En contra de lo que algunos medios han deslizado, la última película de Víctor Erice, Cerrar los ojos, no tiene ningún tipo de carácter “testamentario”. El realizador vasco, que hace 50 años ganó la Concha de Oro del Zinemaldia con su ópera prima, El espíritu de la colmena (1973), no tiene ninguna intención de retirarse ni pasar a formar parte de ningún “Museo de Cera”. Así lo ha manifestado en la rueda de prensa que ha tenido lugar este viernes en el Kursaal con motivo de la concesión del Premio Donostia, que se hará efectiva esta noche en el Victoria Eugenia, antes de la proyección de su último trabajo, Cerrar los ojos. La ceremonia tiene un componente muy simbólico, dado que fue en este teatro donde hace medio siglo obtuvo el máximo reconocimiento competitivo del Zinemaldia. “Recuerdo que la mitad del Victoria Eugenia aplaudía y la otra mitad pataleaba”, ha recordado Erice con una sonrisa, para después añadir que este hecho era síntoma de “la vitalidad” de aquel público que se congregó. Erice también ha recordado al fallecido productor donostiarra Elías Querejeta, con el que subió a la tarima del teatro a recoger el galardón hace cinco décadas.

A su vez, ha contado que El espíritu de la colmena, protagonizada por Fernando Fernán Gómez y una debutante Ana Torrent, se rodó “contra el tiempo del cine” de la época. Hoy sí, reconoce, que su primer trabajo es una película “sancionada” por el público y la crítica, pero ha considerado que “no es lo mismo ver una película en el momento de su producción, que hacerlo cuando ya es parte la historia del cine”. “Ese instante en el que se da una relación directa entre la obra y el entorno donde nace sólo se da en el descubrimiento primero”, en el origen.

El realizador nacido en Karrantza pero que pasó su infancia y juventud en Donostia. De hecho, descubrió el cine en el desaparecido Casino Gran Kursaal en 1946, a la edad de cinco años. La primera obra que vio fue La garra escarlata (1944), de Roy William Neill, un hecho que posteriormente narró en su mediometraje La morte rouge (2006). Y es que la vida y la filmografía de Erice, valga el pleonasmo, está atravesada por el séptimo arte. Escultor de la memoria, la identidad y el paso a la madurez, no puede desligarse la experiencia de Erice en el Gran Kursaal con la que escribió en El espíritu de la colmena, la de una niña (Torrent) que queda prendada por la magia del cine al ver Frankenstein por primera vez.

Erice, el primer vasco en ser reconocido con el galardón honorífico del Festival, ha comparecido con gafas de sol y una camiseta que ilustraba a los hermanos Lumière -una de las prendas que, además, viste uno de los personajes de su largometraje-, los inventores de una industria cinematográfica de la que ya “sólo quedan las salas y, prácticamente, como residuo”. Precisamente, en Cerrar los ojos, busca levantar “acta” de una época que ya ha desaparecido, la del cine como experiencia “comunitaria”, para dar paso a la industria del streaming. “Una verdadera película reclama como medio natural absoluto la sala cinematográfica. Pero hoy sabemos que las grandes corporaciones tienen la tentación de apoderarse de todas las ventanas y eso incluye, la televisión, las tabletas, los móviles… Pero con eso se pierde una de las cuestiones que determinaron el cine desde su nacimiento, que ver una película era un acto de contemplación”.

"No me reconozco en el relato mítico que se tiene de mí"

Víctor Erice - Premio Donostia 2023

Si su primera película, hace 50 años, arrancaba con la llegada de un cinematógrafo móvil a una aldea rural, Cerrar los ojos, que habla de la desaparición de un actor en medio de un rodaje, concluye en un cine. En ambas, el vasco ha contado con Ana Torrent, y en ambas esta invoca al espíritu del séptimo arte: “Soy Ana, soy Ana”. Según ha confesado, Erice no pudo resistirse a que la intérprete madrileña repitiese en su última película, la misma línea con la que se cerraba El espíritu de la colmena.

Aún así, ha añadido, su propuesta no surge de la “nostalgia” y ha negado tener ninguna “concepción fetichista” de la misma, “ni del cine, ni de la tecnología”. Cerrar los ojos no es, por lo tanto, “una película nostálgica, para nada”. No es un largometraje nostálgico sobre “los proyectores y las salas, porque eso ya ha desparecido”. “Lo acepto como servidumbre del tiempo. Lo que sí ocurre con la película es que, en determinado momento, vi sobrevolar en su final el ángel de la melancolía”.

Erice contra el relato épico

De la misma manera que se ha alzado en contra de los que ven en su última cinta una propuesta testamentaria, también ha cargado contra los consideran un ser mitológico del cine, reservado y humilde. “No me reconozco en el relato épico que se cuenta de mí”, ha dicho, para luego añadir que la “leyenda épica está muy bien como elemento publicitario”. En este sentido, ha comentado que se ha insistido mucho en la idea de que Cerrar los ojos es su primera película en 30 años, después de haber estrenado en 1993, El sol del membrillo. Ha negado la mayor y ha querido poner en valor sus múltiples trabajos como cortometrajista y mediometrajista, propuestas que enmarca dentro de “su actividad como cineasta”. “Fuera del ámbito del audiovisual, en el que sólo se cuentan los largometrajes, hay mucha vida, verdadera vida. Creo, además, que la verdadera vitalidad de lo que puede quedar del cine se da en la periferia del sistema”, ha subrayado.