Creo que hay una percepción equivocada sobre Harry, hijo menor de Carlos III y Lady Diana, en su lucha contra la prensa amarilla y la caduca monarquía. La mayoría le ve como un chico inestable, abducido por una mestiza ex actriz norteamericana pretendiendo estar fuera del sistema sin renunciar a sus privilegios. Pero no. Harry se enfrentaba a la certeza de un destino trágico en el recuerdo de su madre, a quien la persecución de un paparazzi llevó a la muerte. ¿Es tan difícil comprender la diferencia entre defensa y victimismo? El duque de Sussex puso un océano de por medio y se instaló en California, cuando lo más fácil -y cobarde- hubiera sido quedarse y sobrellevar una vida falsa bajo la hipocresía británica. Apabullado por los tabloides (equivalente a la telebasura) decidió denunciarlos por menoscabar su intimidad familiar. En la Corte Superior de Londres tiene lugar una querella que puede derrotar al grupo Mirror o dejar las cosas como estaban. El tema de fondo es la infectada confusión entre el interés público y lo que interesa al público, periodismo contra populismo. En su guerra ha tenido un táctico aliado: la televisión. Su entrevista con Oprah Winfrey fue la gran baza de reputación de Harry en 2021. El What? y la cara de espanto de Oprah ante la revelación de Meghan sobre el racismo en Buckingham dieron la vuelta al mundo. ¿Se equivocó después la pareja con la docuserie de Netflix y el libro En la sombra en los que se destapan muchas intimidades? Posiblemente, pero como en otras historias heroicas hay errores por entusiasmo. En un reciente documental en el Channel 5 inglés se afirma que Estados Unidos está dejando de respaldar a Harry y Meghan. Pero Harry no regresará a casa con el rabo entre las piernas y será el eterno príncipe destronado.
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