a jornada europea puso de manifiesto unas cuantas cosas en lo que se refiere a los equipos de la Liga. No están para echar cohetes. El Betis cumplió en la cancha húngara del Ferencvaros y el Atlético de Madrid ganaba en Milán después de ir perdiendo y con los cuernos del toro apuntando a las nalgas. La Real empujó todo lo que pudo y supo para nivelar una contienda que le era desfavorable, lo mismo que ayer. De los otros cuatro equipos de Champions que nos faltan, el Villarreal no mereció perder en la cancha del Manchester United, aún menos en los minutos de prolongación. El chiste fácil lo protagonizó un equipo que atiende por Sheriff y que metió dos golazos en Valdebebas para desaliñar al Madrid y a su entrenador, Ancelotti. Mientras tanto en Lisboa, el Benfica se relamía ante un Barça al que le asoman las puntillas de su estrafalaria travesía. Y el Sevilla logró un empate en Wolfsburgo gracias a un penalti de esos que los pitan colegiados con peineta, mantilla y zapatos de taconeo.

Quiero decir con esto que de los 21 puntos en juego con equipos de la LFP, en Champions se consiguieron cuatro de quince y en la Europa League, cuatro de seis. Y en total, ocho de 21 en disputa. Triste y pobre bagaje. A partir de ahí, que cada cual saque las conclusiones que le dé la gana, porque existen numerosas opciones de hacerlo. Desde la alargada sombra de la pandemia que dejó los vestuarios en cuadro, hasta las lesiones que acechan y asolan sin distinguir dónde y a quiénes. Influye también la presencia, más o menos amplia de espectadores que suelen jugar su papel con maestría. No podemos perder de vista que la acumulación de partidos sin descanso y muy exigentes pasa factura. La mayoría pinchó en la jornada que nos ocupa. En Getafe, un puntito y gracias.

Cada vez que juega la Real en el Coliseum se encuentra con un encuentro lleno de trabas. Salvo excepciones, muy excepciones, hablamos de partidos áridos, toscos, pestosos, pegajosos, de esos que el equipo no está acostumbrado a jugar a menudo. Da igual quién sea el inquilino del banquillo local que las constantes vitales en el cuadro azulón no varían. Como consecuencia de una de esas jugadas que se repiten hasta la saciedad, Aritz Elustondo se llevó un tarantantán que le obligó a abandonar cojeando el terreno de juego. A juicio del árbitro y de los consultores, por lo visto al de Beasain se le cayó el cubilete al tobillo mientras jugaba una partida de parchís y le dejó renqueante. ¡Qué bemoles!

La falta es indiscutible para casi todos. El trencilla debió sancionarla y el gol de Sandro no subir al marcador. Por el momento en el que se produjo y la tendencia del juego, la Real se encontró con lo que no quería ni merecía. Total que se fueron al vestuario con el partido cuesta arriba y con la necesidad de remontar en un campo seco, en el que no corría la pelota y en el que el contrario iba a defender con uñas y dientes su botín. Imanol aguantó con el equipo inicial casi una hora para mover el árbol y tratar de meter más músculo en la vanguardia. Entraron Barrenetxea e Isak y salieron Lobete y Robert Navarro, que pudieron comprobar lo que vale un peine en esta categoría y en partidos de semejante naturaleza.

Hablando de valores y precios. Cuando comentan lo que cuesta una camiseta de las que se venden en las tiendas de los clubes, alucino en colores. En el café de la mañana solemos discutir sobre las segundas equipaciones. Gustan o no gustan. Personalmente, la burdeos con la que compitió el equipo en el Coliseum me parece elegante. Hasta tal punto que se la voy a pedir a Mikel Oyarzabal. Vamos, que se la pido ya. ¡Mikel, quiero tu camiseta!, pero esa, la granate y firmada. Por muchas razones. Debe gastarse una pasta cada semana. Está atravesando una racha descomunal de aciertos en las porterías contrarias. Lleva seis chicharros en el presente ejercicio y quiere compartir su alegría con la gente. No oculta su pertenencia. Al final de los encuentros, se dirige a una zona en la que hay seguidores y lanza al respetable el maillot con el que ha competido. Es una forma de agradecer el ánimo y el esfuerzo de los desplazamientos. En su día creí que las camisetas se las regalaban, pero no. Las pagaban (ignoro si ahora pasan por caja). Les hacían precio y llegaban hasta donde era posible. Os confieso que esta es la primera vez que la solicito en público. Algunos jugadores han tenido a bien regalarme una de las suyas dedicada con cariño. Les pongo marco y las cuelgo en las paredes de casa, junto a otras de deportistas de diferentes modalidades. Solo me queda sitio para una, la de Oyarzabal.

El centro que le pone Gorosabel y el remate de cabeza del capitán valen su peso en oro, porque, además de sumar un punto nos deja en un lugar de privilegio clasificatorio, con dos semanas de descanso por delante para los que no acudan con sus selecciones. Con dos semanas, para tratar de aligerar la enfermería. Todo hará falta para lo que llega seguido. Salir con un punto de Getafe puede parecer poco ante un rival que no conoce la victoria, pero hacerlo remontando, poniendo la carne en el asador y estando a punto de ganar, no es desdeñable. Si no es por un par de paradas de David Soria, a lo mejor cantábamos bingo.

Apunte con brillantina. Si os acordáis, hace una semana escribía del Sanse. Comentaba que me daba pena todo lo que estaban asumiendo por las necesidades del primer equipo. El sábado en Alcorcón les faltó gente, pero recuperaron elementos y con ellos sacaron tres puntos divinos de la muerte, goleando y demostrando que no son menos que nadie. Me alegro por ellos.