Donostia - Terence Davies apenas tenía 18 años cuando trabajaba en una oficina de contabilidad. Todos los domingos aguardaba con impaciencia que la BBC emitiera una serie televisiva inspirada en Sunset Song, la novela clásica escocesa publicada por Lewis Grassic Gibbon en 1932. El libro lo conoció después, pero en su interior ya había germinado la “semilla” de esta historia de una familia de granjeros a comienzos del siglo XX. La protagonista es Chris (Agyness Deyn), una joven adelantada a su tiempo que tiene que lidiar con un violento padre (Peter Mullan) y cae enamorada de Ewan en vísperas de la I Guerra Mundial.
El realizador británico, a quien el Zinemaldia dedicó una retrospectiva en 2008 y que tres años después optó a la Concha de Oro con The Deep Blue Sea (2011), regresó a la ciudad acompañado del protagonista masculino de su película, Kevin Guthrie, que lamentó que la novela en la que se basa la película esté tan “infravalorada” en Escocia. Además, opinó que Davies ha realizado la adaptación “más hermosa”.
El director, por su parte, aseguró haber dado importancia a la historia de los personajes más que a la política, aunque al inicio de la historia se mencione el socialismo. “No soy un director político y soy demasiado emocional para hacer una película política. Aquí lo importante era la historia, hablo de cómo estás vinculado a la tierra y de cómo esa vinculación te cambia a ti”, afirmó el director. A su juicio, su filme muestra que “al final, sigue habiendo esperanza”. “El empuje principal de la narrativa es que debes perdonar todo tipo de sufrimiento porque si tú perdonas, puedes liberarte del pasado y tener esperanza. Estar desesperado es peor que cualquier dolor y la protagonista tiene esperanza, algo mucho más importante que la política”, apuntó.
Sobre el hecho de que el personaje principal sea una especie de “heroína”, Davies le restó importancia: “Lo que tienes que hacer cuando ruedas es saber el significado de la escena: si es así, puedes transmitir la quietud deseada: el cine capta la realidad y cuando no es real, te das cuenta”. Según dijo, no acostumbra a ensayar mucho porque “se pierde espontaneidad”. “Tras siete tomas, casi todos los actores se repiten, así que es mucho más emocionante no ensayar, se consigue un resultado bastante vivo. Como decía Bresson, si consigues algo bueno conscientemente está bien, pero es mucho mejor si lo logras inconscientemente”, añadió.
La película cuenta con una bellísima fotografía de Michael McDonough, que en algunos casos retrata a los protagonistas como si fueran personajes de un lienzo. Al ser preguntado por las referencias pictóricas que ha utilizado, Davies citó a Vilhelm Hammershoi, un pintor de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que le recomendó su diseñador de producción. “En sus cuadros hay puertas abiertas, ventanas, mujeres de espaldas... Tiene la quietud de Vermeer, que es mi pintor favorito, y pensé que podíamos hacer algo parecido a eso”, explicó el autor, que ha rodado en 65 mm para “garantizar la profundidad, la claridad y el impacto emocional en la pantalla”, con el paisaje como un personaje en sí mismo.
La importancia de la música Al igual que en otras películas del cineasta, la música, y sobre todo las canciones, tienen una vital importancia. Davies ha buceado en el repertorio tradicional escocés para rescatar algunos clásicos que suenan en la banda sonora, tanto en off como en boca de los actores y actrices. “La música es muy importante pero se sobreutiliza. Cuando se emplea para apoyar algo, siempre tiene más potencia. Si permites que la música complemente toda la escena, el poder viene del silencio entre las distintas canciones”, aseguró el responsable de El largo día acaba (1992) y La casa de la alegría (2000). “Me encanta que la cámara se mueva y haya música: si se hace bien, me emociona muchísimo”, zanjó.