Donostia. La Real no solo no logró sellar su clasificación para los cruces, sino que se metió en un lío morrocotudo al no pasar del empate ante el Rijeka. Y pudo ser peor, porque los croatas se adelantaron en dos ocasiones, la segunda de ellas justo cuando habían empatado los blanquiazules, con el consiguiente plus de mazazo psicológico. Si generas una quincena de ocasiones, te pasas el partido en el área del rival y solo marcas dos goles y en dos saques de esquina concedes otros dos, lo normal no es que te metas en problemas, sino que enfiles de forma precipitada la puerta de salida europea. Resulta complicado entender cómo es posible que este equipo solo haya marcado cuatro dianas en lo que llevamos de competición cuando, salvo en Holanda, se ha pasado las otros encuentros casi como si fuera un ataque de balonmano ante una defensa numantina plantada en los aledaños de sus respectivos guardametas. Pero la explicación está clara, si perdonas y regalas, más pronto que tarde te vas a ver obligado a formar una machada como la que necesita en San Paolo. Tampoco es muy normal que un conjunto del potencial del txuri-urdin, que exhibe en la Liga su gatillo fácil, que le convierte en el máximo realizador de la Liga y que, además, lidera con autoridad y solvencia falle más que una escopeta de feria cuando cruza los Pirineos. Algo extraño sucede, porque su rival de ayer si que estaría en la parte baja de la clasificación de su competición doméstica. No tiene nada que ver con el potencial del Nápoles, que aspira a ganar el Calcio y el AZ Alkmaar, que, todavía lastrado por la plaga de coronavirus que sufrió en su vestuario, le goleó sin despeinarse. En Europa los donostiarras acusan los nervios y, hay que reconocerlo, no ha tenido ningún día ni una pizca de suerte para ponerse por delante pronto y competir con viento a favor. Si bien la sensación ayer, sobre todo en la primera parte, era que iba a llevarse los tres puntos tarde o temprano, lo cierto es que desde que se le torcieron las cosas con el 0-1, ya no estuvo cerca de ganar en ningún momento. Es más, con el 1-2 la cosa pintaba realmente mal. Al menos, logró unas tablas que le permiten salvar la segunda plaza del grupo a la espera de la última jornada. Ojo, que ese último gol de Monreal igual tiene a posteriori más importancia de la que pensamos.

Imanol volvió a cumplir con su palabra. El oriotarra sacó a su equipo de gala, o en teoría el que parecía mejor dentro de las posibilidades que tenía para el menú de ayer. Eso significaba que reaparecía David Silva, de largo la noticia más esperada. Muy bien le tenía que ver el técnico para devolver la titularidad cuando solo se habían cumplido once días después de una rotura de grado I que se produjo en Cádiz. Remiro siguió en la portería, en otra señal de que no se quería agitar mucho el árbol, con Zaldua en lugar de Gorosabel, que se supone que reaparecerá en Vitoria, y con Zubeldia, en la derecha, como pareja de Le Normand, y Monreal en la izquierda. Esta vez tocaba el turno de Zubimendi, con Merino, que antes del final de año no puede cogerse ni un catarrito, y el mago de Arguineguín por delante. Una vez recuperado del desgaste del choque en Holanda, Januzaj actuó por la derecha, con el incombustible Oyarzabal por la izquierda, y el 9 de cabecera de esta temporada, Isak, en punta. En principio, una alineación de máxima fiabilidad para imponerse al Rijeka. Es más, de tal nivel que el plan parecía intentar sentenciar por la vía rápida para administrar esfuerzos de cara a lo que viene en Mendizorrotza y San Paolo. Eso sí, los perseguidores de la Liga seguro que se estarían frotando las manos y contando los minutos que iban a acumular todos los pesos pesados blanquiazules.

Los visitantes habían barajado la opción de repetir el planteamiento del Villarreal, que habían estudiado minuciosamente, con su habitual 4-4-2. Finalmente, Rozman se decantó por su esquema preferido de cinco defensas. No tres centrales y dos carrileros. Al menos, contra la Real la zaga ha sido, indiscutiblemente, una línea de cinco futbolistas en los dos duelos que han disputado.

La primera parte fue un calco de lo sucedido en el partido de la ida, con una salvedad. La ocasión clara que generaron los balcánicos la aprovecharon para ponerse por delante en una falta de concentración defensiva de los realistas con el agravante de que no era la primera. El juego fue un monólogo de los locales con un porcentaje de posesión que superaba el 70%, pero sin claridad de ideas para derribar el ordenado y bien plantado muro visitante. Hay que reconocerlo, pese a contar con importantes bajas en la zaga, defendieron muy bien. Sin espacios entre líneas y con todos sus soldados sin cometer ningún despiste. Su principal problema estribaba en que, cuando intentaban salir con el balón jugado, sobre todo por el medio, lo perdían con facilidad sin que la Real lograra aprovechar ese momento de incertidumbre y duda. Sobre todo porque Isak no estuvo nada contundente en la definición y volvió a acreditar, como en Croacia, que este tipo de murallas se le atragantan.

