Lo ve. Lo siente. Lo huele. El Sanse de Xabi Alonso está a un solo partido de ascender a Segunda División. Lo cual no significa que la empresa vaya a resultar sencilla. La temporada ha consistido para el filial txuri-urdin en ir subiendo escalones. Poco a poco. Uno a uno. Así que nadie va a venir ahora a explicar a los potrillos la dificultad que implica cada peldaño. Primero se aseguraron un billete para la nueva Primera Federación, categoría de bronce del fútbol estatal el próximo curso. Después firmaron una sobresaliente segunda fase liguera, que concluyeron como campeones de grupo. Y este sábado superaron al Andorra en la semifinal del decisivo play-off. Lo hicieron, además, completando una actuación plena de madurez, arrancando como motos y reponiéndose después a fases más complicadas.

Porque lo dicho. Arrancó muy bien la cosa. Con los realistas moviendo rápido el balón, circulándolo a través de un Petxarroman metido a centrocampista, y presionando con acierto en posiciones muy adelantadas. Un robo en el minuto cinco terminó con un claro penalti sobre Alkain que el árbitro se comió con patatas. Pero, en la siguiente jugada, un disparo txuri-urdin impactó en la mano de un defensor y, ahí sí, el colegiado señaló el punto fatídico. Robert Navarro anotó desde los once metros y puso en ventaja a un Sanse que encaró justo desde entonces los momentos de mayor sufrimiento en todo el choque.

El Andorra pasó a hacerse con el dominio del balón. Logró encontrar pasillos para conectar con sus interiores, y supo burlar el bloque alto txuri-urdin gracias al buen juego de espaldas de su delantero Carlos. Riverola empataría en un libre directo en el minutos 36 tras error blanquiazul en la salida de balón. Lástima. Porque ahí Xabi Alonso ya había acertado a ajustar a los suyos. Mandó a Karrikaburu, que se estaba quedando con el pivote Rai, a apretar arriba junto a Alkain. Lobete se quedó ya con su lateral. Y Robert Navarro pasó a ayudar dentro para facilitar un tres para tres en la medular junto a Urko y Olasagasti. Bingo.

Fue como si el técnico txuri-urdin cogiera una llave, la introdujera en una cerradura y candara el partido. Este siguió jugándose a un ritmo elevadísimo, con ambos equipos lanzándose a la yugular del rival. Pero ya sin los acercamientos peligrosos de la primera media hora. El contexto sí dio, en cualquier caso, para que cada acción se peleara al límite y cada lance, cada carrera, se definieran por milímetros, por centésimas. En una de estas, el andorrano Vilà se llevó por delante a Sola. Segunda amarilla. A la calle. Circunstancia que su equipo no pareció gestionar del todo bien.

Sobreexcitados, los de Eder Sarabia se perdieron en un mar de protestas mientras el Sanse seguía a lo suyo. Jugando con aplomo. Y beneficiándose de la cintura de su técnico, quien para la prórroga dibujó un esquema de tres centrales y dos carrileros. Abriendo así al rival, los txuri-urdin encontraron caminos hacia la portería de un Andorra que se quedaría con nueve en el minuto 101, aún con 20 por delante, después de una entrada criminal de Pastor a Jon Pacheco. Tocó tapar los ojos en un par de faltas lejanas colgadas al área de Ayesa, pero las claras ocasiones de Garrido y Aldasoro, ambas en la prolongación, invitaban a pensar que llegaría el gol de la tranquilidad (el empate servía al Sanse por su condición de ampeón de grupo). Lo marcó Lobete tras un envío largo del propio Pacheco, dando pie a una piña de camisetas blanquiazules que tocará volver a dibujar la semana que viene por tierras extremeñas. Será la mejor señal.