Esta sección nació y se desarrolla desde el humilde propósito de descubrir al lector cosas nuevas, circunstancias de los partidos que pasan desapercibidas y que merecen ser subrayadas al resultar determinantes para el marcador final. Después de lo de este martes contra el PSG, sin embargo, no descubriremos aquí nada que no viera el 95% de los asistentes a Anoeta. Luis Enrique aparentó, mediante la hoja de alineaciones, ordenar a sus delanteros de forma idéntica a la del Parque de los Príncipes. Luego, cuando el balón echó a rodar, dejó claro ya que había modificado los perfiles de Barcola (derecha) y Dembélé (izquierda en fase defensiva). Pero la auténtica madre del cordero se daba cuando el cuadro francés tenía el balón, fase durante la que todos apreciamos enseguida ese dañino movimiento del propio Dembélé. Abandonaba su ala para que la ocupara Mbappé, y se convertía en cuarto centrocampista para recibir una y otra vez a la espalda de Brais, también al costado de un Zubimendi fijado por Zaïre-Émery. Menudo destrozo causó a la Real Sociedad durante un cuarto de hora espeluznante.
El PSG enganchaba por dentro a la Real jugada tras jugada. Y resultaba evidente que algo no funcionaba. Futbolistas txuri-urdin con los brazos abiertos, corrillos de tres o cuatro jugadores tratando de arreglar las cosas, excursiones al área técnica de Imanol para buscar soluciones... Sucedió incluso que Brais tuvo que esperar más de la cuenta para botar una peligrosa falta lateral, ya que Le Normand se encontraba en la zona de banquillos recibiendo la instrucción definitiva. Tuvo toda la pinta de que fue entonces cuando el míster le asignó la marca de ese Dembélé flotante que manejaba el encuentro a su antojo... y algo se ajustó el equipo a partir de entonces. El caudal de ocasiones visitantes, con el estratosférico Mbappé aprovechando el contexto, menguó en gran medida a partir de ese minuto 20. Pero los nuestros nunca llegaron a adaptarse del todo al complicadísimo panorama.
Si la mencionada posición del ex del Barça resultó clave en el 0-1, el 0-2 llegaría después con el atacante galo hurgando aún más en la herida. Detectó que ya le perseguían. Y empezó entonces a pedir el balón en posiciones cada vez más bajas, casi como pivote, permitiendo a Fabián ganar altura para recibir en posición ventajosa. Fue el andaluz quien dejó de cara a Kang-in Lee para que este diera la asistencia del segundo gol, preludio de un final con su carga emotiva. Marcó casi sobre la bocina Mikel Merino, y la gente, que no es tonta, lo celebró así por algo. No asistimos al festejo excesivo de una diana intrascendente. Fue, más bien, el homenaje a una trayectoria europea repleta de alegrías y de experiencias. El fútbol también va de eso.