Con su última película, Cerrar los ojos (2023), el cineasta vasco Víctor Erice demuestra algo que puede parecer obvio en el caso de un realizador, pero que no lo es tanto. Erice, nacido en Karrantza y que enseguida se mudó a Donostia, ama el cine, cree en él y lo demuestra en cada plano, decisión y apuesta metacinematográfica. No sólo en este último largometraje, el cuarto de su carrera y el primero que dirige en tres décadas, sino en toda su filmografía como director, que incluye también numerosos cortometrajes, mediometrajes y trabajos colectivos. El espíritu de la colmena, que se hizo con la Concha de Oro hace exactamente medio siglo, se inicia con una niña que queda impresionada por la magia del cine. “La magia del cine murió con Dreyer”, dice uno de los personajes de Cerrar los ojos. Aun así, Erice parece sublevarse ante tal idea en esta nueva propuesta que podrá verse tras la ceremonia en el Victoria Eugenia, en la que el séptimo arte es fundamental, como son la memoria, la pérdida, el dolor y la identidad en la carrera de este talentoso realizador, poco amigo de hablar con la prensa, y que presenta casi un estatus de ser legendario.

Tras pasar la infancia y su primera juventud en Donostia, Erice marchó a principios de los 60 a Madrid, donde ingresó en la Escuela Oficial de Cinematografía, diplomándose en la especialidad de Dirección en 1963. Fue en la capital del Estado donde conoció a otro ilustre donostiarra, Elías Querejeta, productor de sus primeros trabajos. La relación de Erice con el Zinemaldia se remonta a finales de esa década. En 1969 participó en el Festival con Los desafíos, una película colectiva y episódica que codirigió con José Luis Egea y Claudio Guerín. Antes de alzarse con la Concha de Oro cuatro años después, Erice recibió una tercera parte de la de Plata por esta película. Este no ha sido el único trabajo colectivo de su carrera. De hecho, en 2002 participó con otros cineastas como Aki Kaurismaki, Werner Herzog y Jim Jarmusch, entre otros, en Ten minutes older: the trumpet.

Décadas antes, su segunda película, El sur (1983), supuso su ruptura con Querejeta. Acabó compitiendo en la Sección Oficial de Cannes, en contra de la opinión de Erice, dado que un montaje sólo recogía la mitad de la historia, es decir, lo único que había sido rodado. A Cannes volvió una década después con su tercer largometraje, el documental El sol del membrillo, que obtuvo el Premio Especial del Jurado y el de la Crítica. A este certamen quiso volver con Cerrar los ojos. Y así lo hizo hace unos meses, a una sección no competitiva, algo que le hizo cargar las tintas contra el delegado general de Cannes, Thierry Frémaux. Hoy, sin polémica y con el espíritu de ser homenajeado con el Premio Donostia, volverá al Festival que lo alumbró en primer lugar.