tal y como reza el cartel sobre la cofia de la enfermera, la de la derecha, se respira el silencio de aquella sala de curas del dispensario médico Santa Isabel, en 1909. Fíjense en la fotografía que encabeza estas líneas. Pierna en alto del paciente al que curan una úlcera, botellas de alcohol, algodón y gasas. El hombre es atendido en un centro gratuito para pobres de Donostia en el que trabajaban tres médicos franceses. El dispensario se ubicaba en la calle San Francisco de Gros, local reconvertido hoy, un siglo después, en una panadería y una tienda de pinturas.

Coquetas muchas de ellas, de puños y cuellos almidonados. Otras con tocas imposibles que obligaban a entrar por las puertas de lado... Son enfermeras de otra época de las que repartían galletas a los niños, zumos de naranja y cucharadas de hígado de bacalao. Ha transcurrido un siglo desde que se instauró en Gipuzkoa la Enfermería como profesión, y nadie mejor que Manuel Solórzano para revivir anécdotas y descubrir la Donostia de principios del siglo XX, todo un referente en el Estado por sus clínicas privadas.

“Había muy pocos fotógrafos en aquella época, y muchas de estas imágenes las he conseguido de enfermeras jubiladas que guardaban estos recuerdos en el trastero como oro en paño”. Es el caso de Carmen, que murió con 97 años, a quien este hombre visitaba todas las tardes para entrevistarla y rescatar un sinfín de detalles. Fue esta mujer la que le dio fotografías de la primera maternidad en Donostia, que por aquella época se convirtió en uno de los edificios más emblemáticos de Europa. Repasa una a una las instantáneas y retratos de mujeres que todavía viven. “Sigo manteniendo contacto con enfermeras octogenarias. Es muy gratificante contar con su testimonio en primera persona”, cuenta absorto el investigador.

Su pasión por la historia de la Enfermería en Gipuzkoa es casi enfermiza. A sus 61 años sigue ejerciendo como enfermero en el servicio de Traumatología del ambulatorio de Gros. Es uno de los pocos historiadores versados en Sanidad, y ha acabado por convertirse en un referente. “Cuando visito a estas ancianas que tantas cosas me cuentan, suelo avisar con antelación a sus familiares para que no se asusten”, sonríe este hombre, con más de 800 artículos en su haber y una docena de libros publicados.

el primer cuarto de socorro

Mendigos y menesterosos

Cofias y prostitutas

Muestra Solórzano una antiquísima foto del número 1 de la Plazuela de las Escuelas (hoy Plaza Sarriegi de Donostia), donde en 1881 se abrió el primer cuarto de socorro. Trabajaba en él un practicante de la calle Narrica. El ayuntamiento había creado la figura del comisario de postulantes, llamado después celador de pobres, que impedía la entrada a mendigos y menesterosos.

La conversación da un salto en el tiempo, hasta rescatar una anécdota sobre la indumentaria de las enfermeras. “¿Por qué estuvieron llevando cofia por la noche hasta 1960?”. Su respuesta no puede ser más sorprendente: “Para que no las confundieran con prostitutas”. El caso es que una década atrás se había empezado a utilizar la penicilina, que a muchos pacientes se administraba cada hora. Ellas dormían en las casas de los clientes para dispensarles la medicación, pero al caer la noche y salir a la calle, los rumores podían desatarse. “Vestían así para que nadie las confundiese”.

Cuenta que los primeros hospitales, como el de San Antonio, que se abrió en la Avenida de Navarra en 1808, eran para pobres. A los pacientes ricos se les atendía en casa. Una de las mayores enfermedades que se debía combatir desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX fue la tuberculosis, que provocaba el fallecimiento de uno de cada diez enfermos.

Rememora el historiador el caos que provocó aquella epidemia. Muestra una fotografía del pabellón infantil Doker, del Hospital San Antonio Abad de Gros, donde se atendía a los niños. “Fue una de las mayores plagas que se combatía con la detección precoz en los dispensarios antituberculosos y el aislamiento en los sanatorios”.

De aquella época es la cartilla antituberculosa, mediante la cual se enseñaba a no escupir en la calle. “La enfermedad se transmitía por el esputo. Si escupías dejabas todos los bacilos. Por eso se utilizaban unas escupideras que luego se quemaban”. Las escupideras de cobre, donde se dejaba el rastro, se estuvieron utilizando en los bares hasta 1960.

Solórzano señala un cartel de época de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja de San Sebastián. “Eran muy coquetas y se compraban sus uniformes a medida en el comercio La Perla Vascongada, una sastrería en la calle Hernani”, desvela. Muchas de estas fotografías las ha conseguido en sociedades gastronómicas como Kondarrak, Umore Ona, Antxeta y la Gimnástica de Ulia, que fueron “las primeras ONG de Gipuzkoa”.

Por aquella época, en la que no había precisamente televisor en las sociedades, sus miembros acostumbraban a entretener las estancias de los pacientes en los hospitales a ritmo de guitarra y acordeón.

Algunas de estas sociedades se convirtieron en “Hospital de Sangre”, como fue Euskal Bilera, un centro creado por el médico Bernardo Elizondo, al que mataron en Tolosa cuando recogía heridos. “Aquí vemos a los camilleros, al practicante, los médicos y las enfermeras”, señala el historiador. La fotografía es de 1936. Muestra otras de unos años antes del Gran Casino, lo que hoy es el ayuntamiento, cedido también como Hospital de Sangre entre 1924 a 1927.

Por aquella época “las enfermeras eran relegadas a tareas de sirvientas y tenían sueldos muy inferiores a los de los enfermeros”. En los hospitales laicos el panorama era deprimente, y en los religiosos un poco mejor, ya que las monjas se dedicaban a enseñar. “Nadie se dedicaba a la enfermería si podía trabajar de otra cosa”.

Muestra el historiador otras fotografías, como la del Hospital Psiquiátrico de Santa Águeda, donde el 8 de agosto de 1897 cayó mortalmente herido el presidente del Gobierno español Antonio Cánovas del Castillo a manos del anarquista italiano Michele Angiolillo.

Otra de las fotos para el recuerdo es la del Palacio Miramar convertido en hospital de la Guerra de Marruecos. “Era un hospital para oficiales y soldados. En aquella ocasión vino Alfonso XIII y se sacó la foto. Ésta me la dio una dama enfermera, una de las que aparecen en la misma instantánea”, señala Solórzano con media sonrisa, al hablar de una monarquía que “por aquel entonces era muy bien vista” pero que ahora no cuenta con tanto predicamento. l