ues sí. La Real, ahora mismo y no se sabe hasta cuándo, es cuarta en la Liga. Y además está clasificada para esa final de Copa que desconocemos en qué circunstancias se disputará. Si se disputa. Ciñéndonos solo a lo deportivo, su situación resulta idílica: no creo equivocarme si digo que el coronavirus nos ha cogido, en clave futbolera, en el mejor momento de la década. Lástima que la crisis sanitaria haya irrumpido en nuestras vidas para poner en su sitio la trascendencia de este deporte. A 17 de marzo, el discurso acerca de que el fútbol no es importante ha alcanzado ya dos categorías perfectamente compatibles. La de veraz, porque pocos peros u objeciones se le pueden poner. Y la de manido y repetitivo. Todo el mundo lo dice como si lo acabara de descubrir.

Yo hacía tiempo que había empezado a sentirlo así. Pero la Real de Imanol me llevó a olvidarlo. En mi caso, en ello reside el gran mérito de este equipo. La vida son ciclos. La vida es evolución. Y, por mucho que los colores que uno lleva en el corazón nunca cambien, sí lo hace el modo en que miras a tu equipo. La pasión con la que le sigues. Empezó la Liga allá por agosto. Y se sucedieron las jornadas allá por septiembre, cuando un servidor continuaba sorprendiéndose a sí mismo por la tranquilidad con la que se sentaba a ver los partidos. Nada parecido a lo de antaño. Parecía que los efectos filosóficos del coronavirus ya se habían instalado en mi computadora: “El fútbol no es tan importante”. Lo que ahora escuchamos sin cesar. Lo que yo ya había empezado a percibir. ¿Era un adelantado? ¿Era el más listo de la clase? No. Porque después volví a caer. Pasados solo unos meses, ahí estaban otra vez. De regreso en mi estómago. Las mariposas.

Las rescataron los pases de Odegaard. Las exquisiteces de Isak. La omnipresencia de Oyarzabal. Las carreras de Portu. El nuevo Anoeta. El trabajo de Imanol. Si sigo se me acaba el espacio. Esta Real engancha a cualquiera. O enganchaba. Porque la duda no reside ya en conocer si habrá título en La Cartuja o si cantaremos la musiquita de la Champions el próximo curso. Consiste principalmente en saber si la temporada 2019-20 es presente o pasado. En un reportaje que pueden leer unas páginas más adelante, ciclistas guipuzcoanos explican lo que va a suponer para ellos la actual prohibición de salir a la carretera. “Tiraremos de rodillo. Pero no es lo mismo. Vamos a perder la forma. Lo tenemos asumido”. Defienden que no es lo mismo entrenar en el garaje que sobre el asfalto. Igual que en fútbol no es lo mismo ejercitarse que competir. Si regresan los partidos, si se recuperan las once jornadas pendientes, los equipos arrancarán la fase final del curso sin velocidad de crucero. Malo para la Real.

Lo destaqué cuando asistí desde la tribuna de prensa de Anoeta al despliegue físico firmado en el 2-2 contra el Barcelona, en diciembre, cuando el equipo presionó arriba a los culés de principio a fin, sin casi descanso. Y ni siquiera entonces podía intuir uno que, tres meses después, escribiría estas líneas a mediados de marzo. Se han vivido desde aquel partido varias semanas de locos, con encuentros en miércoles y jueves a la orden del día. Y la Real ha superado la fase con nota. En cuanto a resultados. En cuanto a despliegue. También en cuanto a enfermería. No lo olvidemos. El derbi de este pasado domingo contra Osasuna se encaraba con toda la plantilla a disposición de Imanol. Con el equipo en racha. Con la afición pidiendo más. Todo ello respecto a una escuadra txuri-urdin de ritmos altos, calendario cargado y piernas ya muy exigidas. Digno de elogio.

No. El parón, si todo queda en parón, no beneficia. Lo cual dice mucho de cómo se había trabajado la temporada. ¿Y si no se juega más? Pues peor aún. Nos sitúen cuartos o quintos, da igual. Porque, resultados al margen, el principal valor de la temporada reside en la capacidad mostrada por la Real para conectar con su gente e ilusionarla, un fenómeno que se ha visto interrumpido de cuajo. No se trata de ganar. Se trata de sentir y de vibrar, justo eso que un servidor creía haber perdido y que le había devuelto el equipo de Imanol. Esta crisis del coronavirus nos va a llevar a añorar el fútbol y sus emociones, antes que las victorias. Todos firmaríamos volver ya a la rutina de los lunes de resaca post jornada. A esos lunes de recuerdos alegres. También a los del cabreo y del compañero de curro gruñón: “Déjame en paz. A mí no me hables de la Real”. Benditas preocupaciones. Benditos disgustos.