Siempre he defendido que los mejores viajes de fútbol son de largo a los destinos que nunca en tu vida te plantearías ir de turismo. Y las exrepúblicas soviéticas no suelen fallar en ese sentido. Lo digo por experiencia propia. La semana pasada España jugó contra Suiza en La Romareda y los medios recordaron que hacía 19 años que no visitaba Zaragoza. Mi depresión fue tan repentina como acuciante, porque me acuerdo muy bien de la inesperada derrota ante la sorprendente Grecia de Otto Rehhagel, que luego daría una de las mayores campanadas de la historia en la Eurocopa, al estar en la grada trabajando.

Con ese resultado, España ya no dependía de sí misma en su última salida a Armenia. Al medio para el que trabajaba le pareció un atropello el precio que había que pagar en el desplazamiento oficial, por lo que, como era un pipiolo y no me iba a quejar, me organizó un viaje alternativo con escala de más de diez horas tanto a la ida como a la vuelta en el aeropuerto de Moscú. Luego no me lo pude pasar mejor en la ciudad de Yerevan, que todavía a día de hoy estará bastante retrasada en comparación con Occidente, como para imaginarse lo que era aquello en 2003. Lo mejor de todo es que, como no podíamos subir a los autobuses oficiales para la prensa, nos alquilaron un coche desde Madrid. Era un mítico Lada, en el que se querían subir todos los compañeros para recorrer la ciudad por la noche al convertirse en una auténtica y desternillante aventura, con la policía local parándonos cada 200 metros. Algunos acabaron conociéndonos de sobra.

Por eso entiendo cuando Óscar Parrondo, uno de los jabatos que ha recorrido Europa para apoyar a su equipo, me contó que Yoseba García, uno de sus acompañantes, le había pedido que cuando le tocara a la Real un equipo de la exURSS le llamara porque se apuntaba seguro. Moldavia, ese país prorumano que cuenta con una autoproclamada república independiente llamada Transnistria en la que habitan rusos que reniegan de la nacionalidad de su pasaporte. No deja de ser curioso que la Real se vaya a enfrentar al Sheriff, el gran equipo de esta zona, en la capital del país, donde no les pueden ni ver e incluso desde la embajada moldava en Madrid te aconsejan no ir cuando preguntas, a pesar de ser un espectacular parque temático soviético. Sin duda, un país de contrastes, con una liga de locos sin reglas, con barra libre para la corrupción y un peligro de muerte más propio de las mafias que de clubes deportivos. Desde hace unos años el Sheriff impone su ley, probablemente porque es el más organizado y mejor financiado de la competición. Es decir, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.

Como le leí a mi excompañero y admirado Carlos Forjanes, hay varios ejemplos sobrecogedores del campeonato de Moldavia. Como el del Konstructorul y su presidente, Valéry Rotari. Salido del submundo del hampa local, consiguió que su equipo ganara una liga a base de todo tipo de extorsiones. Una espiral de violencia que le condenó a ser asesinado a balazos en su coche. Al parecer, sus herederos no digirieron con elegancia el 0-8 ante el CSKA de Sofía y tuvieron el detalle de acudir al aeropuerto para propinarle una paliza al árbitro. La UEFA les sancionó con dos años sin participar en competiciones europeas.

Una mala noche la puede tener cualquiera, si no que se lo pregunten a Grigory Korzun, dueño del Tiligul, también de Tiraspol, que perdió el club y el estadio jugando a las cartas. Pero aún más impresionante fue el caso de Mijail Makhovei, el terrateniente que soñaba con llevar a un conjunto desconocido a la élite moldava. En 2004 se debió enfadar mucho y decidió protestar una decisión arbitral entrando con su Audi al terreno de juego para intentar atropellar al colegiado. Vamos, lo típico. De esta lista de desagravios y locuras no se libra el mecenas dueño del Sheriff, Viktor Gusen, que tiene la dudosa costumbre de llamar al vestuario durante los descansos para hacer apreciaciones técnicas al entrenador y hasta llegó a despedir a alguno por no tenerlas en cuenta...

Este es el pintoresco escenario en el que aterriza hoy una Real líder de su grupo con dos victorias consecutivas. Aunque no tanto como las historias para no dormir moldavas, me llama poderosamente la atención la actitud con la que se toman algunos este tipo de partidos en los que, a priori, los nuestros parecen superiores. Todos tenemos claro que el duelo más exigente de la semana es el del domingo frente al Villarreal, un rival directo para la Liga y la Copa, porque este año compite en un escalón inferior en Europa, pero yo alucino con la facilidad con la que piden algunos rotaciones masivas. Sinceramente, uno de los males que está condenando en Europa a la Real durante tantos años es que no tiene mentalidad ganadora. Ni sus dirigentes, ni sus entrenadores, ni sus jugadores, ni su afición y ni la prensa que informa de su actualidad. Parece como si no hubiéramos aprendido nada de la mayor mancha negra que nos avergonzó en la Copa durante tantas temporadas, cuando año tras año montábamos en cólera en el momento en el que el equipo caía ante un contrincante de una categoría menor y en el estreno de la competición el curso siguiente pedíamos que repitiesen la misma fórmula fallida de cambios. Esto no es la Copa, esto es Europa y aquí, si te descuidas, cualquiera te puede hacer un hijo de madera. Soy plenamente consciente del maratón de partidos, con el consiguiente desgaste que va a demandar a una plantilla propensa a las lesiones y ya de por sí debilitada por ellas debido a la exigencia de Imanol, pero la Real cuenta con experiencia en pifiarla en compromisos en los que se antojaba obligatoria la victoria. Y aunque no lo reconozcan y por causas que se nos escapan, a los realistas les cuesta más en Europa.

Sería de una insensatez imperdonable que por hacer demasiados cambios el nivel de la Real bajara muchos enteros y se dejara puntos en Chisinau. El equipo no puede poner en peligro el comodín del primer puesto que selló con sangre, sudor y lágrimas en Old Trafford ante un adversario que, aunque muchos no se lo crean, seguro que estará convencido de que si derrota a los realistas contará aún con muchas opciones de clasificarse. A día de hoy, no se conformará con el tercer puesto que da acceso a la Conference League.

Pero también supondría una irresponsabilidad con tus propios canteranos, a los que no les haces ningún favor sacándoles a todos a granel, y con tus aficionados. Doce auténticos héroes cuya valentía y demostración de sentimiento y fidelidad merece un final feliz en forma de victoria. No sabemos si lo que pasa en Moldavia se queda en Moldavia, allá cada uno, pero al menos que haga lo que haga la Real le permita regresar con tres puntos. Si pretendemos soñar en grande en Europa, hay que mutar en una convincente piel vencedora. Esa es la fórmula que nos permitió olvidarnos del trauma copero y levantar otro título 34 años después, cuando Imanol logró que se impusieran en todos los duelos que disputaron. Desde el Becerril hasta el Athletic. Y yo que, inocente de mí, pensaba que algo había cambiado tras la hazaña de Manchester. Ganar, ganar, ganar... ¡A por ellos! l