A los tres minutos, Zaldua pidió un penalti que no lo pareció, en una clásica obstrucción que el colegiado hubiera saldado con falta y amonestación de estar fuera del área. Merino, que se cargó de nuevo de manera absurda con una peligrosa amarilla, probó suerte desde lejos, pero su disparo se marchó a las nubes. A los diez minutos, Silva, al que también se le notó sin mucho ritmo, encontró a Isak, pero su finalización con la zurda la detuvo con facilidad el meta. Tomecak estuvo a punto de anotar en propia meta antes del córner en el que llegó un lamentable show del colegiado portugués. Primero porque pitó el penalti de Aduriz en el área visitante, cuando la mano había sido de Isak y debido a las protestas de los realistas. Lo mejor de todo es que en el banquillo del Rijeka alguien debía estar viéndolo por la televisión o tener contacto con alguien de fuera y, como es lógico, se volvieron locos cuando vieron que había sido el sueco el que la había tocado con el brazo. Pero no había VAR. Incomprensiblemente, el trencilla cambió de opinión, condicionado por las quejas de los balcánicos. En el fondo no era justo que la Real lanzara desde los once metros, pero tampoco lo era que se lo quitara, porque el error arbitral forma parte del fútbol sin el VAR (algo de no creer, la racanería de la UEFA en una competición de este calibre). Isak desperdició otras tres oportunidades nítidas sin concretar con rotundidad ninguna. En el minuto 36, Menalo sacó un buen centro desde la izquierda y Monreal se precipitó al despejar al córner cuando estaba solo, como le avisó Remiro. En el saque de esquina, Galovic peinó en el primer palo y Velkoski, incomprensiblemente solo, empujó la pelota a la red. El tanto hizo daño, aunque Isak volvió a desperdiciar un cabezazo que se fue lamiendo el palo.

El entreacto sirvió para que los blanquiazules recargaran un poco su nivel de confianza y se impulsaran ante la ofensiva total que iba a acometer desde el primer minuto de la reanudación. Le Normand rozó el empate a la primera con un gran chut a botepronto desde lejos, pero en la siguiente acción Remiro tuvo que desbaratar con una gran salida un error de Zaldua. Oyarzabal, preso de la impotencia, apareció en el centro para disponer de tres ocasiones seguidas, pero su cabezazo se marchó fuera, su jugada individual la repelió Nevistic y su siguiente testarazo botó en el larguero. Januzaj era quien más lo intentaba, aunque sin fortuna. Una rosca preciosa no entró porque la rozó un adversario. Monreal se precipitó de nuevo cuando estaba solo en el área, justo antes de que Bautista, el héroe de Rijeka, firmara el empate a centro de Gorosabel. Fiel a su etiqueta de delantero de área, callejero, con un control y una definición que ha repetido mil veces en Zubieta.

Quedaban 25 minutos, tiempo suficiente para lograr el segundo tanto. Solo seis después, en otro córner defendido de forma lamentable tanto en el primer palo como en el rebote, Loncar anotó el 1-2. El golpe fue casi letal. La Real ya no se recuperó, aunque al menos no dejara de intentarlo sin brillantez individual pero con orgullo. A empujones. Así llegó el 2-2 de Monreal, en una jugada con cuatro toques de realistas en el área. Merino asistió y el lateral convirtió el empate.

Bautista, que estaba en modo cazagoles, cabeceó en tres ocasiones sin acertar y en la última jugada, en plena exhibición de juego sucio de los croatas, que parecía que se estaban jugando la final del Mundial, Zubimendi se encontró con una maldita bota de un defensa que le privó de la gloria.

La cosa está complicada. Si la Real concede tantos regalos, mejor olvidarse pronto de una Europa que saca la versión más atenazada de los donostiarras. Pero aviso a navegantes, cuando más se duda de él, cuando algunos le dan por muerto, es cuando este equipo suele rescatar su mejor versión. La última jornada será tan emocionante como dramática. Puede pasar cualquier cosa. Desde que el grupo de la muerte se cobre la eliminación del líder de la Liga por atacar con una escopeta de balines hasta inaugurar la denominación del estadio Diego Armando Maradona con una hazaña que le permita incluso acabar primera de grupo. Si algo se ha ganado esta plantilla, a pesar de la decepción de ayer, es que no hay que dejar de creer y de confiar en sus posibilidades. En este momento tan duro y triste, también hay que estar a su lado. Se lo merece. No es normal, no es normal todo lo que ha dejado escapar esta la Real en Europa€

Si algo se ha ganado esta plantilla, a pesar de la decepción de ayer, es que no hay que dejar de creer y de confiar en sus posibilidades

La Real se metió en un lío al no pasar del empate ante el Rijeka. Y pudo ser peor, porque los croatas se adelantaron dos veces