han llorado en los últimos meses más que en los últimos años. Desintoxicarse no es lo más complicado, el verdadero reto viene después, cuando dejen la comunidad terapéutica en la que residen actualmente y traten de reorganizar sus vidas. Hay que corregir renglones torcidos, conocerse a fondo para no volver a caer por la pendiente sin freno de la adicción. “A mí me queda un mes para salir, y claro que tengo miedos. Llegué aquí por mis problemas con la heroína y la cocaína. Estuve ingresado en otra ocasión, pero salía y continuaba con los mismos hábitos. Ahora me doy cuenta de que así no voy a ningún lado en la vida. Llevo consumiendo y traficando heroína desde hace once años. De hecho, no he tenido otro trabajo, y lo que más me va a costar es romper con el trapicheo, del que siempre he vivido”.

Las palabras de este joven resuenan entre las cuatro paredes del caserío Haize-gain, donde reina la quietud. La niebla ha caído en una mañana pasada por agua, en la que los quince residentes del centro, separados temporalmente de su entorno por sus problemas con las drogas, conviven en esta comunidad terapéutica de Agipad, la Asociación guipuzcoana de Investigación y Prevención del Abuso de Drogas.

Se trata de un caserío muy alejado del casco urbano de Oiartzun, donde el silencio solo es roto por el mugir de las vacas y el paso de algún que otro vecino camino de Artikutza. “Las drogas te anestesian los sentimientos. Lo he notado hasta con el sexo, que no tienes ni ganas. Cuando estás ahí metido, no estás para nada”, admite este paciente de 31 años, que acaba de salir unos minutos del “taller reflexivo” en el que se encuentra junto a sus compañeros. Todos trabajan aquí para conocerse así mismos, tarea que bien ocupa una vida, pero que la droga, como “anestesiador vital”, demora. Otros dos compañeros abandonan momentáneamente el taller para hablar con NOTICIAS DE GIPUZKOA.

Atención médica

Hace unos días, el Observatorio Europeo sobre Drogas y Toxicomanías constataba el aumento de problemas sanitarios vinculados a los estupefacientes, así como el incremento del número de consumidores que solicitan atención médica. Este periódico ha querido profundizar en esa realidad. La charla tiene lugar en la cocina, donde huele a manzanas asadas con canela, que ha preparado este equipo de usuarios del centro. “No a todos se les da bien la cocina, pero estos tres pacientes lo bordan”, dice una educadora. También hay dispuestos varios platos de bacalao con pimientos.

El tiempo desapacible del exterior contrasta con el ambiente cálido y sosegado que se respira en esta comunidad terapéutica, pionera en el estado, cuya andadura comenzó en 1982, ofreciendo entonces largas estancias a heroinómanos, que requerían de tratamientos más rígidos que los actuales. El modelo de trabajo ha cambiado ahora, adaptado a nuevos perfiles.

Entre las quince personas que ocupan las plazas residenciales, cuya estancia se prolonga durante cuatro meses, hay un amplio abanico de situaciones: consumidores de cocaína y alcohol, de ketamina, anfetaminas... “Lo mío fue la cocaína durante tres años”, admite un hombre de ojos vivaces. “Jamás había probado la droga, pero fui arrastrado a ella por los clientes de un negocio que monté”. Tenía entonces 24 años, y ya han pasado ocho de aquello. “Llegué por problemas judiciales. Era una alternativa al ingreso en prisión. Y una vez que estás aquí, descubres una forma de conocerte a ti mismo, de recuperar a la familia, y de mantener una disciplina”. Asegura que en el caserío ha llorado la muerte de su padre, ocurrida tiempo atrás. También se emociona con los besos de su hija, algo que no le ocurría antes. “De alguna manera, gracias a esta reeducación vuelves a sentir”.

Problemas con el alcohol

Pero iniciar el programa con éxito pasa por un deseo de cambio, personal e intransferible. A partir de ahí, el servicio de comunidad terapéutica traza una serie de itinerarios. Amalia Urkiola, la directora, recalca que “lo primero es que haya voluntad”, para hacer después un diagnóstico previo al tratamiento. “En este primer paso se realizan pruebas médicas y se entra en contacto con la red de salud mental por si fuera necesario. Se empieza a trabajar a partir de ahí la abstinencia, lo que exige también conocer el entorno familiar. De hecho, en la medida que sea posible, les pedimos que vengan con ella”, explica.

Esta primera fase dura un mes, y a partir de ahí se ofrece un plan de trabajo, que puede requerir el ingreso o no, en función de cada perfil. De ello se encarga un equipo integrado por 13 profesionales, entre educadores, psicólogos y trabajadores sociales, que ofrecen este servicio abierto durante 24 horas al día durante todo el año.

Según cuenta la educadora Maika Santamaría, la separación temporal del medio se realiza con aquellas personas que, por diferentes motivos, se les hace imposible dejar de consumir en su entorno, por lo que requieren de mayor contención. Si bien la estancia se prolonga durante unos meses, a las pocas semanas los pacientes pueden realizar visitas a su entorno familiar, siempre que sea posible, para que el proceso no suponga un cambio radical. Entretanto, los usuarios del centro dicen disfrutar de un buen ambiente. Cuando surgen disputas, disponen de una sala en la que hablar para resolver los conflictos.

La directora de la comunidad asegura que, con frecuencia, “nos centramos en la sustancia, y nos olvidamos de la persona. Prestar atención solo a la droga sería como apagar un fuego en falso. Hay que tener en cuenta que viven muchas situaciones de sufrimiento”. Bien lo sabe la única mujer que actualmente está ingresada en el servicio. Comenzó a tener problemas con la bebida a los 18 años, en su etapa universitaria, y ya han pasado tres décadas de aquello. “Era mi burbuja, mi escape, hasta que te das cuenta de que dependes exclusivamente de la bebida”. Hace once años trató de deshabituarse en una clínica privada de Bilbao. Pero más que por propia convicción fue por mitigar el dolor que le provocaba ver a su madre en la recta final de su vida “No ingresé voluntariamente, y recaí enseguida”, recuerda. Un día le hablaron de la comunidad terapéutica, y aquí parece haber encontrado su sitio temporal. “Esto no es como una clínica, hay un ambiente mucho más familiar. Aquí me encuentro a gusto, es un centro acogedor”, dice en relación a este programa que se incluye en la red asistencial pública, y es gratuito gracias a la financiación del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Gipuzkoa.