Se llama Robert Navarro. Y siempre ha apuntado muy alto. Es pintoresco recordar que cuando la Real se hizo con sus servicios del Mónaco, en Bilbao muchos dudaban de la categoría y de sus posibilidades de progresión. En Zubieta les bastó con ver un entrenamiento para constatar que contaban con un auténtico diamante, que, además, no les había salido demasiado caro. Uno de sus entrenadores en sus inicios incluso llegó a declarar que si no llegaba Robert, “no sabemos quién lo va a hacer”. La típica declaración con la que los técnicos realistas se suelen echar las manos a la cabeza porque les gusta controlar hasta el más mínimo detalle del crecimiento de sus proyectos de estrellas. 

Navarro siempre ha sido muy bueno, pero con técnicos como Xabi Alonso e Imanol ha dado el paso adelante necesario para aspirar a ser una figura importante en una Real de época. No una cualquiera en la que regalaban los minutos. Aquí tienes que ganarte las oportunidades con sangre, sudor y lágrimas de sufrimiento. No ya en los partidos, que por supuesto, sino en los entrenamientos. El navarro, valga la redundancia, aceptó el reto, no se sintió mejor que nadie porque había estado en el Barcelona, en el Mónaco y en todas las categorías inferiores de la selección, y se dio cuenta de que si quería triunfar iba a tener que reciclarse y, por qué no decirlo, reinventarse. Con la calidad que se le cae de los bolsillos no iba a ser suficiente. Por momentos dudó de que su camino más aconsejable fuese aguantar tanto en la Real, pero, a día de hoy, este futbolista de Primera División con todas las letras marca el camino de la Real en la Copa. 

Este martes se ha erigido en el verdugo del Mallorca gracias a un buen tanto a los cinco minutos, en una de esas acciones que los señalados convierten en sencillas, para después firmar un encuentro magnífico pleno de garra, tensión e intensidad. La mejor prueba de que ya ha aprendido la última lección. Anoeta se lo premió con una ovación espectacular, un sueño que muchos no consiguen jamás. Y lo que le queda... Ojo, cuatro goles en cuatro partidos en la Copa, dos tantos y dos asistencias en la Europa League y su candidatura a entrar en el once de la Liga cuando lo estime Imanol. Porque merecérselo y ganárselo ya lo ha conseguido. 1-0 y a cuartos. El resultado de cabecera de esta Real, que sufrió más de la cuenta, entre otras cosas, por la resaca del derbi.

Imanol hizo más cambios de los previstos al introducir cinco caras nuevas. Los dos laterales, Gorosabel y Aihen, y Pacheco, algo que entraba dentro de lo previsible, además de los menos esperados Navarro y Oyarzabal, en lugar de Silva y Kubo. La realidad es que el mediapunta se lo merecía por los méritos adquiridos, mientras que al 10 ya se intenta darle un status de normalidad con su primera titularidad tras su lesión. Y su primer gol el pasado sábado en todo un derbi. Por su parte, Aguirre cumplió con su anuncio de las rotaciones.

El equipo realista demostró que seguía engorilado tras su séptimo triunfo, ante el eterno rival. Pocas veces se ha visto una salida tan en tromba como la de este martes al conjunto de Imanol. En solo cinco minutos generaron tres ocasiones hasta que se pusieron por delante. Zubimendi no encontró, con la cabeza a centro de Brais, a Le Normand; Sorloth cabeceó alto a dos metros de la portería el córner botado por el gallego; y el propio noruego no logró engatillar un servicio con la peinada de Oyarzabal tras el centro de Aihen. Con el Mallorca pidiendo auxilio, Zubimendi se inventó un pase con la zurda a lo Silva que Navarro convirtió en gol tras un magnífico control entre el central y el lateral. El famoso hueco a explotar del sistema de los cinco defensas. 

Con la inercia del vendaval txuri-urdin ya en ventaja, Oyarzabal rozó el segundo en un buen remate que se fue lamiendo el palo. Lástima que ahí se detuvo todo. El Mallorca se asentó en el campo y, a pesar de estar por debajo en el marcador, cerró filas y, pese al dominio absoluto y agobiante de los locales, las ocasiones escasearon. En la travesía por el desierto, compareció con ganas de protagonismo Hernández Hernández, a quien el frío donostiarra no le sentó nada bien tras sus vacaciones pagadas por Rubiales en Arabia. El canario comenzó con decisiones sorprendentes, hasta que amonestó por Brais por una casi patada, y, lo que es más grave, dejó sin castigar un penalti claro por patada al de Mos casi al límite del área. Poco después el linier tuvo buen ojo para anular un gol a Oyarzabal tras otro pase magnífico de Zubimendi; y, en el último minuto, Brais culminó una bonita combinación txuri-urdin con un disparo que se marchó desviado. ¿Y el Mallorca? Sobreviviendo como podía con su autobús. Muy poca cosa. Remiro estaba más congelado que bastantes aficionados.

Nada más reiniciarse la segunda parte, Brais puso en apuros a Greif, pero, poco después, el temido pistolero Ángel puso un centro que acalló una grada que comprendió que el partido se iba a hacer largo. Los cambios claramente bajaron el nivel de los realistas, que se prepararon para aguantar su ventaja en la trinchera. Después de un susto de muerte de Grenier, que acabó en el larguero en una acción anulada por fuera de juego, su afición, los 23.000 más fieles, se percataron de que el equipo necesitaba su ayuda y le sostuvo a pesar de que por momentos llegó a perder pie. Abdón disparó fuera y Grenier lo hizo demasiado centrado a las manos de Remiro. La Real no generó ninguna ocasión nítida de peligro en la segunda parte; con eso queda todo dicho de que este martes lo único que realmente importaba era ganar y pasar.

Dicho y hecho. Los realistas se sobrepusieron a sus limitaciones físicas y a un arbitraje sorprendentemente pernicioso. Pero ya está en cuartos, como la temporada pasada. Ahora a esperar una ayuda de la Diosa Fortuna en el bombo y a competir a muerte, como sabe este equipo que no suele fallar jamás cuando es tan favorito y que se agarra a los partidos a lo Nadal en una final de Gran Slam. El sueño continúa impertérrito. Y apunta al cielo, por mucho que la victoria de este martes fuera de las bañadas más en sufrimiento que en la excelencia, que tanto conoce este equipo. ¡A por el siguiente! A tres partidos de otra final...