Aunque mi afición por la Real vendría de antes, recuerdo el primer día en el que fui consciente de que mi amor a los colores txuri-urdin no se iba a romper jamás, el 26 de abril de 1981, la fecha en la que cumplí 6 años. Días antes, mi ama había organizado, junto a las madres de un par de amigos, una merendola, en una campa del pueblo, para celebrar mi cumpleaños. Una idea que, pese a que lo lógico fuera que le encantara a un niño de esa edad, no me motivó en absoluto. Hacía días que yo tenía en la cabeza que la Real se jugaba ese día algo importante (el título de Liga); lo había escuchado en la calle, sobre todo, a chavales algo mayores que yo. Y, por supuesto, no quería que nada me distrajese de ese momento.

Es verdad también que a una madre, y menos con esa edad, no se le debe llevar la contraria, pero, tras un tira y afloja que duró varios días, llegamos a un acuerdo: hacíamos la merienda en ese lugar con la condición de que pudiera llevarme el transistor de mi aita. Trato hecho. Y así celebré el primer título que el equipo realista conquistó en Gijón, entre amigos rodeando esa radio que apoyé en un pedrusco... y fundiéndonos todos en un abrazo cuando escuchamos cantar el gol de Zamora. Un gran abrazo de gol.

Después, un año más tarde, llegó el segundo título liguero, aunque fue un día antes, el 25 de abril, tras ganar al Athletic. Ya me estaba imaginando una nueva escena como la de 1981, el día de mi cumpleaños... Y aunque se adelantara un día, lo celebré de igual manera, entre abrazos de mis amigos. ¡Qué mejor manera!

La Copa de cinco años más tarde, esta ya en el mes de junio de 1987 contra el Atlético de Madrid en una eterna tanda de penaltis, asimismo, la recuerdo disfrutándola con ellos. Esos amigos a los que no pierdes jamás y con los que te reúnes cuando la ocasión merece la pena. Y junto a ellos también me sequé las lágrimas un año después, con la dolorosa derrota contra el Barcelona.

Desde entonces no he dejado de admirar a la Real, tanto en las victorias como en las derrotas, pese a que no haya podido conseguir un nuevo título, como aquellos que logró cuando yo era un niño. En 2002 sí que estuvo cerca de volver a ganar la Liga, pero esa ocasión ya la viví ejerciendo de periodista, una profesión que te acerca por momentos a los protagonistas pero que te aleja, de igual manera, de disfrutar a lo grande de los éxitos. La satisfacción o la decepción es la misma, pero el tener que cumplir con tus deberes profesionales te obliga a analizar de una manera más fría todo lo que ocurre en torno al club blanquiazul. Eso sí, nadie borrará de mi memoria cómo se celebró esa noche, la del 22 de junio, el subcampeonato liguero.

El ascenso de 2010, en otra tarde de junio (la del 13, concretamente), fue otra fiesta txuri-urdin que solapó el desencanto del descenso tres años atrás. Por un motivo bien diferente, porque la Real recuperaba ese lugar en la elite que no debió abandonar, pero también se desbordó la alegría. Y salvo en las semifinales coperas de 2014, nuestro equipo no ha vuelto a estar tan cerca de alcanzar la gloria en estos 33 años.

Por todo esto, y pese a los meses que hemos tenido que esperar por los efectos de la pandemia, esta final de Copa me ha trasladado a mi infancia, a esos abrazos en los que me envolví con mis amigos, a ese primer día en el que prioricé lo que se jugaba la Real por encima de mi cumpleaños. Y aunque en esta oportunidad también me tocará cumplir con los lectores de NOTICIAS DE GIPUZKOA, a los que esperamos ofrecer la mejor información de esta histórica final ante el Athletic, prometo volver a abrazarme a ellos, a los mismos que me acompañaron el 26 de abril de 1981, en cuanto les vuelva a ver.