a verdad es que para los amantes de Asterix y Obelix no es complicado relacionar sus aventuras y su heroica resistencia en su pequeña aldea, como único lugar recóndito de la Galia no ocupado por los romanos del César Florentino, con las gestas de nuestros equipos. Empezando por la Real, hoy se cumplen 40 años de su primer título y de la confirmación de su desafío al orden preestablecido, que nosotros aquí fuimos pioneros en eso. El mejor equipo de Gipuzkoa, el territorio más pequeño del país, se hacía con su primera Liga gracias a una plantilla compuesta en su totalidad por canteranos. Lo cual sin duda le dotaba de un valor extraordinario y se convertía en el mayor orgullo posible para sus aficionados. El famoso club ascensor, que en sus horas bajas tenía que enfrentarse a vecinos más modestos que el todopoderoso eterno rival, abría así una nueva etapa que convirtió en cíclica, ya que cada pocos años ha asomado en la planta noble del fútbol español para aspirar a ganar títulos. Borró de un plumazo ese gen perdedor que provocaba que algunas de sus generaciones hoy más veteranas llenaran más Atocha y disfrutaran mucho más cuando estaba en Segunda que cuando les vapuleaban en Primera para convertirse en un cisne blanco, sin complejos, ambicioso, siempre pensando en mejorar y capaz de competir contra cualquiera la mayoría de sus temporadas. Yo nací en 1975, así que tengo el inmenso placer de reconocerles que es la Real que he conocido.

Durante este tiempo la entidad txuri-urdin ha crecido mucho, por lo que quién más o quién menos ya no le considera un símbolo de resistencia al estilo Asterix y Obelix que, en nuestro territorio, se lo fue apropiando por méritos propios y situación geográfica el Eibar. Con el paso del tiempo se nos olvidan las cosas, pero, al igual que la Real se pasó 40 años ininterrumpidos en la elite, los armeros encadenaron 18 cursos seguidos en la categoría de plata, los que más en una división de paso para los que suben o bajan. Pocos sabían que su descenso al infierno de la Segunda B iba a resultar clave para rearmarse y firmar dos ascensos seguidos para estrenarse en Primera División. ¡Con una población de unos 27.000 habitantes y otro equipo más fuerte en el territorio más txiki del país! Sin duda, una gesta espectacular.

Un día una periodista extranjera me llamó para preguntarme si le podía explicar cómo eran los derbis entre la Real y el Eibar. La verdad es que le reconocí que se trata de una rivalidad muy moderna, porque apenas habían coincidido. Solo dos años ya en este siglo en Segunda antes de verse las caras en la máxima categoría. De hecho, su primer cara a cara fue una recordada eliminatoria de Copa en el camino al título de hace 34 años en Zaragoza, con un Atocha con más aficionados azulgranas que locales. Recuerdo que mi amiga, que es una panenkita, en el sentido elogioso de este término peyorativo inventado por el inefable Roberto Gómez, me contestó: “Ah entonces es un poco como la famosa rivalidad entre el Kaiserslautern y el Waldhof Mannheim, que se tienen muchas ganas pero han coincidido muy poco”. No quise dármelas de listo y le aclaré que no sabía de lo que me estaba hablando. Lógicamente cuando colgué, fiel a mi instinto periodístico, busqué algún artículo sobre la enemistad de estos clubes alemanes. Y la verdad es que no tiene desperdicio. Se trata de dos ciudades situadas en el sudeste del país teutón y separadas por 66 kilómetros, diez más que la distancia entre Ipurua y Anoeta. Esto y el hecho de que apenas se han enfrentado a lo largo de sus historias será su único paralelismo. El resto difiere mucho.

En 2019, tras más de 25 años sin derbi, se encontraron el Kaiserslautern y el Waldhof Mannheim. Los primeros, después de descender por primera vez a Tercera. Los segundos, al haber conseguido ascender superando años de problemas económicos en ligas regionales. Como es lógico, la hinchada del Waldhof esperaba impaciente el primer derbi en décadas contra su rival, un histórico de Alemania, con dos Bundesligas y dos Copas en su palmarés. Pocas horas antes del partido, apareció una cerda llamada Lotta a una cuerda cerca del estadio del Waldhof. En su piel habían pintado las letras SVW, las siglas del Waldhof, tachadas. Y un mensaje: “Los cerdos de Kaiserslautern han llegado a la ciudad”. Al parecer, la población de Mannheim (300.000 habitantes) suele mofarse de sus vecinos de Kaiserslautern llamándolos cerdos. De ahí una burla de mal gusto que estuvo a punto de costarle la vida al animal por las heridas que sufrió en su piel por la pintura y que generó una ola de solidaridad entre la gente de bien de ambos clubes que recolectaron dinero para salvar a Lotta. Como así sucedió.

Esto último me pega más para la rivalidad guipuzcoana. Como es lógico, al margen de sus urgencias, el partido que más le gusta ganar al Eibar es contra la Real. De ahí que lo afronten siempre como una final. Sucede en todas las rivalidades que se precien por el mundo y a quien le moleste es que no sabe de qué va a esto. Es cierto que hay un sector de su parroquia, con tendencia bilbófila que es más tóxica, pero la convivencia en términos generales es buena. En lo que concierne a la Real, cuya afición no debería olvidar que no siempre fue tan grande, y también como es normal, el Eibar ha perdido simpatía desde el momento que le ha plantado cara y hasta le ha ganado. Cuando le ha mirado a los ojos de tú a tú ya no nos ha hecho tanta gracia la convivencia en la misma categoría. Pero estoy seguro de que casi la totalidad de la afición txuri-urdin deseaba con todas sus fuerzas que hubiese ascendido en la campaña 2004-05 con Mendilibar también en el banquillo y un imberbe Silva haciendo magia en el campo a sus 18 años. Gipuzkoa está de enhorabuena, no siempre vamos a tener dos equipos en la elite. Aires de derbi, que sea por muchos años. Another football is possible, reza un lema en Ipurua. En nuestro territorio sabemos muy bien de lo que hablamos. Que gane el mejor y que los dos consigan sus objetivos.