Hay cosas en la vida que suceden sin que tengan la más mínima explicación. No sé en qué cabeza entra que en nuestra anterior casa, un día salí al balcón mientras hablaba con mi mujer que estaba tirada en el sofá, simplemente para ver pasar el tiempo y la vida, y presencié un accidente de coche. Una conductora perdió el control de su vehículo y acabó estrellándose contra los quitamiedos de los dos lados de la carretera sin que sufriera ningún daño físico más que el lógico y consiguiente susto morrocotudo. La situación primero me recordó a la escena de los guardia civiles de Airbag, una de las películas más delirantes que he visto jamás en el cine, en la que el teniente se pregunta si es buena o mala suerte que tres coches en plena persecución no les arrollen a toda velocidad de milagro. Y después, sin duda, me llevó a pensar que eso solo sucede una vez, que fue un guiño del destino y que ocurrió simplemente porque me encontraba en el momento exacto en el lugar adecuado. En el sentido casual de la expresión, en lugar del más oportuno, porque les garantizo que no es plato de buen gusto presenciar un accidente porque nunca sabes el alcance que puede tener. ¿Qué explicación se le puede encontrar a que justo en ese instante decidiese salir a la terraza, mirar hacia la carretera mientras hacía unos estiramientos porque ya por aquel entonces estaba más tieso que la mojama y de repente a una pobre mujer se le fuese el coche y se estrellara delante de mis narices? No la busquen, no la hay. Y no crean, aunque parezca mentira, te hace darle al coco, como alguna otra circunstancia existencial que me tiene muy tocado últimamente y que, como el accidente, no tiene nada que ver con el fútbol (o quizá un poco) y sí con la vida (los 25 amigos que nos reunimos el martes en la sociedad La Esperanza situada en la donostiarra Parte Vieja saben de lo que hablo). 

El factor aleatorio del fútbol

Aunque los más puristas sigan intentando convencernos de que no, el fútbol cuenta con un factor aleatorio que suele decidir muchos más partidos de lo que pensamos. Me hizo gracia escuchar a Sarabia, el hijo, hace poco al explicar en Radio Marca que “muchas veces los periodistas más analíticos destacáis variables tácticas que no se han trabajado, porque son los jugadores los que perciben la debilidad rival y tratan por su cuenta de hacer daño a sus adversarios”.

A lo que iba, estar en el momento exacto en el lugar adecuado. No hay una cuestión más importante en el fútbol, por encima incluso muchas veces de otras como el nivel técnico y físico de un futbolista. Lo mismo sucede con los entrenadores. Si bien es cierto que, por ejemplo, las dos primeras veces que Imanol tomó las riendas lo hizo con una manguera de bombero para apagar fuegos que no le correspondían, también lo es que en su primer año desde el inicio la dirección deportiva le diseñó un equipo de ensueño que le permitió tocar la gloria con la Copa para siempre. 

Sergio Francisco

No se puede decir lo mismo del pobre Sergio Francisco. Incluso entre sus propios compañeros entrenadores en Zubieta todos destacaban que no lo iba a tener fácil porque heredó una situación tóxica por los dos polos opuestos. Por el del éxito y lo felices que fuimos y por el de un final no deseado que acabó radicalizando a los más agoreros y negacionistas. Una herencia envenenada que exigía comenzar bien para ahuyentar fantasmas, estar protegido y, lo más importante, evitar que se evaporara la supuesta máxima confianza que tenía el presidente en sus posibilidades. Desgraciadamente no ha sucedido ninguna de las tres claves, por lo que, seamos sinceros y realistas, la situación pinta mal y viendo cómo le apuntan los socios del presidente que bien rápido se han encargado de sacarle de la fotografía de la crisis para intentar que no le salpicara mientras publicaban a los cuatro vientos el extraordinario éxito de sus negocios personales, me temo que, muy a mi pesar y salvo remontada rápida y heroica tipo Montanier, el técnico tiene un rejón de muerte cuando no se ha cumplido ni un cuarto de competición. Y solo le va a salvar una remontada milagrosa a lomos del esperado Yangel Herrera, que se puede decir que jamás se ha visto en otra igual con ese papel de súper héroe porque él, aunque sea muy completo, siempre ha sido otro tipo de futbolista, más peón que violinista, más de barro que de salón.  

Hablando con una persona cercana al club el pasado verano, ambos coincidimos en que para Sergio iba a ser muy importante arrancar muy bien, porque si no la cosa podía complicarse mucho. Como así ha sido. Entre otras cosas, porque dado el ambiente enrarecido que se respira en torno a la Real en los últimos meses, su nuevo técnico iba a estar muy expuesto, tanto en el campo si el club le dejaba a la deriva sin los refuerzos pertinentes llegados a su hora, como en la sala de prensa, donde es una persona tranquila y sin dobleces, de las que merece mucho la pena, pero a la que le cuesta transmitir. 

No deja de ser curioso. Antes, incluso en este club, se buscaba entrenador con chándal motivador y con carácter, luego se fueron a las antípodas y peinaron el mercado a la caza de un técnico con corbata formado y con buen gusto para el juego. Y después se intentó mezclar ambas cosas en una coctelera. Me hace gracia cuando muchos aficionados realistas reclaman a un general que los ponga rectos y recurren a imágenes de Luis Enrique, que comenzó su carrera en los banquillo precisamente en Balaídos, tirando todo lo que está por encima de la mesa del vestuario porque la Real les estaba amargando la noche de Champions. O si lo prefieren, más reciente, la charla de Almeyda, el técnico del Sevilla, en el duelo ante el Barcelona, incidiendo en que tenían que poner corazón y huevos (se echaba la mano a la entrepierna). Pero vamos a ver, si eso ya lo teníamos en los últimos seis años. O es que no han oído contar a Oyarzabal que en un descanso de un partido en Madrid con el Sanse volaban por el aire botellas de agua mientras parecía que iba a tirar paredes con sus gritos. Lo siento, no cuenten conmigo para transmitir ese mensaje. Cada maestrillo tiene su librillo y por lo que a mí me cuentan Sergio transmite donde tiene que hacerlo, que es en el verde, por mucho que ahora le quieran echar en cara que ve los partidos parado con las manos en los bolsillos. He conocido pocas remontadas para salvarse como la del Rayo en la temporada 2001-02, cuando en poco tiempo pasó de ser colista a estar casi fuera del descenso, y una de las claves era su convicción y que salían como motos al campo cuando su entrenador era Goyo Manzano, al que no le he oído dar una voz más alta que otra. 

El fútbol es un estado de ánimo

La llave de todo es que el mensaje llegue y cale en la plantilla. Dicen que el fútbol es un estado de ánimo y yo creo que los propios clubes también lo son. Hay que salir de verdad de esta burbuja deprimente para calibrar las capacidades de nuestro entrenador. Si pensamos o le han dado una bola más, estamos perdiendo el tiempo porque su destitución será la crónica de una muerte anunciada. Y seremos como el Celta, que muchas veces se ha mirado en nuestro espejo, sin darse cuenta de que nunca sería igual mientras no tardara en despedir a sus entrenadores después de haber acabado muy bien el curso anterior. Vamos a intentar salir lo más unidos posibles del hoyo, porque será la mejor manera de construir futuro. Sin voces, aspavientos, ni botellas volando. Con sentido común y buenas decisiones. Los hay con suerte que caen de pie y otros, como Sergio, tienen que currarse su propio momento exacto en el lugar adecuado. Aunque muchos no quieran verlo ya, seguimos todos a tiempo de todo. ¡A por ellos!