Es un ritual que se repite sin excepción todos los días entre semana. En torno a un centenar de magrebíes en situación de calle acude habitualmente a la villa Landetxe del barrio donostiarra de Aiete, lugar donde el colectivo recibe el único plato caliente del día. “La verdad es que aquí hay muchísimo trabajo”, confiesa Karim Er-Rahiqui.
Este joven marroquí de 21 años, uno de los diez voluntarios, responde al perfil habitual de los usuarios de este servicio, que ofrece la asociación Jatorkin Al-Nahda. Er-Rahiqui duerme en una casa ocupada del barrio donostiarra de Loiola. Estudia castellano, se ha apuntado a un curso de peluquería y sueña con ser algún día mecánico. Es, en definitiva, un joven con deseos de progreso, aunque reconoce que la vida en la calle desgasta, como viene observando en los rostros del centenar de personas a las que atiende a diario.
“La mayoría de las personas que vienen aquí lo hacen por pura necesidad de comer. En la medida en que pasa el tiempo y nada cambia, van perdiendo el interés por formarse”, asegura el joven mientras coloca las mesas que después son ocupadas por tantos compatriotas. La mayoría de usuarios eran marroquíes hasta hace unos años. Ahora la balanza se ha equilibrado con los argelinos.
"Nos hacen falta más recursos materiales y humanos para atender a un colectivo del que nadie quiere saber nada”
Dos voluntarios acaban de traer veinte barras de pan de una iglesia cercana. El reparto de comida es posible gracias a la colaboración del Banco de Alimentos y una serie de subvenciones que “nunca son suficientes”, asegura el director de la asociación, Saad Malec, que llega al centro a primera hora de la mañana. “El propio espacio en el que ofrecemos el servicio es compartido con otras tres agrupaciones. Es algo que limita las posibilidades de trabajo. Nos hacen falta más recursos materiales y humanos para atender a un colectivo del que nadie quiere saber nada”.
El responsable de la asociación ha mantenido diferentes encuentros con entidades en los que ha trasladado la necesidad de buscar una mayor implicación institucional. Le llama la atención que existan convenios que regulan el trabajo de “educadores de calle para dos o tres personas usuarias”, cuando en la villa Landetxe es un centenar de migrantes a atender. “Nadie quiere hincar el diente a este asunto, nadie quiere meterse aquí”, sostiene el director de la asociación.
Mayor "corresponsabilidad"
El Ayuntamiento de Donostia lleva años diciendo que hace falta una mayor “corresponsabilidad”, al entender que la capital está ofreciendo una respuesta muy por encima de la que dan otros municipios del territorio. La mayor presión de personas en situación de calle la sufre la capital guipuzcoana, tal y como refleja la iniciativa Kale Gorrian, que lidera el Gobierno Vasco con la ayuda de varias entidades sociales para poner cifras al colectivo de personas sin hogar que duerme en la calle. El último recuento publicado en noviembre localizó en Donostia en una sola noche a 413 personas durmiendo en la calle, una cifra que casi dobla a la registrada hace dos años, cuando se contabilizaron 220.
Buena parte de ese colectivo acude habitualmente al recurso de Aiete. Malec pide más implicación del Ayuntamiento, aunque ve necesario abrir más plazas en el territorio para poder responder de forma “más personalizada” tal y como viene reclamando el Consistorio.
El hecho de compartir usos con otras asociaciones en villa Landetxe impide que los trabajadores de Jatorkin Al-Nahda puedan atender al colectivo por la mañana. Lo hacen a partir de las 13.30 horas, lo que supone un hándicap a la hora de echarles una mano en la tramitación de sus expedientes. Buena parte de ellos llega a Aiete a mediodía “sin desayunar” y en condiciones bastante precarias. “Estamos hablando de personas que han vivido situaciones muy penosas, con una trayectoria migratoria costosa”, advierte Malec.
