engo esa duda. ¿Era mi inconsciencia de niño feliz y emocionado? ¿O en realidad es el propio fútbol, que ha cambiado tanto como a mí me parece? Las tardes de domingo en Atotxa transpiraban magia por los cuatro costados. Desde el sol de invierno que a las cinco ya apenas calentaba hasta el mítico marcador simultáneo, pasando por una entrañable amalgama de olores, frescos todos aún en mi cerebro: el mercado de frutas, el puro del de delante, la humedad del césped€ Resulta curioso, porque una experiencia tan maravillosa que para mí se repetía cada quince días venía a menudo absolutamente desprovista de un ingrediente ahora mismo crucial: la emoción por el resultado. Aquella Real de mis primeras veces no era infalibe, ni mucho menos. Y sin embargo yo acudía a Duque de Mandas convencido de que iba a ganar al Mallorca, al Murcia o al Castellón de turno. Incluso aunque jugara mal. 1-0 y para casa. La máxima se cumplía casi siempre.

Mientras trato en balde de resolver la incógnita planteada en las primeras líneas de este artículo, constato simplemente que las cosas ya no son como antaño. Que jugar en casa ya no es garantía de nada, menos aún sin público en las gradas. Que todos los campos son alfombras. Y que el auge de la táctica va poco a poco relegando a un segundo plano a la calidad individual. Consecuencia de todo ello es que ya nadie gana fácil su partido, que los triunfos se han encarecido, que toda victoria exige ahora sudar sangre. Nos lo está diciendo el propio fútbol. Y debemos aprenderlo y aplicarlo a nuestro día a día. Comenzando, por ejemplo, por los análisis a toro pasado del pasado derbi de San Mamés. A este paso, el 4 de abril no hará falta jugar ninguna final. Que nos den la Copa y listo. Total, como va a ganarla la Real€ ¿No?

Estoy de acuerdo con la opinión mayoritaria, prácticamente unánime. Los de Imanol son ahora mismo superiores al Athletic. Por profundidad de plantilla. Por la mencionada calidad individual. Por variedad de registros. Incluso por claridad y definición de proyecto. Pero este juego es caprichoso, cada vez más equilibrado, y propicia además contextos muy dispares que pueden variar por completo en función de si un pase va un centímetro más a la izquierda o a la derecha. El jueves la Real mereció ganar. Hizo bien su trabajo. Se adelantó marcando un gol que le hemos visto fallar varias veces durante el último mes. Y consiguió así que afloraran las carencias del rival, en dificultades si de lo que se trata es de llevar la iniciativa. El 0-1 de Portu dio licencia a los txuri-urdin para ceder el dominio al equipo vizcaino, dando pie a una película cuyo final conocemos todos. Ahora bien, pensar que el guion en La Cartuja resultará exactamente el mismo significa no saber de qué va esto.

Cuando de mocoso iba a Atotxa apenas sabía de fútbol. De un tiempo a esta parte, mientras, algo he aprendido por el camino, adquiriendo un conocimiento que en realidad se da más en clave negativa que en clave positiva. Porque saber de fútbol no es acertar quinielas, ni conocer jugadores, ni distinguir esquemas o dibujos tácticos. Saber de fútbol significa, simplemente, saber reconocer que en realidad nadie tiene ni puñetera idea de lo que va a suceder el domingo. Dicen quienes controlan de la materia que al mar hay que tenerle siempre mucho respeto, que aunque luzca tranquilo y plano como un plato esconde corrientes y jugarretas capaces de costarle la vida a cualquiera. Pues bien, algo similar sucede con nuestro deporte, donde las cosas suelen parecer mucho más sencillas de lo que realmente son. La final de Copa, por ejemplo. O la visita ayer a Anoeta del penúltimo clasificado.

Mi yo de hace treinta y pico años habría encarado el partido contra Osasuna tranquilo y confiado, sumando de antemano los puntos al casillero. Ahora, en cambio, durante las horas previas al encuentro un servidor hasta habría empeñado su reloj con tal de garantizar la victoria de la Real. Más bien nerviosete y con el peluco en la muñeca, porque las alegrías hay que sufrirlas y no se pueden comprar, me senté ante el televisor consciente de que iba a tocar pasarlo mal, más aún si el rival renunciaba a su habitual presión y nos ponía el examen futbolístico más difícil de resolver hoy en día: un repliegue con once tíos detrás del balón. Vimos un partido igualado, competido, cuyo resultado puede considerarse justo, y que condicionó por completo la jugada del 0-1. Los riesgos controlados son aquellos que se asumen en situaciones entrenadas y trabajadas. Pero la de Willian José no fue una acción de las planteadas en Zubieta para sacar el esférico jugado y obtener superioridades. Esa pelota tenía que haber terminado en el Xanti, igual que en Atotxa acababan muchas en la Estación del Norte.