Llegamos a Zagreb en avión. Cuando la aeronave tomó tierra y rodaba por las pistas antes de detenerse para desembarcar, pudimos ver por las ventanillas el despliegue de tanques y tanquetas de color blanco que pertenecían a Naciones Unidas con las siglas UN en negro. Estaban allí para defender a los croatas en el proceso de independencia. Llevaban cuatro años de guerra y nuestra presencia coincidió con los últimos flecos del conflicto. La tensión se palpaba.

Con esa pequeña dosis de inquietud accedimos al céntrico hotel Palace en cuyos pasillos contábamos con vigilancia policial porque en la plantilla del Bidasoa se alineaba Perunicic y en el banquillo, junto a Juantxo Villarreal, Ivan Sopalovic. Se trataba de prevenir antes que lamentar posibles incidentes porque las heridas del desencuentro bélico estaban aún sin cicatrizar.

Salimos a dar una vuelta. Era la primera vez que acudía a esa ciudad. Llamaba la atención poderosamente la altura de las chicas, guapas, arregladas y con estilo. Paseaban cerca de las tiendas de marcas conocidas que habían abierto sus puertas como signo de progreso y expansión. Disfruto pateando el centro de las ciudades. Lo mismo que sentarme en un velador y ver pasar ciudadanos, porque esa imagen te ayuda a conocerles.

Guardo algunas fotos de la visita a la catedral cuyas dos torres no se parecen en nada y de una terraza en la que nos sirvieron unas estupendas jarras de cerveza. “Tropic” estaba hace 20 años y he comprobado gracias a las nuevas tecnologías que sigue en el mismo lugar y con el mismo nombre y sin cambiar la fisonomía de las blancas sombrillas.

Bidasoa acudía al decisivo encuentro con diez goles de ventaja (30-20), pero en aquel tiempo esa diferencia en competición europea era como un estornudo. Nos esperaban en el Dom Sportova miles y miles de espectadores. Empujaban y gritaban de tal modo que, pese a subir a tope los auriculares del equipo de transmisión, apenas escuchaba el retorno de voz.

Perunicic, sobre todo, no lo tenía fácil porque todos los focos de ira apuntaban a él. En cualquier otra circunstancia, cualquier otro deportista no hubiera podido con la presión, pero como Nenad era como era, enchufó el primero y así, uno tras otro, hasta nueve por todas las esquinas de la portería de Matosevic. Badel 1862 contaba con un equipazo.

Alineaba, entre otros a Cavar, Goluza, Jovic o Smajlagic. Jugaba un balonmano de escuela y disponía de recursos para sorprender a cualquiera. Aquella final que ahora cumple años puso en la balanza academia y pasión, fortaleza mental y corazón y competitividad en grado sumo.

Las emisoras de radio transmitimos el partido al borde del terreno. Una silla y un pupitre. Delante el partido, detrás la grada principal de asientos caros. A la izquierda los banquillos porque nos ubicaron casi en un córner. Nos fuimos tranquilizando a medida que pasaban los minutos. El marcador no abría brecha y los árbitros daneses Elbrond y Lovquist transmitían imparcialidad.

Gran noticia para lo que entonces se estilaba y que Bidasoa había padecido en propias carnes en la final de Milbertshofen pocos años antes. Tres goles de desventaja al descanso (15-12) eran asumibles. La avalancha croata no se produjo y el intercambio de tantos anunciaba un final feliz pese a la derrota por la mínima (27-26). El último pitido arbitral coincidió con el vuelo de una silla en la grada de enfrente.

A la primera le siguió otra y más tarde una colección. El equipo, los árbitros y los oficiales se refugiaron en el vestuario. Nosotros, no. Narrábamos la historia apasionante. De repente, entró una fuerza de seguridad. Su actuación no detuvo la tangana, incluso creo que la azuzó. Llovía de todo, también mecheros, alguno de los cuales impactó en nuestro sector. Apareció poco después otro grupo de distintos policías (tal vez soldados) que tampoco se hizo con el control de la situación.

Decidimos refugiarnos debajo de los pupitres antes de que nos estrellaran algo en la cabeza. En el palco seguían esperando para dar la copa y aquello no tenía visos de acabar. Lo hizo poco después porque accedió un nuevo cuerpo policial. Nada más verles aparecer por una esquina, salieron de estampida. Antes de un minuto allí no quedaba ni el humo del tabaco.

Solo los pocos seguidores irundarras y los protagonistas que volvieron de los vestuarios asistieron al protocolo de la entrega del trofeo. Lo contamos y lo vivimos de modo inolvidable. Luego se celebró el éxito con una cena de todos. Larga y movida madrugada, pero uno llega a una edad en que la memoria se pierde para seguir contando cosas? ¡Lo que pasó en Zagreb se quedó en Zagreb!

Bidasoa acudía al decisivo encuentro con diez goles de ventaja, pero en aquel tiempo esa diferencia en competición europea era como un estornudo.

Aquella final que ahora cumple años puso en la balanza academia y pasión, fortaleza mental y corazón y competitividad en grado sumo.