Nacho Monreal estuvo tenso en su debut como comentarista de Movistar. Se le vio más nervioso que si hubiese ocupado el puesto de Aihen Muñoz cubriendo a Antony, el último hombre de los 100 millones. Pese a que mantuvo la compostura en todo momento (a Carlos Martínez casi le dio un mal en su estreno en el 3-4 del Bernabéu), se notó su cariño y su cercanía con los blanquiazules. Ya sin traje, al día siguiente, con la camiseta txuri-urdin puesta por debajo publicó un precioso mensaje en sus redes sociales en el que se le veía con un niño pequeño: “En 2007 este chico me pidió una foto, ayer Cristiano se la debió pedir porque no le dejó hacer naaaada”. Era Pacheco, el adalid de Manchester para siempre después de una noche inolvidable.

Mi primer encuentro con el baztandarra fue bastante menos bonito. La Real acababa de fichar a Robert Navarro y mientras seguía el entrenamiento de la primera plantilla en el José Luis Orbegozo, de repente me di cuenta de que el Sanse se estaba ejercitando a la misma hora, por lo que subí en un momento para comprobar si estaba el mediapunta procedente del Mónaco. Ascendí con prisa y llegué despistado, entre otras cosas porque no sabía si me iban a dejar acceder al campo en el que estaba Erik Bretos siguiendo la sesión desde la grada. Nada más entrar, me topé con un potrillo que había dejado de entrenar y se estaba cambiando las botas. Se encontraba de espaldas, por lo que no pude comprobar quién era de primeras. Recuerdo que le pregunté: “¿Está entrenando Navarro?”. Y con bastante indiferencia me contestó: “Sí, está por allí”. Cuando seguí mi camino me di cuenta y pensé: “Coño, si era Pacheco”. Por cierto, Xabi Alonso incluso me saludó desde el campo y me permitió sacar un par de fotos con mi flamante móvil que, cómo no, eran casi impublicables. Una cosa de locos para el control absoluto que sufrimos en Zubieta.

Me quedé pensando que ojalá no me lo tuviera en cuenta, porque le hice un poco de menos a un futbolista que ya por aquel entonces, 2019, comenzaba a llamar a la puerta del primer equipo como lo confirma que ese mismo año debutó precisamente en Getafe. Creo que ya lo comenté alguna vez, fue un ya exjugador txuri-urdin quien me contó que venía como una avión: “Es lo más parecido a Iñigo Martínez que he visto. Si gana un poco de cuerpo, todavía puede ser hasta mejor”. El de Ondarroa llegó para quedarse con 20 años y el jabato de Manchester ya tiene 21, aunque sean otros tiempos.

Es curioso el caso de Pacheco. Los que siguen los últimos escalones de la cantera llevaban demasiado tiempo convencidos de que está preparado, por eso costaba entender que no acabase de dar ese salto definitivo con el que derribara para siempre la puerta. De la noche a la mañana, cuando la sensación era más de que había que abrir hueco, nos encontramos con la noticia de que la Real había fichado a Sagnan, un central joven, zurdo, alto y con unas condiciones magníficas para explotar. ¿Les suena? Si no se lo hubiese dicho parecería que estaba hablando del propio Pacheco que, internacional en todas las categorías, no tardó en confirmar lo que muchos ya presagiábamos, que era muchísimo mejor que el pobre galo.

No soy un obsesionado de la táctica ni de los datos, pero sinceramente, a mí siempre que había jugado me pareció que, por lo menos, cumplía con creces. Por eso no entendí cuando Imanol, al que no le gusta dar entrevistas pero le atrae bastante mandar mensajes de exigencia duro a sus jóvenes en la sala de prensa, dijo aquello de “le veo muy bien. Pero si ha resultado capaz de ofrecer un nivel aceptable, ha sido por tener cerca a Robin, que hace bueno al que juega a su lado. Jon se ha ganado la oportunidad con el trabajo realizado durante todo el año en Zubieta. Pero con un 50% de disputas ganadas lo tiene crudo en Primera División”. Era el 4 de marzo de 2022, no volvió a jugar hasta los últimos seis minutos ante el Cádiz en mayo, que fue su particular despedida de la temporada.

Muy pocos confiaban en que iba a ser el elegido para sustituir a Le Normand en un escenario de talla mundial. Pero Imanol es así, valiente y convencido de sus ideales y de la filosofía del club. Nadie conoce mejor que él el estado físico y de forma de sus jugadores y siendo sinceros, no es normal el extraordinario porcentaje de acierto en su toma de decisiones. El mejor entrenador que puede tener la Real con una diferencia abismal se llevó una, para mí, corta cuota de responsabilidad porque en victorias de este calibre, las alabanzas se suelen centrar en los héroes de leyenda del verde. Por el contrario, cuando vienen mal dadas, suelen ser los primeros señalados salvo en la casa txuri-urdin, donde la mayoría de su parroquia es plenamente consciente de la suerte que tiene con su técnico de Orio, que siente los colores como ninguno y que podría estar en la Zabaleta animando a su equipo de ser un ciudadano normal.

Pero quiero destacar sobre todo su capacidad para rectificar y asumir errores, algo impropio y poco común en su gremio. Imanol tomó buena nota de lo que pasó el año pasado con el Leipzig y estoy convencido de que no le va a volver a pasar en la vida. De ahí su declaración: “Prefiero perder viendo a un equipo que ha intentado hacer lo que suele hacer todos los partidos que empatar encerrados en nuestra área”. Alguno todavía le acusa de inmovilismo táctico, y su equipo ya domina a la perfección dos sistemas (ya lo dijo Guevara, “somos muy buenos jugando con ambos”). O de no acertar con los cambios, cuando el mismo jueves varió el signo del duelo con Sorloth y el regreso al 4-3-3. Y, lo mejor de todo y la conclusión más positiva e ilusionante que nos deja Old Trafford, Imanol está plenamente convencido de que cuenta con mejor equipo que el año pasado. Eso, al nivel en el que se encuentra asentada la Real durante estos tres últimos años, son palabras mayores. Con permiso de valores seguros como Zubeldia y Aritz, la consolidación definitiva de la pareja Robin-Pacheco confirma la teoría del entrenador más querido por su afición que se conoce. ¿Y la firma, para cuándo? ¡A por ellos!