Con la madurez aprendemos a discernir entre gustos y necesidades. ¡Pero hay que ver cómo nos complace lo objetivamente innecesario! El humor es una necesidad y no un género más: es toda una cultura. Si los canales de televisión tuvieran conciencia del valor social y moral del humor, capaz por sí solo de compensar lo peor del ser humano –como la ira y el miedo– se esforzarían en hacer de la risa un bien público. La cadena que mejor ha entendido la urgencia democrática del humor es TV3, no solo porque tienen, de lejos, la industria audiovisual más avanzada y los mejores intérpretes, productores y creadores, sino porque han conectado con su sociedad en momentos de crisis. El programa Polònia es desde 2006 un festival de sátiras y chanzas de las que no se libra nadie, ni la Virgen del Rocío. Cuando en 2017 Rajoy, con la complicidad de Sánchez y el rey Borbón, secuestró la autonomía de Catalunya, dejó fuera del saqueo a la cadena autonómica. Y desde entonces, TV3 es una heroica televisión de autodefensa frente al flujo de odio que llega de España y la humillante condena a los líderes soberanistas en juicio televisado como estrategia de escarnio, al igual que ahora contra la justa amnistía. Mucho antes, Euskadi había sufrido otro 155 con el oprobioso gobierno de Patxi López y el PP y la ambición de Alberto Surio y su equipo de españolizarnos mediante la intervención de ETB. No pudieron suprimir Vaya Semanita, lo mejor que había hecho ETB en cuarenta años. ¿Es que ya no somos capaces de crear un espacio de humor, diferente pero tan audaz como aquel? Se cumplen diez años de Ocho apellidos vascos, película que nos hizo mucho bien como país en su voladura de tópicos. Fue bonito, créanme, que Euskadi pasara de dar miedo a dar risa.
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