omo decíamos ayer... Vuelvo. Confío en que sin la frente marchita, que cuatro meses no son nada. O toda una vida, la que tengo aquí delante mientras escribo estas líneas. Dicen y puedo confirmar que en realidad un periodista nunca se va. O nunca desconecta porque el teléfono y su agenda son su mejor oficina. Y es cierto, porque durante gran parte del verano, muy a pesar de mis seres más queridos, me vi enfrascado en demasiadas llamadas relacionadas con el mercado. Una de ellas de más de 40 minutos en pleno Alderdi Eder con la penetrante y fiscalizadora mirada de una embarazada sentada impacientemente en un banco. Como suele comentar resignada en casa, incorregible... Lo que me extraña es que después de un verano movido, el que se ha llevado todas las flores por los refuerzos ha sido Roberto Olabe, cuando puedo dar fe, porque sigo su evolución todos los días, que el mejor fichaje de largo lo he hecho yo. Mi hija Lucía.

A lo largo de la baja por paternidad he podido ir comprobando, y en otros casos desmontando, muchas máximas que nos acompañan en un viaje para el que nadie te da un libro de instrucciones por mucho que las bibliotecas estén llenas de lecturas sobre el tema. Sí, es cierto, lo que te cambia de verdad la vida no es tener novia formal que te separa de tu cuadrilla, ni irse a vivir con ella, ni casarse... Lo que te cambia la vida es ser aita. Mis colegas suelen comentar que en realidad la gran zanja es cuando llega el segundo, pero bueno, eso ya es otra historia. La verdad es que yo era de los que pensaba que tenía que estar trabajando siempre. Hasta que vi una antigua declaración de Fernando Fernán Gómez con la que me sentí bastante identificado (reconozco que estaba expirando ya poco a poco mi periodo de baja): “Yo estoy muy capacitado para no hacer nada. No soy de esas personas que necesitan estar trabajando porque si no, no se realizan. Si yo hubiese sido heredero, hubiera estado perfectamente sin hacer nada”. Creo que yo también. Para los que no les concuerda, remarco que las llamadas de mercado las considero ya simplemente una deformación profesional. Algo que raya lo traumático. El caso es que puedo sentenciar que he vuelto perezoso, pero ilusionado. He sentido varias veces que me estaban faltando cosas, pero creo que las he relacionado más con la Real que con mi profesión propiamente dicha. Y no, aunque he vuelto acompañado de unos inquilinos que no pagan renta en mi otrora escultural figura, al menos no ha tenido que venir mi madre para lanzarme un mensaje demoledor y convencerme de que tenía que volver, como le sucedió al actor Hovik Keuchkeria (Bogotá en La Casa de Papel) cuando desveló aquello de que la suya le llamó y "me dijo que estaba gordo, tóxico, feo, que andaba encorvado y era un trozo de mierda”. Mamá, abuelita, el día que me comentes algo así, tranquila que haré todo lo que me pidas.

He echado mucho de menos Anoeta. Ha habido momentos en los que se me ha hecho insoportable sentir desde la distancia ese ambiente inigualable, no por ser el más sonoro, sino porque era el de mi gente, y esa mágica comunión grada-equipo que no ha tardado en consolidar los cimientos de un fortín cada vez más inexpugnable. Como he disfrutado de tiempo libre que normalmente no tengo, he aprovechado para ver mucho fútbol y puedo decir que me he reconciliado con una de las grandes pasiones de mi vida. Así como con los estadios vacíos era incapaz de seguir la mayoría de encuentros en los que no participaba la Real, con la recuperación de la normalidad y el regreso de los aficionados me he sorprendido viendo hasta el final encuentros de todo tipo y países. Por eso me llamó la atención escuchando el extraordinario podcast Saludos Cordiales de Marca que un reputado periodista como Jesús Gallego señalara que ya estaba cansado de tragarse en poco tiempo tres Juventus-Real Madrid y que entre otras cosas por eso dejó de informar del día a día de la actualidad blanca. Sobre todo porque yo me sitúo en las Antípodas, ya que lo que más me gusta de mi trabajo es poder seguir y presenciar los partidos de mi Real. Tampoco olvido que Juan Antonio Alcalá me preguntó una noche qué prefería, ser cantante y salir aclamado a un estadio abarrotado de fans que se saben todas mis canciones o ser futbolista, marcar un gol importante, e ir a festejarlo hacia una grada eufórica. Todavía me acuerdo de lo que le contesté: “Cuando cubro una presentación de un nuevo jugador y tengo el privilegio de poder pisar el verde con Anoeta vacío, miro a la grada y me sigo imaginando aún lo que significaría para mí acercarme a mi familia o cuadrilla besándome el escudo a lo Oyarzabal” (lo siento, llegan todos tarde, me he pedido reencarnarme en Mikel en mi siguiente vida).

En definitiva, necesito volver a Anoeta. Todo un detalle por parte de Jokin Aperribay el esperarme para celebrar el título de Copa con la posibilidad de que el equipo se convierta en el líder en solitario solo con puntuar ante el Mallorca. Muchas veces está bien alejarse para analizar desde la distancia de forma más fría lo que está haciendo nuestro equipo. Escuchar a gente que no tiene ningún apego por nuestros colores deshacerse en elogios hacia los nuestros. Y todo se resume en que no podemos sentirnos más orgullosos. Reconozco que es algo que me ha puesto muy nervioso en bastantes ocasiones y que incluso creo que nos ha costado puntos porque no se ajustaba a la realidad, pero a día de hoy somos los más guapos, los más listos y los más majos de la Liga con diferencia. Algunos se preguntan qué ha cambiado respecto a temporadas anteriores para ser mucho más competitivos y sacar adelante encuentros que antes se nos atragantaban y, aparte de lo que me dijo Moyá esta semana de que muchos de los jóvenes llevan ya 50 partidos en Primera, es decir experiencia, tengo muy claro que la clave reside en Imanol. Un técnico que se ha hecho a sí mismo y que se recicla para renovarse y ser mejor cada semana. La estabilidad que proporciona es un divino tesoro, impagable en los tiempos que corren y lo único que genera es una continúa evolución. Una Real que compite a muerte. Que no se cree inferior a nadie. Que ataca y defiende con suficiencia y eficacia. Un equipo compuesto por porteros que paran mucho y además juegan. Unos defensas que defienden y que jamás dejarían pasar una pelota amparados por el reglamento, lo que ya les ha costado ser ejemplo para tratar de justificar lo acontecido en la surrealista final de la Copa de Naciones. Un centro del campo que produce un fútbol de cine y convierte en mejores a los que lo componen y a quienes les rodean. Y unos delanteros... de primer nivel. Todo eso además del titán Oyarzabal, claro. En definitiva, un escándalo y un equipo para la historia. Por eso les homenajeamos hoy en sus laureles.

Esta Real no solo enamora, también se hace querer. Convierte las dos horas semanales de sus encuentros en una cita ineludible y aguardada con incontrolable expectación para dos apasionados amantes. El jugador y el hincha. Cantaba el francés Francis Cabrel, en su canción más popular y versionada, que “yo que, hasta ayer, solo fui un holgazán, y hoy, soy el guardián de sus sueños de amor. La quiero a morir (je l’aime a mourir)”. A mi Real. Y a mi Lucía. A por ellos.