“Nos habéis hecho famosos”, reconocían entre risas Aitor y Urdiñe, los aitas que viajaron con los aitonas (sus padres) y sus nietos (sus hijos) de menos de dos años de edad cuya aventura presentamos en un reportaje el pasado miércoles. En la plaza de Popolo, meeting point para la afición txuri-urdin, Aren, el mayor, era uno de los más requeridos por parte de los seguidores por su gracia y su naturalidad para relacionarse con cualquiera mientras no dejaba de comer pizza.

“¿No veis como no era para tanto?”. Les vacilaba Urdiñe a los aitonas Josema y Dámaso.

Todo lo bien que se lo estaban pasando se truncó de raíz al llegar al campo donde vivieron una auténtica odisea para poder entrar y donde fueron tratados de forma inadmisible por parte de la Polizia italiana hasta el punto de la lágrima por la impotencia y la frustración: “Llegamos en los buses, nos bajamos y había un poquito de cola. Primero pasamos el control de DNI con la entrada y luego nos cachearon una vez, la primera. Luego fuimos como a otro control, un arco de metales y vino un señor a decirnos que no podíamos entrar al campo con el carro. Les preguntamos ¿qué hacemos entonces? Y nos comentaron que lo teníamos que dejar fuera”.

El caso es que no tardaron en confirmar que era un bulto sospechoso y que sobraba para los agentes locales que en ningún momento mostraron la más mínima empatía: “Vino más gente, empezaron a hablar entre ellos e insistieron en que lo teníamos que dejar fuera. Les dijimos que vale, pero que nos dejaran mirar porque teníamos que coger cosas para los niños. Nos dijeron que vale”.

Hora del segundo cacheo y el ambiente comienza claramente a tensarse, sobre todo en la actitud de los agentes: “Otro cacheo. Al principio la botella de agua del niño no la podíamos pasar. Se empezaron a poner nerviosos y nos separaron. Nos cachearon de muy malas maneras porque yo llevaba el niño encima y nos dijeron que fuera ese niño. Lo cogió Aitor, le empujaron con niño y todo y ya nos separaron y nos llevaron como a una garita con el carro”.

El problema es que, aparte de habérselo confiscado, tampoco les permitían coger todo lo que necesitan dos bebes: “Ahí lo único que les decíamos era que si nos confirmaban que el carro iba a estar ahí al salir, lo dejábamos, pero que nos dejaran coger cosas del bolso. Y ya no nos dejaron tocar el carro. Que solo queríamos coger el jersey del crío, pañales. Pues que no, que ya no nos dejaban tocar el bolso”.

De la tensión, pasaron al susto y al miedo: “Apareció un poli con un perro, lo soltaron al lado del carro. No podíamos llevar nada del carro al campo. No nos dejaban meter pañales. La señora había abierto el bolso, había visto que había ropa para cambiarles, pañales y toallitas y que no, que no podíamos. Lo único que le decíamos era que era para los niños y que no podíamos entrar sin eso al campo, no vamos a estar tres horas en el campo así… Que solo eran cosas para el niño… Llevábamos un bocata, el agua y poco más”.

El trato fue agresivo y repudiable, con cero empatía y, lo que es peor, respeto: “Se empezaron a poner farrucos y nos empezamos a poner entre nerviosos y disgustados. Apareció el perro y ahí ya nos vinimos abajo. Nos echamos a llorar porque estaban Aren y los aitonas viendo cómo el perro daba vueltas en torno al carro. Vino uno de la Real a tranquilizarnos. Solo quería que nos dejaran entrar. Se fue a hablar con otro. Lo más increíble es que los perros solo se nos acercaron a nosotros, al resto les abrían las mochilas y punto”. Imagínense la cara de pavor de un niño de dos años…

La situación alcanzó un punto en el que los agentes de seguridad decidieron que no tenían que sentarse en la zona reservada a los hinchas realistas: “Nos querían dar un sitio en tribuna, fuera de los de la Real, para que estuviésemos más tranquilos, porque se pensaban que era peligroso para los niños, que podían echar bengalas. Nosotros les comentábamos que si creyéramos que era peligroso no hubiéramos venido. Que si echan bengalas es porque no hacen bien su trabajo. Al de la Real le insistimos en que queríamos ir con el resto de aficionados txuri-urdin”. Y ahí por fin finalizó la pesadilla. Bueno, la deportiva concluyó dos horas más tarde. Una pena que cada vez sea más complicado ir al fútbol en familia.

No fueron los únicos. Siempre con muy malos modos, la policía italiana trató de confiscar las ikurriñas de los aficionados vascos e incluso a algunos les intentaron impedir acceder con las camisetas porque la tenían en pequeño en la camiseta. Les tuvieron que explicar que era la casa oficial del club para que lo entendieran y pudieran entrar. Se puede entender que estén cansados de que otras aficiones hayan sembrado el caos por la ciudad y en el estadio, pero la única realidad es que, salvo los tres o cuatro patosos de costumbre, el comportamiento de la parroquia txuri-urdin fue admirable e irreprochable. Y hasta en la derrota, no dudaron en intercambiar bufandas cuando se lo pidieron los hinchas locales. El aplauso correspondido entre las dos partes quedó como una de las imágenes más bonitas de una noche para olvidar en clave blanquiazul. Los aficionados romanos agradecieron el comportamiento de los guipuzcoanos en la ciudad durante las horas previas y posteriormente en el campo in situ y en mensajes en redes sociales. La parroquia txuri-urdin siempre deja huella...