Donostia. La sed de venganza ciega y sin escrúpulos del autor de la explosión del miércoles de Hondarribia era de tal magnitud que, paradójicamente, evitó una masacre humana. El segundo artefacto colocado en otra vivienda de su propiedad no estalló porque derramó tanta gasolina que no prendió debido a que faltaba oxígeno para alcanzar la combustión, según explicaron ayer a NOTICIAS DE GIPUZKOA fuentes próximas a la investigación.

Si este explosivo hubiese detonado en el mismo instante que lo hacía el otro, las consecuencias habrían sido desastrosas. Todo indica que el ejecutor del atentado buscaba que el edificio saltase por los aires sin reparar en las vidas de sus moradores. ¿Qué empujó a este hombre de 78 años a cometer ese acto carente de escrúpulos? Al parecer, el origen se encuentra en unas ventanas.

Según relataron a este diario las mismas fuentes, el autor del estallido vendió años atrás a una constructora el viejo edificio, enclavado entre las calles Ubilla, Eguzki y Pintor Etxenagusia, para construir pisos. Tras la operación, mantuvo la propiedad del restaurante Mamu-tzar, que siempre ha alquilado, y, a cambio, la empresa le cedió tres pisos y una suma de dinero. La obra mantuvo elementos originales de la fachada pero, al parecer, cegó unas ventanas de una de las viviendas de su propiedad.

Disconforme con la obstrucción de los huecos, comenzó a pleitear con la constructora y otras instituciones implicadas en la reforma del bloque residencial. Y perdió los cuatro juicios en los que presentó la denuncia dado que, según esta fuente, las propias ventanas se habían abierto de manera irregular.

A pesar de los reveses judiciales, el detenido estaba convencido de que la edificación se iba a derribar, según detalló esta persona que sigue de cerca el proceso investigador.

Ciego de rabia, el autor confeso de los hechos decidió volar por los aires el objeto de sus quebraderos de cabeza como si se tratase de un tablero de ajedrez. Poseído por la ira, dejó de lado el respeto por la vida de los demás y derramó abundante gasolina en los dos pisos, uno orientado a la calle Ubilla y otro a Eguzki. Uno estalló y, con mucha fortuna, no produjo daños personales aunque sí materiales. La otra vivienda sufrió poco deterioro porque el combustible no prendió.

En el caso de que el encarcelado hubiese logrado su macabro cometido, la tragedia podría haberse multiplicado. Algunos de los edificios situados junto al afectado, en pleno casco antiguo de Hondarribia, se construyeron hace siglos y poseen abundante madera. Una gran explosión hubiese afectado a los cimientos y el fuego hubiera prendido como en un fósforo.