No es el mejor invitado el Atlético de Madrid ni para hacer ni para irse de fiesta. Eso lo sabíamos todos de antemano. También éramos plenamente conscientes de que la Real Sociedad había consumido hasta su último gramo de energía en un magnífico sprint para alcanzar una notable sexta plaza después de todas las vicisitudes que ha tenido que soportar durante una campaña eterna. Tan larga que a muchos se les ha olvidado que esta plantilla se metió entre los 16 mejores de Europa jugando como pocas veces se ha visto en Donostia. Y eso que de excelencia o de quedarnos cerca de ella entendemos un rato pese a quien le pese y lo discuta quien lo discuta. Como hemos venido comentando en estas últimas jornadas, los dos malditos penaltis de Mallorca y el sobrecogedor mazazo que se llevó la afición no pueden condicionar el análisis de la temporada. Empezando incluso con que se trataba de toda una semifinal de la competición a la que, desgraciadamente, no asoma con tanta regularidad como nos gustaría la Real.
Con el billete a Europa sellado ante el Valencia y la categoría de business adquirida por el mismo precio en el estadio Benito Villamarín de Sevilla, la Real acabó sucumbiendo frente a un Atlético rocoso e incómodo. Que compite hasta cuando no hay nada en juego hasta desesperarte y sacarte de quicio.
Los rojiblancos se adelantaron pronto con un gol de Lino y cerraron el choque con otra diana, esta vez de Reinildo en la prolongación no ya del partido, sino de toda la temporada. Y la verdad es que duele. Porque contra el Atlético, aunque no haya puntos en liza, siempre se pone en juego el orgullo, y porque la afición txuri-urdin no ha estado sobrada de alegrías en Anoeta durante ese curso. Las cosas como son. Por momentos pareció que el resultado iba encaminado a un 0-4 y en otros que la Real podía ser capaz de remontar, pero la única realidad es que el Atlético ganó bien y Remiro fue el txuri-urdin más destacado. Con eso queda también todo dicho y resumido.
Un once diferente
Un último baile sin apuros ni agobios patrocinado por la meritoria clasificación europea sellada en la penúltima estación en una final en campo contrario en nada menos que el Villamarín y sus 58.000 fanáticos. Imanol reconoció la víspera que, a pesar de los cuatro días de descanso, la plantilla realista continuaba muy mermada por el extraordinario esfuerzo que ha tenido que hacer en un nuevo sprint con premio gordo que se resumen en los veinte puntos de 30 sumados tras el doloroso KO ante el PSG. Por lo tanto, nadie que se lo propusiera se quedó cerca de acertar los elegidos por el oriotarra.
Como sí se esperaba, Remiro, que se jugaba el Trofeo Zamora, ocupó la portería, con Traoré, Aritz, Pacheco y Tierney en la zaga. Un mediocampo formado por Turrientes, Brais y Zakharyan; con un tridente en punta compuesto por tres extremos, Barrenetxea, Kubo y Becker como ariete.
Enfrente un Atlético con todo titulares y con su habitual esquema de tres centrales con carrileros largos que forman defensa de cinco cuando se repliegan.
Hacía bastante calor, pero la Real entró muy fría en el partido. Sobre todo su retaguardia, que no transmitió seguridad desde el primer minuto. Kubo profundizó por su banda y su centro lo cabeceó con fuerza pero fuera Zakharyan.
A los ocho minutos se confirmó el desastre defensivo en una jugada en la que Marcos Llorente rompió por su banda descolocando a Pacheco y su centro lo aprovechó completamente solo Lino, algo que podía haber hecho perfectamente Griezmann, que también llegaba libre como en el jardín de su casa. Una pena porque la víspera el Girona decidió darlo todo para intentar que su compañero Dovbyk acabara pichichi y lo logró.
No se puede decir que contra el Atlético sucediera lo mismo con Remiro, en su carrera por el Zamora, dadas las facilidades concedidas por los suyos. Con la Real deambulando por el campo y buscando insistentemente centros en cuanto podían sin contar con un referente en el área, Lino estuvo a punto de lograr el segundo al rematar fuera un buen servicio del siempre escurridizo Correa. Un jugador que, por cierto, no recaló en su día en la Real por la prohibición de fichar que recibió el Atlético.
Los madrileños no tardaron en recular en cuanto pudieron porque es su naturaleza y la Real se fue metiendo en el encuentro. Griezmann salvó bajo palos un cabezazo de Becker tras un disparo fallido de Zakharyan en el rechace de un saque de esquina. Remiro salvó con apuros un córner directo ejecutado con malicia por Correa y, en los mejores minutos de la Real, un brillante Brais, se quedó a centímetros de marcar en un balón que salvaron entre Oblak y Azpilikueta y un poco más aún de culminar una preciosa pared con Barrenetxea cuando lo tenía todo a su favor para anotar. Zakharyan trató de sorprender sin éxito a Oblak en una falta lateral directa y, en la última jugada del primer acto, y en una nueva demostración de la permisividad de la zaga blanquiazul, Llorente disparó solo al borde del área obligando a Remiro a firmar el paradón de la tarde.
Por cierto, cabe destacar la bula del Atlético para protestar al colegiado, que siempre hemos creído, hasta el partido de Anoeta, que era el que menos licencia concedía para hablar con él y recriminarle cosas. En este caso, especial mención para la barra libre de Koke, hasta que por fin se llevó una tarjeta amarilla de libro, y De Paul. A un nivel superior a la tabarra que daba a los colegiados el propio Xavi y sus acólitos en el Barça.
Una Real previsible
En la reanudación volvió a notarse que los deberes estaban hechos, ya que la Real arrancó de nuevo plomiza y previsible. Kubo rompió la apagada dinámica con la jugada de la tarde que culminó con un certero y ajustado disparo que salvó Oblak. La Real dominaba, pero las contras de los visitantes siempre llevaban mucho más peligro. Llorente se volvió a topar de nuevo otra mano espectacular de Remiro. Un centro de De Paul botó en el larguero, a pesar de que el meta realista estaba atento. Morata aprovechó un socavón en el eje de la zaga para plantarse solo, aunque no pudo superar a un Remiro que se hizo grande en su salida. Y, aparte de un disparo de Becker, que repelió un defensa, la única otra aproximación con veneno de los locales fue un chut casi sin hueco de Turrientes que detuvo el esloveno.
Y colorín colorado, esta temporada se ha acabado. Para los anales de la historia quedará el reluciente resplandor de la Champions League, la amargura final de una bonita aventura en la Copa y el valor y la resiliencia en la Liga para asegurarse una sexta plaza que hay que apreciar en su justa medida. Es decir, mucho. Dicen que una tragedia como la sufrida ante el Mallorca suele ser el preludio de una alegría enorme. Este equipo se lo merece. Su eslogan sigue siendo el mismo, lo mejor está por llegar. Que no se baje nadie de este barco, porque el camino más corto para la gloria se escribe con la estabilidad y la continuidad de la guardia pretoriana del patrón Imanol. Merece la pena quedarse y esperar...