A ojos de quienes nos precedieron, los elementos de la naturaleza, estaban habitados por una serie de energías, de fuerzas, de entidades sagradas. Estas energías, unidas al ciclo del propio elemento natural, nos regalaban lo necesario para vivir: los alimentos, el agua, el calor del sol. Pero, igualmente, podían traernos ciertas circunstancias no tan positivas, como por ejemplo, el pedrisco que arruinaba la cosecha. Por ello, debíamos tenerlas a nuestro favor, para lo cual era necesario la realización de una serie de rituales propiciatorios, que en muchos casos, hoy día seguimos celebrando, desconociendo su origen primigenio. Por todo ello, los elementos que rodeaban a nuestros ancestros eran profundamente sagrados por ser los lugares de morada de estas fuerzas de la naturaleza. Esto creaba una relación de respeto, a la que, quizás, deberíamos volver.

En este universo de naturaleza sagrada, contamos con un elemento destacado como es el agua. El agua, además de ser totalmente necesaria para nuestra supervivencia, brota del interior de la Ama Lurra y del cielo, dos entidades sagradas de primer orden, moradas de deidades. Por ello, este elemento ha sido utilizado en numerosos rituales que tenían como objetivo el logro de determinados fines preventivos, sanadores o propiciatorios, como el que se daba en el paraje al que hoy acudimos.

FICHA PRÁCTICA

  • ACCESO: Desde la localidad gipuzkoana de Oñati, asciende la carretera GI-3591 en dirección al Santuario de Arantzazu. Un desvío a la derecha nos lleva en dirección Araotz, por la GI-3592.
  • DISTANCIA: 12.5 kilómetros. 
  • DESNIVEL: 740 metros.
  • DIFICULTAD: Media.

Nuestra ruta parte del barrio de Araotz, perteneciente al municipio guipuzcoano de Oñati, donde aparcamos en los lugares habilitados para ello. En un primer momento, seguiremos las balizas blancas y amarillas de un sendero de Pequeño Recorrido, el PR-GI 3003, “Camino del Agua”, para luego abandonarlo. Desde el propio núcleo rural, una pista de hormigón en ascenso, abandona la carretera que nos ha traído hasta aquí, siempre siguiendo las señales del PR. La pista se convierte en sendero al alcanzar las últimas casas de la barriada e internarnos en un bosque de pinos. Subimos, alternando terreno despejado y bosque, hasta toparnos con una borda. Aquí, podemos tocar con nuestros dedos la vieja tradición de la montaña, consistente en colocar un fresno junto a los elementos arquitectónicos para que ejerciera de pararrayos natural. Tras la borda entramos en un terreno de karst, que nos llevará al impresionante Ojo de Aitzulo. Estamos en uno de las parajes más sobrecogedores de la geografía vasca, un descomunal agujero en mitad de la pared, que se abre al vacío. Es recomendable visitar el paraje con todas las precauciones debidas, ya que la caída hacia el barranco es realmente enorme. Tras disfrutar de la magia de Aitzulo, continuamos con nuestra ruta, retomando las marcas del PR, y seguimos ascendiendo, primero entre rocas calizas, para luego salir a una zona despejada. De esta forma alcanzamos la balsa de Aitzgain, cercana a un túmulo neolítico, desde la que una senda asciende, abandonando las balizas del PR, entre rocas directos a la cumbre de Orkatzategi, de 869 metros de altura. Las vistas son sublimes, el mágico Anboto nos recibe magnético, Udalatx, Aloña, el embalse de Urkulu..., un maremagno de cumbres y valles increíbles. 

Escalada y fertilidad

Tras disfrutar del espectáculo, descendemos en dirección S., buscando el collado de Urtaro, donde cambiamos radicalmente de dirección, en este caso hacia el N. Vamos descendiendo entre los farallones de Orkatzategi, hasta alcanzar el barrio de Urrexolagarai y después llegar al de Urruxola. En este punto, tomamos una senda con escaleras hasta el caserío Barrenetxe, donde buscamos un canal, en dirección S. Seguimos las balizas amarillas y blancas, caminando junto a la conducción de agua, y salir a la carretera GI-3592, que da acceso al barrio de Araotz. Debemos caminar un tramo de asfalto, unos 250 metros, hasta topar con un sendero que asciende a nuestra derecha, pegado a los paredones. Estamos en la conocida escuela de escalada de Araotz, una referencia mundial por la dificultad técnica de sus rutas. Es fácil ver escaladores jugando con el vacío, realizando auténticas acrobacias sobre sus pies de gato. Una pequeña subida nos lleva hasta la ermita y gruta de San Elías de Araotz. Y es aquí donde se localiza un paraje insólito de nuestra tradición milenaria como es la pileta ritual de Sandaili. José Miguel de Barandiaran recogió una curiosa tradición que nos habla de los antiguos cultos a las aguas.

La ermita de San Elías de Araotz, se agazapa en el interior de la cueva, probablemente buscando la cristianización de cultos acuáticos de carácter pagano que aquí se celebraban. Era tradición que las mujeres acudieran allí a realizar un arcaico ritual de fertilidad. Metían en la pila, que se llena con agua de una estalactita que hay sobre ella, tantos dedos de la mano como hijos querían tener, también se sumergían en la misma pileta, hasta la cintura en un rito llamado “berau”, es decir ablandarse. Tras la ceremonia, se dejaban en las manos de la imagen del santo del interior de la ermita ropitas de bebé a modo de ofenda. Según parece, en este paraje se dio un ancestral culto a una deidad indígena prerromana, llamada Ivulia. 

Tras tocar el viejo rito con nuestras manos, regresamos a la carretera, para completar los 1,5 kilómetros que restan hasta el punto de partida.