Bajo la Variante de Donostia la vida se rige por otros parámetros. Bien lo sabe Aymine, de 24 años, el primero en despertarse en esta comunidad de vecinos errantes. El chico está todavía medio dormido. Recibe los primeros rayos de sol sin salir de su tienda de campaña, asomando sus pies descalzos acostumbrados al frío. No es fácil estudiar con el estómago vacío, pero asegura que a la tarde acudirá sin falta a su curso de Mecánica en Martutene. Lo hará como si su vida fuera normal. Como si no tuviera que dormir cada noche bajo un puente, entre ratas y humedad.
Sobre su cabeza el tráfico de vehículos es incesante a primera hora de la mañana. Un frenesí viario que conduce a miles de guipuzcoanos a sus puestos de trabajo. Bajo el viaducto del barrio donostiarra de Loiola, en cambio, no se debate sobre reformas de fachadas, ni hipotecas, ni sueldos congelados. Tampoco hay estrés por llegar al trabajo. El tiempo parece discurrir de otra manera, al compás del Río Urumea, que ve despertar poco a poco a la decena de jóvenes que malvive en este asentamiento.
Duermen repartidos en ocho tiendas de campaña montadas sobre palés que a duras penas evitan la humedad. “No tenemos ni baño ni nada. Vivimos como los animales”, cuenta Hamza, un marroquí de 24 años que pide insistentemente que se agilicen los trámites para recibir una respuesta del Servicio Municipal de Urgencia (SMUS) de Donostia.
Jóvenes y de origen extranjero
Junto a él, un compatriota se lava la cara con el agua que sale de una tubería de obra. Los datos confirman año tras año que el sinhogarismo en Gipuzkoa es una situación que afecta principalmente a hombres, jóvenes y de origen extranjero. Según Caritas Gipuzkoa, en los primeros 9 meses de 2024, se atendieron a 1.313 personas sin hogar, lo que supone un incremento del 73% respecto a 2023.
Bajo la Variante el tiempo parece discurrir de otra manera, al compás del Río Urumea, que ve despertar poco a poco a la decena de jóvenes que malvive en este asentamiento
Este aumento no significa las situaciones de calle hayan crecido en la misma proporción, ya que muchas de estas personas se marchan a otro lugar o encuentran una solución habitacional temporal. Pero la iniciativa Kale Gorrian, que lidera el Gobierno Vasco con la ayuda de varias entidades sociales, puso sobre la mesa nuevas cifras durante el último recuento publicado en noviembre: se localizaron en Donostia 413 personas durmiendo en la calle en una sola noche, una cifra que casi dobla a la registrada hace dos años, cuando se contabilizaron 220.
El 90% son hombres de origen extranjero menores de 44 años. Y esa es precisamente la fotografía que devuelve este lugar, con una decena de veinteañeros marroquíes, salvo un chico de Senegal, que juega con un patinete mientras dice haber cumplido 26 años el 13 de mayo. Su tímida sonrisa, en cambio, le dibuja un rostro más aniñado.
“¿Qué quieres que te contemos? Vivimos en la calle y esto está al norte de España. A nadie le gusta vivir así, y menos cuando hace frío y lluvia”, reconoce Aziz, de 25 años. Definitivamente, hay preguntas que, por obvias, en ocasiones quizá conviene no formular. Y respuestas como la de Aziz, que caen por su propio peso cuando se le plantea cuál es su situacion. El joven agradece "el regalo" de estos días de altas temperaturas.
El techo de hormigón bajo el que duermen
La charla tiene lugar bajo el viaducto del barrio donostiarra de Loiola, una enorme estructura proyectada en los años 70 que ha quedado obsoleta, y que está siendo apuntalada por el Departamento de Infraestructuras Viarias de la Diputación. La carretera por la que discurre el tráfico sobre esta mole de hormigón es el techo bajo el cual duermen estos chicos, una morada que cuenta con su propio mobiliario.
Frente a las tiendas de campaña hay una bombona de butano con un hornillo, sobre el cual se ve colgada una fotografía de la Bahía de La Concha. Un recuerdo turístico en este sórdido enclave que refuerza el contraste, en la misma capital en la que el metro cuadrado de la vivienda se acerca a los 6.000 euros. Todo ello ocurre en una urbe en la que, como el resto de ciudades europeas, convive con la desigualdad, que este viernes por la mañana tenía rostro de jóvenes viviendo bajo un puente.
“La esperanza es lo último que se pierde. A cada momento tenemos un amigo, alguien que nos empuja a seguir. La esperanza la puedes encontrar hasta en el vuelo de una mariposa o en el propio mar”, confiesa Aziz, que después de nueve años no ha conseguido regularizar su situación. Es hijo único en una familia que le añora. "Volví a mi país a finales de 2018, pero regresé de nuevo aquí porque allá la situación es mucho más desesperada. Todavía me acuerdo de kilómetro de gente haciendo cola para entrar desde Marruecos a Melilla", dice mientras insiste en que tomemos un té.
En el centro del asentamiento, junto a una mesa y cuatro sillas, hay colocado un espejo de suelo al que frecuentemente recurren estos jóvenes para cuidar su aspecto antes de volver a las calles. A pesar de las dificultades, no están dispuestos a perder su dignidad.
