio en Euskadi un paso adelante en el diseño de mobiliario.
-En los 80, la Diputación de Bizkaia creó el centro de diseño DZ y ante la nueva perspectiva del mercado europeo, contrató a diseñadores extranjeros, no había locales, que pudieran ayudar a actualizar los productos. El centro estuvo activo y haciendo muy buen trabajo con diseñadores de fuera, que no tenían esa tradición local. Puede ser esta una de las razones por las cuales no podemos hablar de un diseño vasco, porque su formación se había desarrollado atendiendo a otras tradiciones, a la alemana a través de Michael Waiss, y a la latinoamericana, a través de Guillermo Capdevilla.
Siguiendo con la empresa sueca de muebles, ¿su expansión no pone en riesgo las apuestas locales?
-Ese es el problema. Si compramos sin tener un conocimiento sobre el valor que tienen los objetos locales, el objeto barato de fuera va a arrasar.
¿Qué pueden hacer las empresas para defenderse de esas redes de distribución?
-Mejorar sus productos. No solo eso, también vender una historia. Si me compro un jarrón de Alvar Aalto, no estoy comprando solo un jarrón, también un trozo de Finlandia, un objeto que tiene detrás un valor añadido.