Hay personas que “no pueden vivir sin estas redes sociales”, alerta la psicóloga sanitaria, especializada en niños y adolescentes, María Jesús Carmona.

Y usted ¿de qué es más: de Insta o de WhatsApp? ¿Por qué?

Yo soy de WhatsApp –tengo 53 años– y es bastante diferente cómo nos comunicamos las personas de entre 40 y 50 y las más jóvenes. De los años 90 aquí ha cambiado bastante. No somos dados al tema de Instagram para comunicarnos.

¿Por qué lanza esa pregunta? ¿Las redes que utilizamos nos definen?

Sí, mucho, y sobre todo por la franja de edad. Nos define muchísimo si utilizamos Facebook o Instagram, si nos damos al TikTok, a Twitch... Las redes van evolucionando mucho y cómo las utilizamos también. Ha llegado un momento en que cada vez dependemos más de ellas.

¿Cómo describiría a los usuarios y usuarias de Instagram, WhatsApp o TikTok?

El usuario de Instagram es el que se expone a todo y los de WhatsApp queremos un poquito más de intimidad. El de TikTok es una persona muy impulsiva, que necesita todo rápido. Es como estamos en esta vida, cada vez se consume más rápido todo.

¿Y qué diría de los de X o Facebook?

El usuario de X es una persona más reflexiva, pero que tapa su identidad, puede opinar, pero no se expone tanto. Los de Facebook son de 40 años para arriba, subimos cosas a nuestro muro, pero somos más cuidadosos a la hora de preservar nuestra intimidad. También hacemos una diferencia en cuanto a lo laboral. Si quieres exponer tu trabajo y tener clientes, hoy día si no estás en las redes parece que no eres nadie y eso también nos identifica.

¿Qué lleva a la gente a usar Instagram? ¿Es puro exhibicionismo o también hay mucho ‘voyeur’?

Tiraría más al vouyerismo. Me expongo, me regodeo... Muchas veces lo que buscan son los likes y, si eso no sucede, hay gente que lo pasa muy mal. Llegan a tener hasta trastornos de ansiedad y de depresión muy duros. Lo que se expone en las redes es todo buenismo, bienestar, eso es una utopía. Nunca vamos a conseguir el ser feliz que nos venden. Estarlo sí, en momentos.

Instagram es la red por excelencia de los ‘influencers’ y las últimas tendencias. Luego una se ve en el espejo y mira su casa y cualquier parecido es pura coincidencia. ¿Las comparaciones son odiosas o dañinas?

Son odiosas y dañinas. El odio, que viene del asco, es una emoción natural del ser humano y creo que tampoco le damos demasiada importancia a lo que es dañino, en el sentido negativo. Lo desagradable también es algo lícito y creo que nos cuesta reconocerlo y ahí es donde la falta de coherencia es lo que nos hace muchas veces enfermar.

Los adolescentes ya no se piden el número de teléfono. ¿Si no ‘instagramean’, no existen?

Eso es. El boom es entre los 16 y 18 años, pero de ahí para arriba también. El asunto es que no hay límites. Yo me pongo en contacto contigo, puedo quedar en un sitio, me da igual que no te conozca, al final todos somos amigos... Las confusiones llevan a situaciones bastante irreales porque no son de forma natural. Está muy bien la comunicación, pero saber utilizarla también es importante.

¿Llegan a las consultas muchas personas desengañadas tras contactar con otras por redes?

Sí, hay muchos desengaños y muchas veces no saben poner el nombre a cada cosa que les está pasando. Tienen mucha información, pero no saben utilizarla ni dónde está el límite: el decir que no, hasta dónde pueden llegar con su intimidad, con sus derechos como personas... No saben dónde está ese acoso, hasta dónde exponerse y ahí hay una línea muy débil, que se pasan muy habitualmente.

¿Se escudan tras las redes para buscar pareja? ¿Qué repercusiones tiene en las relaciones no atreverse a hacerlo en persona?

Buscan el ideal, el prototipo, y tú no lo sabes hasta que luego te lo encuentras. La tolerancia a esa frustración, a la decepción, eso cada vez lo quieren menos. Estamos fabricando personas a las que en un futuro no se les podrá decir que no. Eso es lo duro, creen que todo vale y se encuentran con muchas decepciones. Si lo hicieran de forma más coherente, natural, como lo hemos hecho toda la vida... Es una crisis emocional que hoy en día la pasan como si fuera un duelo de caer en una depresión y de no saber qué hacer ya con su vida.

¿Y qué me dice de WhatsApp, la aplicación que une a abuelos y nietos? ¿Es una medicina contra la soledad o solo un placebo?

Creo que nos ha unido en cierta manera, pero es importante trabajar el contenido. La familiarización de todas las redes sociales, sobre todo WhatsApp, es muy importante para que los abuelos estén comunicados y ha venido muy bien en la pandemia y en la postpandemia, pero mantener una conversación, coger el teléfono como antes y hablar, escuchar, oír la voz, eso creo que no se puede olvidar y ahí es donde estamos llegando.

Si no fuera por WhatsApp, muchos familiares y amigos ni se hablarían. Ya no se llama por teléfono ni para felicitar los cumpleaños. ¿Se han deteriorado las relaciones? ¿Es falta de tiempo, de interés…?

Creo que es falta de interés y de dejar un poquito esos momentos de respiro, de voy a ir y voy a estar tranquila, porque hoy en día ves a gente por la calle y parece que están locos, que están hablando con ellos mismos, y es que tienen el pinganillo. Vamos a tener más sorderas de aquí a unos años y alucinaciones auditivas. Creo que estamos estimulando demasiado nuestro cerebro con tanta información de este tipo y creo que no sabemos hasta dónde podemos hacer daño. A nivel de neurofisiología nuestro cerebro se está invadiendo constantemente y no le dejamos descansar, ni resetearse. Tomarte un respiro, coger cinco minutos y llamar a alguien que para ti es importante es necesario para nutrirte en las relaciones personales.

A algunos adolescentes llamar por teléfono les cuesta casi más que ordenar su cuarto, que ya es decir. ¿Es pereza, qué temen?

Están teniendo una carencia en habilidades sociales y de comunicación tremenda porque hasta que no se ponen en esa tesitura, que lo mismo que se dicen en el WhatsApp se lo digan a la cara a ver qué pasa... Tener esas vivencias les va a ayudar a enfrentarse a la realidad del día a día, eso es lo que se les va a quedar en su experiencia cuando lo superen. No son capaces de decirse las cosas. Es muy lícito detrás de esa pantalla decir todo lo que se me ocurre a quien se me ocurre y de una forma gratuita y los demás, que están en un grupo, mirar hacia otro lado. Cosas muy escabrosas que suceden y que aquí los adolescentes me enseñan. No saben poner límites. Digo: utilizad a algún adulto que os diga dónde está el límite, no podéis hacer caso omiso cuando veis dentro de un grupo que se está insultando porque esto es gratuito. No ven consecuencias. Eso es lo duro.

¿Cuál es el caso más grave que ha llegado a su consulta?

La sextorsión de chavalas, que tienen capacidades intelectuales muy buenas, pero caen en las redes de ese ciberacoso. Hay casos muy graves, de quedar con estas personas, que son adultas, y llegar a violaciones, a conductas autolíticas y quererse suicidar.

¿Alguna clave que ofrecer?

Que tengamos todas estas tecnologías nuevas, pero dentro de unas reglas, que todo apunta a que hay que poner también límites a los niños para no tener una determinada red social o un móvil.