l posconfinamiento está siendo duro. Incluso para mí, como periodista. No es fácil escribir once crónicas, varias de ellas más parecidas a necrológicas que a análisis de partidos de fútbol y, mucho menos aún, redactar once artículos mínimamente ingeniosos en la previa. Once A por ellos. En ocasiones me he sentido como muchos entrenadores de baloncesto que duermen con una libreta a su lado por si se les ocurre alguna jugada en mitad de la noche poder apuntarla. Así me acosté el miércoles (iba a poner del martes, no hay nada que nos desoriente más que la Real no pare de competir y lo haga fuera del fin de semana). Sin ninguna idea, bajo el famoso y temido síndrome del folio en blanco. El caso es que en mitad de una pesadilla imaginé a la Real jugando el partido de la temporada en un Anoeta vacío. Sin público. Sin nadie en la grada. Bajo un silencio atronador y desgarrador en el que solo se escuchaban los gritos de los jugadores y los técnicos. Pocas cosas más terribles se me ocurren para un duelo de vital importancia.

No recuerdo cómo lo relacioné, pero, medio adormilado, recordé varios artículos que leí hace tiempo sobre el hogar de Boca Juniors. Muchos no sabrán que en realidad se llama Estadio Alberto José Armando, en honor a un recordado expresidente, pero es conocido por todos como La Bombonera porque el arquitecto esloveno Viktor Sulic, encargado de su diseño, solía andar con una caja de bombones que le había regalado una amiga y cuya forma era bastante parecida al estadio que estaba ideando. Dicen que quien juega allí no lo olvida jamás. Claudio Bravo me comentó en una entrevista que era de largo el campo que más le había impresionado. Al parecer, el vestuario visitante se encuentra debajo de uno de los fondos y, como el recinto se suele abarrotar más de una hora antes, esto provoca que la grada tiemble y que incluso a veces lleguen a caer pequeños trozos de cemento del techo.

Eso entra dentro de lo relativamente normal, es un templo antiguo, con pocas reformas y con una de las aficiones más apasionadas del mundo. Lo que no es tan lógico son las historias más propias del programa Cuarto Milenio de Iker Jiménez, que cuenta con absoluta normalidad y coherencia el periodista Sebastián Aranguren, de Diario Popular: "Las experiencias más fuertes registradas por testigos directos de la situación ponen en el podio la anomalía que se repite en el sector L del estadio. Allí, la figura de un hombre ataviado con una camisa blanca suele llamar la atención del personal de seguridad porque con la Bombonera vacía, nadie debería estar sentado en una butaca. Los vigilantes que se han acercado para intervenir en la situación se topan con una circunstancia increíble: en un momento determinado de la búsqueda, el misterioso personaje desaparece como si se hubiera volatilizado. Y el hecho no ha pasado no una, sino varias veces".

El redactor añade que también han visto la imagen de un niño de entre diez o doce años, con camiseta azul, bermudas y zapatillas blancas que irrumpe fantasmalmente en distintos lugares del estadio. "Los efectivos de seguridad tienen la certeza de que estas manifestaciones que se suceden no son otra cosa que fantasmas, a su modo de ver producto de tantas cenizas de hinchas y socios fallecidos cuya última voluntad fue reposar para siempre en el césped de la cancha del equipo que llevan en el alma. Estudiosos de los fenómenos paranormales sostienen que las energías de esas cenizas o, sin ir más lejos, las que en su momento fueron liberadas en el estadio durante los partidos y quedaron para siempre allí conservadas, pueden tener con el tiempo manifestaciones concretas ante personas con cierta condición natural para percibir más que otras ese tipo de situaciones anómalas".

Por último, concluye que una de las historias más conocidas es la que relata el encargado del mantenimiento de las máquinas de café del estadio. "Una vez, con el estadio completamente vacío y ya en penumbra, esta persona escuchó cómo centenares de hinchas se desplazaban por las escaleras rumbo a las gradas. Bastante sorprendido y asustado, se asomó por una de las puertas que da a las tribunas para constatar con asombro que allí no había nadie". De seguir así, no me extrañaría que comenzasen a darse este tipo de sucesos cuanto menos extraños en Anoeta.

No hay peor pesadilla que un estadio vacío. Que un club sin su gente. Que una Real sin su afición. Que los de Imanol tengan que jugarse su billete europeo ante un adversario de máxima entidad como el Sevilla sin el aliento de los suyos. Más aún cuando están "muertos", en boca de su entrenador. En el momento en el que ya no les queda ni un gramo de energía, como se ha repetido a lo largo de toda su historia, ha sido su parroquia la que les ha sostenido y les ha empujado hacia la gloria. Y créanme, yo lo he vivido en mis carnes en demasiadas ocasiones en Atocha y en Anoeta, crecidas más propias de efectos paranormales que de vivencias tangibles. No es cuestión de recordar que todos los aspectos extradeportivos nos perjudican, pero lo que ha quedado muy claro es que competir sin la hinchada desde luego que sí. Y mucho, además.

La Real ya ha confirmado que sin ella es mucho menos. Que nadie se equivoque, este comentario no tiene nada que ver con rendir cuentas por la polémica vivida sobre la fecha de la final de Copa. Que conste que yo en parte entendía a los que defendían con vehemencia que había que jugar ya, pero el fútbol no es una ciencia exacta. Esto podría suceder. A día de hoy, viendo el rendimiento de las últimas semanas y, sobre todo, el estado físico de ambos contendientes, estoy convencido de que fuera de Gipuzkoa no habría muchos que nos diesen por favoritos de tener que jugar la próxima semana una vez acabada la competición. Insisto, entendiendo todas las posturas con la convicción de que tenían su parte de razón.

Si la Real es un club singular y distinto es solo, digo bien solo, por la relación casi familiar que establece con sus seguidores. Por mucho que nos sintamos distintos a muchos, en realidad en casi todos los equipos suceden cosas parecidas, con sus realadas y demás cuestiones, a las que obviamente denominan de otra manera. Por eso nuestra Real sufre tanto sin su afición. Por eso la necesita tanto. Por eso cuando se juega la vida como esta tarde le añora más que nunca. Y, quizá en algo que realmente sí sea diferente, es la propia hinchada la que se ha sentido más impotente que nunca y ha pretendido estar más cerca de sus jugadores en los pasados momentos de crisis, simplemente porque prefiere arroparles en la desgracia que celebrar en la gloria. Lo contrario es lo más fácil. Por eso cuando le suceden las mayores catástrofes siempre ha estado a su lado de manera incondicional. Por eso pensamos que la comunión equipo-afición es la que nos convierte en poderosos y temibles. Nunca en invencibles, porque esto es la Real.

Sé que en el moderno Anoeta todavía no han aparecido espectros ni nada similar, pero estoy convencido de que allí estarán, situados en sus localidades, como el hombre de la camisa blanca o el niño de la camiseta azul de la Bombonera, nuestros queridos antepasados que sintieron los colores con Pela Arzak en cabeza alentando a los de Imanol. Confío en que los nuestros imaginen ese sonido de centenares de aficionados txuri-urdin subiendo las escaleras para no dejar de apoyarles para que derroten al Sevilla y certifiquen su pase para Europa. Aunque todo sea un sueño. O quizá no. Quién sabe... ¡A por ellos!