Por la Ruta de los Balcanes
Los usuarios del centro donostiarra proceden de la Ruta de los Balcanes, el corredor humanitario creado en los primeros meses de 2015, y caracterizado estos años atrás por dejar a miles de solicitantes de asilo varados en tierra de nadie, consecuencia de la llamada de la Unión Europea para que Macedonia del Norte, Eslovenia, Serbia y Croacia cerrasen sus fronteras.
“Son jóvenes que desde Marruecos y Argelia, principalmente, aunque también algunos de Túnez, toman un avión hasta Turquía y tratan de cruzar a Bulgaria. Hay quienes se quedan por el camino, se convierten en víctimas de traficantes, o pierden directamente la cabeza”. Llegan a Gipuzkoa con una pesada mochila. Con el tiempo “buena parte de ellos cae en la desesperanza porque las listas de espera para ser atendidos en los diferentes recursos son cada vez más largas”, lamenta Malec.
Los usuarios que llegan el recurso donostiarra proceden de la Ruta de los Balcanes, el corredor humanitario creado en los primeros meses de 2015
El director pone el ejemplo del padrón, trámite que antes podía estar resuelto “en un plazo máximo de tres meses” cuando ahora, asegura, se prolonga por encima de los cuatro. El empadronamiento es la primera puerta de entrada para acreditar la residencia en el Estado, solicitar la tarjeta sanitaria, apuntarse a Lanbide o pedir permisos de residencia y de trabajo.
La “demora” en las valoraciones de exclusión y la falta de recursos también provoca que haya “personas que lleven un año y medio viviendo en la calle a pesar de tener el empadronamiento”, cuando anteriormente rara vez se superaban los doce meses. Malec lamenta que la estancia en los albergues sea para periodos de tiempo “tan limitados”. El único que ofrece respuesta durante más tiempo es Hotzaldi, de Cáritas, "pero hay demandantes que llevan más de un año esperando", asegura el responsable.
"Desgaste y desesperación"
“Es una situación que desgasta y lleva a las personas a la desesperación. Hay quienes acaban perdiendo el norte, olvidándose del objetivo real por el que vinieron”. Malec, que también trabaja como traductor en el juzgado, lamenta que algunos de los jóvenes que pasan por villa Landetxe acaban en los tribunales.
Pero la mayoría se reparte actualmente en sectores como la hostelería. “No hay más que ir al centro comercial Garbera, donde trabajan muchos de los inmigrantes que han pasado por aquí”. La asociación no sólo les ofrece una comida diaria sino que también les asesora poniendo cierto orden a “la enorme complejidad” de su situación administrativa. También ofrece clases de castellano e imparte cursos formación, de la mano de entidades como Grupo Peñascal Kooperatiba o Erroak-Sartu.
Jatorkin Al-Nahda observa a su vez con preocupación la cada vez mayor presencia de mujeres en situación de calle, "algo que antes no se veía". A pesar de ser un perfil “minoritario”, resulta complejo buscar un techo a este colectivo. "Antes, a través de Cáritas, en unos días podía encontrarse una solución pero ahora parece que se han normalizado tiempos de espera muy prolongados”. Entre los hombres en situación de calle suele ser habitual que, por medio del boca a boca y a través de grupos, ocupen viviendas y pabellones en desuso. “Pero, por cuestiones de género, con las mujeres tenemos que ser cautelosos. No vale cualquier alternativa ya que varias de ellas refieren haber sido víctimas de abusos". La asociación se ha llegado a plantear abrir recursos específicos para ellas. Se trata de una medida que no se ha llegado a materializar por "falta de apoyo económico e institucional". Entretanto, siguen acudiendo al centro de Aiete.
Entre los usuarios, el rumbo que toma la vida de cada uno, dice Malec, "es muy variable", en función del tiempo que se prolonga la situación de exclusión. "Hay de todo. Hay quien se acaba marchando, y otros caen en desgracia o pierden la cabeza". Muchos de quienes se van, añade, acaban volviendo al cabo del tiempo en busca de una segunda oportunidad.