Mi aita llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja. Con ocho años, me metí en la cama más inconsolable que Imanol, después de que le atracaran a la Real en la semifinal de la Copa de Europa en Hamburgo (siempre está bien recordarlo, para los olvidadizos) y tras el error de Arconada, que era mi adorado ídolo, y me pasé más de una hora llorando en un hotel de Estepona, donde estábamos de vacaciones, hasta que, alarmado, decidió que ya estaba bien y que no podía seguir así. Tampoco le tranquilizó en exceso el hecho de que aprendí a leer por la tabla de resultados de la Liga. Como me los sabía todos, fui reconociendo los nombres de los equipos y así aprendí a juntar letras. Eso sí, era capaz de preguntar si un Hércules-Osasuna era en Hércules o en Osasuna. Si es que en el fondo, no hay nada que te proporcione más cultura que el fútbol. Ya lo decía yo, tanto libro y tanto estudio…

El caso es que cuando mi aita ya pensaba que había logrado controlar mi locura, volvió a mirarme con cara rara cuando en un concurso que organizaba El Día Después en Canal + había que acertar un gol que emitían en codificado. No sé si era porque estaba acostumbrado a seguir encuentros así, pero dije en casa “ese es uno que le marcó el Superdepor al Valencia”. Cuando lo resolvió un espectador que llamó, recuerdo su cara de estupefacción. Lo más fuerte de todo es que sólo un par de semanas después, esta vez con mi padre y mi hermano presentes, dije sin titubear: “Es el gol que le marca el PSG al Madrid para eliminarle, lo que pasa es que la imagen es desde el otro ángulo porque en Francia lo televisaron así (el famoso cabezazo de Kombuaré)”. “¿De verdad? Llama”. No lo hice porque me daba pereza y vergüenza, pero la clavé en la diana de nuevo.

En realidad no tiene ningún secreto más que no parar de ver fútbol. Y yo, desde muy txiki, me tragaba todo lo que estaba a mi alcance, lo que suponía la Liga y el Telefoot de los domingos por la mañana (no había ningún día que mi aita no se sorprendiera por el interés con el que seguía el campeonato vecino). Es por este motivo que siempre me extrañaba mucho que la Real no tuviera controlado el prolífico mercado galo, ya que era una mina de oro accesible a sus posibilidades si se movían con celeridad y apostaban por el talento joven. Algo parecido a lo que han hecho con Sagnan y Cho, que salieron mal. A Griezmann le metería en otro saco, pero en ese caso el acierto fue espectacular al ser, probablemente, el mejor canterano salido de Zubieta.

París es una ciudad con influjo. Y el PSG siempre ha sido un equipo que me ha atraído mucho. Después de que entraran los millones árabes, se erigió en uno de los clubes más odiados por el resto de aficionados franceses e incluso hasta un sector importante de su gente repudia que jueguen con cartas marcadas y demuestren un dominio aplastante y abusivo, que incluso hace que no le importe compartir título de Copa con su rival de menor categoría. Están por encima del bien y del mal.

Ici c’est Paris se puede leer en una de las tribunas. Y Paris c’est magique en uno de los fondos. Quizá sean las dos cualidades que más ha perdido su equipo al convertirse en un club estado: personalidad y magia. El conjunto parisino ha tenido plantillas y futbolistas extraordinarios. Equipos adelantados a su época que jugaban al fútbol de maravilla. Siempre apostaban por el buen gusto, lo cual provocaba que muchas veces se les escapara la gloria. Es más, llevan como una penitencia el hecho de que nunca jamás han sido capaces de levantar una Champions mientras que su eterno rival, el Marsella, ya cuenta con una. El famoso: “A jamais les premiers”, su particular para siempre nuestro en la Copa con los vecinos, que tanto escuece en la capital. Recuerdo con admiración a Rocheteau, Luis Fernández, Rai, Djorkaeff, Ginola, Cavani, Weah y los más recientes Neymar y Messi. Pero con la camiseta de la barra en su esplendor en la hierba, el genial Ronaldinho. Pura poesía con el balón. Jerome Leroy, compañero del brasileño en el PSG, admitió en una entrevista con el canal de la televisión francesa SFR Sport que “Ronaldinho aparecía los viernes y jugaba los fines de semana”. No entrenaba tanto como sus compañeros, pero jugaba igual: en la temporada 2002-03, Ronaldinho participó en 27 partidos de la Ligue 1, uno menos que en la 2001-02, con 25 goles y 20 asistencias en 77 partidos. Pero sin celebrar un título en el PSG.

El gran mérito de lo logrado por la Real hasta ahora en esta edición de la Champions es que, al contrario que en 2013 con el United, o en 2004 con el Lyon, nadie piensa que se haya topado con ningún límite. Y eso que enfrente está Mbappé, el heredero de Messi o, lo que es lo mismo, el mejor del mundo. No les tenemos miedo. Sabemos que esta Real puede plantar cara a cualquiera. Su primera media hora en el Bernabéu nos lo confirma y ratifica. No es menos que nadie y si no que pregunte el PSG a Benfica, Inter y Salzburgo. Lo comentaba Sarabia, un ex del equipo parisino: “Quizá falta regularidad. En las competiciones francesas tenemos que mantener un nivel alto de intensidad para preparar lo que nos vamos a encontrar en la Liga de Campeones, donde hay mejores equipos que aquí y todos son grandes potencias. La única manera es exigirte al máximo para llegar mejor preparados”. Y aquí está otra de las llaves para dar la gran campanada de los octavos, que es un equipo poco acostumbrado a tener que dar lo máximo. En cambio, los nuestros volvieron a constatar ante Osasuna que no van a volver a Europa si bajan su nivel en Liga.

En el descanso del partido de Milán, sonó a todo volumen el Sky and Sand de Fritz Kalkbrenner, que en una estrofa dice: “Durante el día/Me encontrarás a tu lado/Tratando de hacer lo mejor que pueda/Y tratando de hacer las cosas bien/Cuando todo se vuelve mal/No hay más culpa que la mía/Pero no va a golpear fuerte/Porque me dejarás brillar/Y construimos castillos/En el cielo y en la arena/Diseñar nuestro propio mundo/Nadie lo entiende/Me encontré vivo/En la palma de tu mano/Siempre y cuando estemos volando/Este mundo no tiene fin”. No podía encajar mejor. Intenta dar lo mejor de ti, Real, tu afición estará orgullosa de todos vosotros y dispuesta a construir castillos juntos mientras volamos en el cielo de París. No sé qué me das, que me haces soñar. Ni un paso atrás porque nuestro mundo no tiene fin. Somos la Real Sociedad de Donostia y Gipuzkoa, campeona de Liga y Copa y semifinalista de la Copa de Europa, que se preocupen los demás. Y no, no estoy loco, aita. Hoy más que nunca, juntos y unidos, todos a una, Gora Real! ¡A por ellos!