Aziz relata que tuvo su permiso de residencia, pero habla de una pelea en la calle, y de una multa de 80 euros que le fue impuesta y que no pagó. “No soy perfecto, ¿sabes? Asumo que cometo mis errores, pero creo que como todo el mundo. He tenido algún juicio por hechos que ni me acuerdo porque estaba mal, pero no soy una mala persona. Vivir en la calle te expone a cantidad de situaciones que no puedes ni imaginar. A veces, simplemente por estar con personas que no son las más convenientes te puedes buscar problemas. Pero una cosa está clara. Todos los que estamos aquí somos jóvenes que hemos venido a buscar una oportunidad”, confiesa este chaval, que continúa sin permiso de trabajo.
"Le acaban de operar del estómago"
Los chicos se van sumando a la charla conforme se van despertando. Todos menos uno, que guarda reposo, convaleciente, en el interior de su tienda de campaña. "Le acaban de operar del estómago", dice Hamza mientras abre la cremallera de la lona para que comprobemos el estado en el que se encuentra. Al otro lado de la tela se asoma el rostro desmejorado de un chico que saluda con una sonrisa desfallecida. Junto a él, una botella de plástico en la que orina estos días sin salir de la tienda.
Ninguno de los moradores del asentamiento ha oído hablar de la tragedia que se vivió el miércoles en el puerto de La Restinga de El Hierro, en Tenerife, con el vuelco de un cayuco en el que viajaban 152 migrantes, entre ellos 19 niñas y diez niños. Siete personas fallecieron, cuatro mujeres y tres niñas de entre cuatro y 16 años. Le mostramos a Hamza con el móvil la portada de este periódico en el que se da cuenta del trágico suceso. El chico no sabía nada. Se lleva la mano al pecho. Confiesa que le une el mismo deseo, que todos buscan como pueden la manera de labrarse una vida que pueda llamarse próspera.
"Volví a mi país a finales de 2018, pero regresé de nuevo aquí porque allá la situación es mucho más desesperada. Todavía me acuerdo aquel kilómetro de gente haciendo cola para entrar desde Marruecos a Melilla"
“Yo llegué a Turquía en avión desde Marruecos. Me gasté todo el dinero que tenía, y desde ahí estuve 45 días sin dejar de andar en dirección a Italia”. Como muchos otros marroquíes, Hamza siguió la Ruta de los Balcanes, el corredor humanitario creado en los primeros meses de 2015, y caracterizado estos años atrás por dejar a miles de solicitantes de asilo varados en tierra de nadie, consecuencia de la llamada de la Unión Europea para que Macedonia del Norte, Eslovenia, Serbia y Croacia cerrasen sus fronteras.
“Salté la valla desde Turquía para pasar a Bulgaria. Había muchísimo militar, gente maltratada. Muchos se quedaron por el camino”, rememora el joven. Asegura que no todos tienen la suerte de llegar hasta Gipuzkoa como él. Hay quienes caen víctimas de traficantes, o directamente pierden la cabeza. Quienes alcanzan el territorio lo hacen con una pesada mochila a cuestas, pero alcanzar el destino no significa que acabe precisamente el camino. Muchos de estos jóvenes “corren el riesgo de caer en la desesperanza, porque las listas de espera para ser atendidos en los diferentes recursos son cada vez más largas”, según explica Saad Malec, director de la Asociación Jatorkin Al-Nahda, que presta ayuda a este colectivo.
Cada vez "más jóvenes en exclusión"
Cáritas viene alertando de que cada vez se ven "a más jóvenes en situación de calle. Chavales migrantes de 18 a 23 años, algunos de paso, pero buena parte de ellos con deseo de quedarse entre nosotros". Reflejo de ello es el centenar de magrebíes en situación de calle que acude habitualmente a la villa Landetxe del barrio donostiarra de Aiete, lugar donde el colectivo recibe el único plato caliente del día.
Los moradores del asentamiento reconocen que la visita de la policía en el lugar es habitual, y no ocultan que "a veces hay momentos de tensión por ambos lados". Saben que tarde o temprano deberán cambiar de lugar, aunque asumen que con ello no habrá acabado el problema. La Guardia Municipal de Donostia ha levantado en lo que va de año 28 asentamientos de la vía pública. La Policía Municipal de Bilbao, según se ha sabido este jueves, llevó a cabo el año pasado 401 actuaciones. "Hemos acudido una y otra vez, pero una y otra vez las personas que no tienen hogar vuelven a buscar un sitio para dormir y estar", ha renocido este jueves Amaia Arregi, concejal de Seguridad en la capital vizcaina. Aymine y el resto de chicos insisten en que no hacen mal a nadie y que sólo buscan un trabajo.
"¿Sabes lo bueno que tenemos? Creo que, a pesar de las dificultades, sabemos disfrutar del momento", sonríe Aziz, que se confiesa un enamorado de la música trap, y nos pregunta a ver si tenemos el modo de echarle un cable para grabar las canciones que compone. Hamza reconoce que se llevan muy bien entre ellos. "Vamos todos en el mismo barco, aunque no tengamos dirección", sonríe. El joven dice responder a otros gustos musicales. Tras confesar que le gusta mucho Roberto Carlos, se arranca a cantar el inolvidable estribillo que conquistó el planeta: "Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar, yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar...".