Antxon Eceiza (1935-2011) reconocía que su cinefilia provenía de haber vivido frente al Bellas Artes en Donostia, por la cercanía del Estado francés y su mercado cinematográfico y por haber disfrutado desde joven del Zinemaldia, festival en el que en distintos periodos de su historia ostentó varias responsabilidades. Maialen Beloki presentará este sábado, 22 de octubre, en el cine de Tabakalera su libro Antxon Eceiza. Vidas, tiempos, obras, una adaptación de la tesis doctoral que dedicó a este cineasta comprometido políticamente, cabeza visible del Cine Nacional Vasco y autor de la primera película en euskera que compitió por la Concha de Oro, Ke arteko egunak, que podrá verse el sábado tras la presentación.

¿Quién fue Antxon Eceiza para Maialen Beloki?

­­Estudié en la Universidad de Navarra pero decidí hacer la tesis en Leioa para estar cerca de Santos Zunzunegi, le admiraba mucho. Su tesis doctoral también había sido sobre cine en el País Vasco. Santos fue quien me propuso investigar a Eceiza. Fue entonces cuando le conocí como cineasta. Además de su obra, que es muy interesante, tocó muchísimos temas interesantes para quien le interese la historia y la teoría del cine, desde el realismo cinematográfico, el nuevo cine español, el Cine Nacional Vasco... Desde el principio, cuando empecé a ver sus películas y a escribir la tesina, me quedé fascinada.

Llegó a conocerle en persona.

­­Había hecho unas prácticas en el Zinemaldia y me contrataron un segundo año para coordinar el mostrador de acreditados de prensa. Les dije que cuando apareciese Antxon a coger su acreditación, me avisasen para asaltarle. Cuando le dije que iba a hacer una tesis sobre él, se quedó blanco, ya no se esperaba que nadie fuera a investigar sobre él. En aquel momento pasé de estar fascinada por su obra, su vida y su figura a estar fascinada con él. Era un orador excelente, una persona muy graciosa y con una memoria prodigiosa. Fue muy generoso conmigo.

El libro viaja por los distintos ‘Antxones’ que hubo, cada uno adscrito a un periodo de su vida y también a unos principios ideológicos.

­­Cuando empecé a investigar, me llamó la atención cómo firmaba sus críticas en la revista Nuestro cine como Antonio Eceiza y luego pasó a ser Antton o Antxon Ezeiza y luego pasó a una especie de mezcla, quedando como Antxon Eceiza. Luis Martín Santos era muy amigo suyo y después de estar localizando para El próximo otoño (1963), le escribió una carta que comenzaba con un Querido Antxon, pero a bolígrafo anotó Antonio, Antton... El propio Martín Santos no sabía cómo referirse a él. Me pareció muy bonito porque describía de una manera muy gráfica el transitar de su vida, su cine y su ideología.

Al principio del libro recoge un chiste de Eceiza sobre un tartamudo al que expulsan de Radio Nacional “por rojo”. Ese chiste, que utilizó para hablar de un suspenso que recibió en la Escuela de Cine, le sirvió también para plantear una pregunta que parece que siempre le acompañó: “¿Será realmente que es una mierda lo que he hecho o hay algo en contra?”.

Ese chiste era muy significativo de cómo se veía a sí mismo. Había un momento en el que se preguntaba por qué estaba maldito, por ser mal cineasta o por ser una figura políticamente incómoda. Siempre tuvo esa duda. La inatención que ha habido a la figura de Antxon Eceiza es llamativa, que no haya sito una figura igual de reconocida que Elías Querejeta. Creo que tuvo algo de maldito por ideología, posiblemente sus películas tampoco sean indiscutibles en el plano cinematográfico como para genere un consenso a favor y, al ser una persona tan cambiante con los tiempos formó parte de todos los grupos y de ninguno, al mismo tiempo.

Eceiza pasó de una militancia en el PCE hasta a postulados de la izquierda abertzale.

­­Su etapa madrileña o española se acaba con Las secretas intenciones (1969), una película que bordea distintos tipos de realismo, desde el crítico a otro más caótico pasando por uno críptico. Una vez que se exilió a México, él decía que sus intenciones dejaron de ser secretas. Pasó de ser alguien que insinuaba a alguien ultraexplícito en su siguiente película, Mina, viento de libertad (1976).