Hay apariencias que engañan. Físicamente parece no haber nadie más en el aula, pero no deja de ser un espejismo. Masha y Anna, dos hermanas gemelas de Kiev huídas de la guerra, acuden a diario a un local de Altza para continuar por vía telemática con sus clases de educación secundaria. El ruído de las bombas no ha podido evitar que prosiga desde Gipuzkoa el curso escolar.
Al otro lado de sus pantallas hay una nutrida comunidad virtual de compañeros y compañeras del Liceo de Relaciones Internacionales. Así se llama el centro de Kiev al que acudían estas dos hermanas de quince años hasta que el avance de las tropas rusas les obligó a huir.
Las dos coinciden en que quieren estudiar Medicina, aunque todavía quedan dos cursos por delante para llegar a la Universidad. Quizá, lo más sensato sea por el momento centrarse en el presente. Es una de las lecciones aprendidas de la guerra. Llegaron a Donostia hace dos semanas en un vehículo conducido por su madre, que regresó a Kiev en cuanto puso a salvo a sus hijas, a 3.000 kilómetros de distancia de las dichosas sirenas antiaéreas.
Casi no han tenido tiempo de asimilar nada. Se alojan en Altza, con su abuela, en una vivienda próxima a las vías del tren. "La primera noche me costó dormir. El ruído de los vagones me recordaba al avance de las tropas rusas", dice Masha, que sonríe tímidamente.
CONEXIÓN POR 'ZOOM'
Más de 230 menores ucranianos ya se han matriculado en Euskadi en un sistema educativo vasco que afronta el reto de integrar en su seno a una comunidad dañada psicológicamente. En esta recta final del curso ellas han decidido salvar telemáticamente las distancias.
Acuden a diario al local cedido por el Ayuntamiento de Donostia a la Asociación Socio-Cultural Ucrania-Euskadi, una antigua guardería de Altza donde continúa el curso que dejaron en Kiev. A diario se conectan por zoom con un profesorado "muy implicado" que lo está dando todo para que el alumnado no se quede descolgado.
La visita de este periódico coincide con las leyes de Newton como materia de estudio. Repasan en voz alta unos apuntes que hablan del "movimiento de los cuerpos en el universo", y que parecen estar describiendo el periplo que ellas mismas han seguido deplazadas de su propios cosmos: Kiev.
La capital de Ucrania, donde sus habitantes están condenados a vivir bajo una amenaza constante, tratan de retomar el pulso de la vida. "Poco a poco se están abriendo comercios, y hay quienes ya están yendo a trabajar. Es una ciudad grande, de tres millones de habitantes, donde se trata de retomar poco a poco la normalidad".
Es ahora Vlad Koshuha quien habla, un niño de Chernobil de la región de Ivankiv, al norte de Ucrania, donde las tropas rusas "siguen matando a civiles y arrasando casas". Este niño que veraneaba en Euskadi junto a su familia de acogida se ha convertido en un joven de 18 años que hace ahora las labores de intérprete para este reportaje.
Las adolescentes recién llegadas solo hablan ucraniano. Si el desastre de la guerra se prolonga, probablemente se vean en la necesidad de aprender castellano, aunque todavía es demasiado pronto para hacer planes a largo plazo. Centran su esfuerzo en tomar apuntes de Matemáticas, Lengua ucraniana, Biología, Historia y Química. Acuden al local todos los días, mañanas y tarde. A mediodía se conectan por videollamada, aunque advierten que no quieren que se grabe ninguna imagen "porque los rusos controlan toda la información"."TENÍAMOS MIEDO DE QUE NOS DISPARASEN"
El rendimiento académico, claro está, se ve lastrado por las condiciones. Concentrarse no es tarea fácil. "Cuando salimos de Kiev en coche tuvimos mucho miedo de que nos disparasen. Lo han hecho a muchas personas civiles, aunque nosotras tuvimos suerte", resoplan las hermanas. Dicen que quieren estudiar Medicina, aunque reconocen que no les gusta la sangre, como la que ha teñido de rojo las calles de su ciudad natal.
Masha coge su móvil. Muestra una fotografía en la que se ve la luna de un turismo cosido balazos. "En este letrero, junto a los agujeros por los impactos, la familia que viajaba había escrito Niña", muestra la joven. "Los rusos dejaron vivir a la pequeña, pero mataron a la madre", lamenta la adolescente. Las dos hermanas pasaron diez días, con sus noches, escondidas en un sótano. Junto a ellas había otras 40 personas atemorizadas.
LA BATALLA AL NORTE
"La batalla está ahora arriba, en la frontera con Bielorrusia", dice Koshuha, que vive a 25 kilómetros de Chernobil, en Ivankiv. Se trata de una localidad que por densidad poblacional "se asemeja a Errenteria". Se ubica al norte del óblast de Kiev, a orillas del río Téteriv.
El joven llegó a Gipuzkoa una semana antes de que las tropas rusas invadieran su país. Su voz se convierte en otro grito desgarrador. "Hacen falta corredores humanitarios porque en el norte están aislados y se han quedado sin nada. Mi tía se pasó once días escondida en el sótano. Cuando salió casi dos semanas después, se encontró tres tanques rusos en sus tierras, junto a dos camiones lanza misiles".
Agradece la labor de la Asociación Chernobil elkartea, que no se cansa de denunciar la situación de bloqueo en la que se han quedado 200 menoresbloqueo en la que se han quedado 200 menores. Los saqueos en el área de Chernobil son una constante. "Cuando mi tía salió del sótano, vio que habían roto la puerta de su vivienda. En el interior se encontró con rusos que estaban borrachos, soldados que entran en la casas porque en los tanques se pasa mucho frío". Su tía consiguió escapar y vive ahora con una familia de acogida en Derio. Su madre está de camino. "Todos intentan huir".
En su tierra, prosigue el joven, han nombrando a un alcalde ruso. "No dejan utilizar ni el coche ni los móviles, y amenazan con matar a la población que no dé de comer a los soldados". Su mayor temor es la central nuclear de Chernobil, "donde han dejado misiles que suponen una amenaza para todo el mundo. Hay soldados rusos que no tienen la culpa de todo lo que ocurre. Son jóvenes que entraron por la frontera de Bielorrusia obligados bajo amenaza de muerte. Han tenido que atravesar la zona de alta contaminación. Muchos vomitan estos días. Otros tienen problemas de piel. Están afectados por la radiación", describe Koshuha.
A Valentyna Martynenko se le empaña la mirada. Esta mujer de 70 años, profesora de Física, acude todos los días al local de Altza. Mientras las hermanas Duma estudian, ella empaqueta todo el material humanitario recogido con destino a su país. Hay mucha tarea, pero su mente y su corazón están a miles de kilómetros de Altza. Es una mujer sonriente que se entristece cuando habla de lo que ha dejado atrás. "Tengo que volver a Kiev. Allí están mis dos hijos y mi nieto. Tengo que volver", insiste entre lágrimas.