Cada aficionado lleva el duelo de la derrota como puede. Yo siempre defiendo que las grandes alegrías, que desgraciadamente en un club terrenal como el nuestro suele haber pocas, hay que celebrarlas a lo grande. Dejarse llevar para, siempre con respeto máximo al rival y a los presentes, dar rienda suelta a tu felicidad. Que nunca sabes en cuánto tiempo vas a poder disfrutar de otro momento de plenitud balompédica.

Con las decepciones sucede lo mismo. Son personales e intransferibles. Todas las sufrimos a su manera, como cantaba el gran Sinatra (cómo le gustaba a mi aita el bueno de Frank). El dolor de la derrota es muy difícil y muy duro para jugadores, entrenadores y, por qué no decirlo, aficionados. Los psicólogos deportivos suelen diferenciar tres fases, tal y como explica Juan Miguel Bernat. “La fase 1 consiste en vivir el dolor, experimentarlo sin tener ninguna prisa por salir de él. Una fase 2 en la que se tiene que aceptar el dolor y aceptar lo que ha pasado, y una fase 3 que reside en mirar al futuro. Durante la fase 2 resulta muy útil hacernos una serie de preguntas: ¿Qué podría haber hecho mejor o de otra forma? ¿Qué no hice? ¿Qué hice mal? ¿Cómo podía haber hecho bien eso que hice mal? ¿Qué hice bien? Y las más importante, ¿qué necesita el equipo de mí ahora?”.

Después de diez malditos días que tardarán mucho tiempo en olvidar porque desgraciadamente han pasado a la historia al ser un momento álgido del club, todos los realistas seguro que se encuentran divagando por las tres fases. En mi caso, diferencio claramente entre el disgusto ante el PSG, tras el que me encuentro ya en una madura y sensata fase 3, y el agujero negro sideral en el que caí después de caer en la tanda de penaltis frente al Mallorca, que me ha dejado anclado sin mucha pinta de poder avanzar en un breve espacio de tiempo en la fase 1. No es que me haga preguntas de superación personal, es que incluso no paro de relacionar cosas que le pasan al equipo que doy por seguro que hubiesen cambiado el signo de una eliminatoria que, contra ese rival, de diez pasamos nueve. Me explico: cuando vi correr a Barrenetxea haciendo slaloms ante el PSG me flagelé y me torturé pensando que con él en el campo hubiésemos pasado seguro. Y más pensamientos impuros que siento comunicarles, por si pretenden entrar en mi agujero negro, que no se lo recomiendo para nada porque solo es una actitud infantil y autodestructiva de un hombre atormentado.

Todo esto de la teoría y de las fases está muy bien y sinceramente pienso que corresponden a la evolución del tormento, pero el fútbol tiene muchas cosas que se saltan las reglas. Y normalmente se basan única y exclusivamente en el sentimiento. Resulta imposible encajar en ninguna de estas fases la inolvidable reacción de Anoeta en los últimos minutos del encuentro del PSG, que nos emocionó hasta la lágrima a los blanquiazules de cuna y sobrecogió a los que estaban de paso, como muchos periodistas. Una reacción espontánea e improvisada, surgida desde el propio disgusto por la impotencia de no poder superar a un coloso como el PSG, pero impregnada en orgullo y agradecimiento. Una sincera gratitud por hacernos disfrutar y soñar en la máxima competición de clubes. Por haber jugado mejor que nadie en la fase de grupos y habernos hecho volar en noches mágicas e inolvidables como las dos del Inter, las dos del Benfica y la de Salzburgo. Un reconocimiento leal y romántico en plena crisis de resultados y solo una semana después de habernos llevado el disgusto más dramático de la era Imanol tras una desgarradora muerte a pellizcos contra el Mallorca.

No se equivoquen, no es normal. No sucede en todos los campos. El resto de los campos no son así. Siempre he defendido que la afición de la Real es la mejor en la derrota, la verdadera prueba del algodón. Porque en la victoria todos somos iguales. Que todo el estadio celebrase de espaldas el estéril gol de Merino y entonase el Txoria txori más vibrante jamás escuchado en un estadio porque se cantó con el alma fue la mayor prueba del incondicional amor que siente la parroquia txuri-urdin por sus colores y por este equipo. Y si sus héroes, auténticos gladiadores, se exprimen hasta el final para estar a la altura de la exigencia de su gente a pesar de que sabían que ya no tenían nada que hacer, solo recibirán muestras de cariño y devoción. Sabemos quiénes hemos sido, lo que somos y lo que queremos seguir siendo. Y estamos plenamente convencidos de que es esta fórmula la que nos ha llevado a la gloria. ¿Que este año no se ha podido celebrar nada? ¿Todavía falta sellar el pasaporte europeo por primera vez en cinco años seguidos? Pues qué se le va a hacer. Pero si nuestro equipo juega como los ángeles ante auténticos gigantes como el vigente subcampeón de la Champions y se deja hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas, aquí se lo agradeceremos siempre y hasta lo festejaremos.

Que sí, entiendo que a muchos no les convenza venirse arriba en la derrota, a los exigentes e inconformistas que pensaban que con esta plantilla se podía haber hecho aún más y a los críticos que censuran que el plantel ha llegado de nuevo agotado al momento clave, pero este equipo solo se merecía salir de Europa esta campaña por la puerta grande y aclamada por una parroquia encantada con todo lo mucho que siente que le ha dado por el camino.

Nunca va a llover a gusto de todos. Yo, por ejemplo, no supe digerir la celebración del subcampeonato de la que consideré que era mi Liga en 2003 y no participé en el festejo. Menuda fiesta txuri-urdin la de aquel día, ahora me arrepiento. Muchos no se acuerdan que una de las tardes más bonitas que acogió Atotxa fue en 1979, también contra el Atlético y también después de perder el liderato en la penúltima jornada ante nueve en Sevilla. El equipo se vio obligado a dar una vuelta de honor y la afición se rompió las manos a aplaudir entre lloros y vítores. De esa maravillosa semilla brotaron dos títulos de Liga. Seguro que ahora nos espera algo muy bueno… La mágica simbiosis grada-equipo que se vivió el pasado martes en Anoeta tiene un nombre y se llama la fase Real. Si es por nuestro equipo, a corazón abierto, todos unidos y con un mismo grito de guerra, siempre merecerá la pena. Ahora toca estar a la altura, reaccionar y entrar en Europa. Por tu fiel e inigualable afición. Por Joseba, Amaia, toda una madre coraje, y Aingeru, para que veas que también nos acordamos mucho de ti. Los que han seguido este periódico esta semana ya me entienden. ¡A por ellos!