Las imágenes del último año no solo se guardan en las retinas de Svetlana Vinogradenko. También quedan reflejadas en tantas fotografías que ha tomado durante este tiempo, las mismas que muestra desde Hernani, donde reside junto a sus cuatro hijos en una casa cedida por una familia de voluntarios. “Mira la foto que estoy en chanclas. Así es como dejé Kiev. Allí teníamos un buen trabajo, una casa grande. Todo era genial”, dice con un poso de nostalgia.

Svetlana Vinogradenko (con la sudadera naranja) en Kiev, antes de su forzado exilio. N.G.

Su marido y su hijo continúan en un país devastado por la guerra. Ni en los peores sueños esperaba que el exilio se prolongara durante tanto tiempo. Hace diez meses que llegó a Gipuzkoa. Euskadi acoge a 4.153 ucranianos de los 8 millones que se han visto obligados a abandonar su país, según los datos facilitados esta semana por el Ministerio del Interior. La distancia no hace el olvido. Vinogradenko no se ha separado de la bandera que ella misma cosió poco antes de huir.

“Vivíamos como lo que somos, una gran familia de cuatro hijos, mi esposo y yo. Los mayores habían creado sus propias familias. Nacieron los nietos. Viajábamos, vivíamos y disfrutábamos de la vida”, cuenta la ucraniana, que conjuga los verbos en pretérito imperfecto, en alusión a un pasado indeseado que nunca debió ocurrir. Una guerra en la que han muerto al menos 8.006 civiles (487 de ellos niños) y 13.287 han resultado heridos desde el inicio de la invasión. Un conflicto que ha disparado los problemas mentales entre la población que permanece en el país, dejando secuelas en diez millones de ucranianos, según ha alertado la Organización Mundial de la Salud (OMS).

“La guerra cambió mi vida, pero no a mí. Yo sigo siendo la misma”, subraya la nueva vecina de Hernani, una figura pública implicada en numerosas actividades solidarias en Ucrania. Su vida en Gipuzkoa, a pesar de las dificultades, sigue desarrollándose bajo esos mismos parámetros. La guerra destruye pero también permite -aunque solo sea por consuelo- estrechar vínculos que de otro modo nunca habrían sido posibles.

"Fue aterrador, salimos en el tren de evacuación"

“No teníamos ropa, ni zapatos, ni comida, ni dinero. Salimos en el tren de evacuación. Fue aterrador, toda Ucrania bombardeada por aviones rusos”, explica la mujer, que evoluciona con sus clases de castellano, aunque todavía le cuesta expresarse. “El papel de las entidades sociales está siendo fundamental para la integración de mi familia durante estos diez meses”, reconoce Vinogradenko, que menciona a la Asociación Ucrania-Euskadi, Gromada, Oriaberri y la agrupación Donostia Nordic Walking, de la que es voluntaria.

Una amplia red social para una familia que irrumpió en Gipuzkoa prácticamente de la nada. La refugiada toma en sus manos otra fotografía en la que se ve a sus dos nietas, Margarita, de tan solo un año, que celebró ya residiendo en Hernani, y Anna. La hermana mayor también sopló velas en Gipuzkoa por su quinto cumpleaños, “sin sus padres y con lágrimas en los ojos”, arropada por tantos voluntarios que trataban de entretenerla.

Las pequeñas huyeron del bombardeo junto a sus padres, Katerina (hija de Vinogradenko) y su yerno Dmitry. “La guerra los separó y Katya tuvo que ser ingresada durante un mes en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Polonia. Fue duro para todos”, reconoce la mujer, que muestra su gratitud por el apoyo que le brindaron entonces sus hijas Anna y Juliana.

La familia de Svetlana Vinogradenko en Rodovid, el primer centro ucraniano creado en el País Vasco, en el barrio donostiarra de Herrera. N.G.

Todo ello en medio de un éxodo sin precedentes provocado por la invasión rusa, que hizo que por primera vez se activara la directiva europea de protección temporal, redactada veinte años atrás por el conflicto de los Balcanes, y que garantiza a los desplazados permiso de residencia y trabajo, ayudas económicas, y acceso a la sanidad y a la educación.

Escolarización en Hernani

Las niñas están escolarizadas en Hernani. Las mayores también reciben clases on-line de su escuela de Ucrania. Sus vidas poco a poco se van asentando, a la espera del desenlace final de una guerra que sigue siendo una incógnita. La familia insiste en dar las gracias a tantas entidades sociales. “Son organizaciones fuertes, con acciones sistemáticas y bien coordinadas. Nosotras hemos percibido una gran atención, sobre todo hacia los niños debido a tantos problemas a los que se enfrentan al viajar a un nuevo país”, reconoce Vinogradenko.

Habla de Mikel y Manuel, de la red de voluntarios de Euskadi desplazados a Polonia, con los que la familia llegó a Gipuzkoa. Menciona también a los propietarios del apartamento en el que viven temporalmente, a Alexander, Aitor y Garbiñe. “Viajamos durante cinco días hasta llegar a Hernani. Ni siquiera teníamos conocimiento de la existencia de la localidad. Los voluntarios nos recibieron con mucho cariño. Nos cuidaron y hoy en día es como una gran familia vasca para nosotras. Nos proporcionaron una cuna para el bebé, un cochecito, ropa y comida. Lloro cada vez que lo recuerdo”, se emociona.

"Hubo muchas dificultades, pero como madre de cuatro niños, siempre pensé en ellos. Atravesé una grave crisis, sola, así que decidí buscar ayuda"

“Hubo muchas dificultades, pero como madre de cuatro niños, siempre pensé en ellos. Atravesé una grave crisis, sola, así que decidí buscar ayuda”. Relata que un día, al ir a la Iglesia, le hablaron de la Asociación Oriaberri. Descubrió después Rodovid, el primer centro ucraniano creado en el País Vasco, en el paseo de Herrera de Donostia. “Nos han dado la oportunidad de pasar unas vacaciones con otros niños que venían de Ucrania, de la mano de un equipo que ha vivido muchos años en el País Vasco. Hemos acumulado mucha experiencia en esto”, asegura esta mujer, que en su país organizaba eventos socio-culturales similares a los que ha conocido en los últimos meses en Gipuzkoa.

Siente gratitud hacia tantas personas que le han ayudado estos meses atrás, como Natalia, Yulia, Olga o Lyudmila. “Mi corazón está lleno de sol. He visto a muchos ucranianos que han preservado felizmente su cultura, el idioma y las tradiciones ucranianas. Ahora nos están ayudando a nosotros a adaptarnos a las consecuencias de la guerra”. Hacerlo con una mano amiga, dice, es “muy importante”.