Mi aita siempre me ha inculcado que nunca apueste con dinero. Incluso cuando echábamos interminables timbas de póquer o jugábamos a la ruleta, porque uno de mi cuadrilla tenía una mesa de casino auténtica, de tamaño real, en su casa. Cuando me habían ido bien las cosas (casi nunca porque a mi lado había profesionales de verdad), siempre me recriminaba, con sabiduría y sensatez, que no entendía cómo podía disfrutar si en realidad le había sacado la pasta a uno de mis mejores amigos. Con la perspectiva del paso de los años, lo veo mucho más claro. Recuerdo que cada vez que se acercaba el 22 de diciembre me solía abroncar por comprar décimos con sus habituales frases tan agoreras como certeras: “¿Tu conoces a mucha gente a la que le ha tocado la lotería? Pues eso es que no toca”. Y por supuesto, otra de sus frases más repetidas: “No puedo entender cómo el que le ha tocado sigue jugando. Ganar en más de una ocasión solo le pasa a los políticos y a Lorenzo Sanz en su día, por motivos obvios”.
El Gazteleku
Ya he comentado en más de una ocasión que yo jugué al fútbol en el Gazteleku, un club creado por Josean Tolosa. En mi primer entrenamiento a sus órdenes, recuerdo que me dijo “chaval, tienes que aprender a sufrir”. Una pena. No aprendí nunca, era más vago que Vela. Por eso a los jetas como yo, que además para más inri, tenía mucha capacidad física, aguantaba muy bien, pero cuando había que correr siempre estaba hablando con los últimos, nos han llamado especialmente la atención los que se exprimen al máximo y exploran sus límites en cada entrenamiento. En mi equipo había un jugador que se llamaba Igor, yo siempre le he conocido así, que no podía ser mejor persona y compañero, que destacaba por encima de todos por las ganas que le ponía hasta en la más insignificante pachanga. Era un verdadero apasionado del fútbol, le encantaba jugar. A poca gente le he visto vivirlo con tanta pasión. Era un año mayor y como el club no estaba atravesando un buen momento hasta que desapareció, muchos fines de semana a varios de los cadetes nos hacían jugar el sábado con nuestro equipo y el domingo con los mayores. Fue jugando con estos cuando más coincidí con Igor. Recuerdo que iba siempre con un grupo de ultrafans, que era su familia. No podían ser más adorables. A mí a veces me ponían de delantero y a muchos rivales que podían sacarme cuatro años no les convencía que un niñato, bastante bajito además, les empezara a tirar caños. En resumen: me pegaban más que a Kubo. Recuerdo una mañana en Azkuene que cada vez que me daban, los Ultra Igor Fans se volvían locos en la grada: “¡Al niño no! ¡Pero cómo le puedes pegar si es un crío!”. En el fondo creo que al final era contraproducente, porque cada vez me pegaban más veces y más fuerte.
En el Ostadar
Como ya he dicho, el club desapareció y todos elegimos nuestro camino. Años después comencé a salir con una chica de Lasarte que tenía un hermano, mi cuñado el gran Aitor, que jugaba en el Ostadar. Y antes de ir a verle me contaba que había uno de mi edad en su equipo (es decir, no precisamente joven) que seguía jugando y que era el alma del bloque. Un tal Asti. Cuál fue mi sorpresa cuando llegué y comprobé que el Asti era mi colega Igor. Todavía recuerdo el abrazo que nos dimos. Por cierto, ya no era el centrocampista trotón y peleón, ahora jugaba mucho más fino y tenía mucha más técnica. Muchas veces incluso actuaba de mediapunta. Es lo que tiene entrenar, entrenar y entrenar. Eso sí, seguía siendo de largo el que más contento estaba jugando. Y en la banda, cómo no, continuaba sin faltar toda su familia, aunque los Ultra Igor Fans se habían renovado mucho y ya tenía hasta dos críos pequeños y a su querida esposa que no se perdían ningún encuentro. Aunque bueno, en Lasarte deben sentir mucho los colores del Ostadar, porque mi familia política, mis adorados Hernando, tampoco faltaban a un partido de Aitor.
Ésta no fue la última sorpresa que me llevé con Igor, ya que, después de vernos en las puertas de San Siro, el año pasado me lo encontré en Puio viendo el Vasconia-Damm de Copa del Rey. A su lado su hijo, jovencito y tímido, cuya cara ya me sonaba. Al finalizar la temporada, hice un uno por uno de los héroes del ascenso del Sanse y al día siguiente me escribió para darme las gracias por lo que había puesto del jugador Astiazaran. Me costó entender su mensaje, hasta que empecé a atar cabos y me di cuenta de que era su hijo. Cuando estuvimos en aquella grada, Igor es tan discreto que ni me mencionó que ya la estaba rompiendo en el C y que empezaba a asomar la cabeza en el filial. La verdad es que me hizo mucha ilusión. Me alegré un montón por él y me abrió un debate interno: ¿De verdad existe algo que pueda hacer más ilusión que jugar en la Real? Pues igual a los que amamos este escudo y el fútbol lo único que podemos poner a su altura es que llegue a debutar tu hijo. Como me dijo tras ver en la televisión las preciosas imágenes de Lander, con la nariz como un tomate del golpe que había recibido, abrazado a sus aitas que no podían contener las lágrimas, “yo ya me puedo morir tranquilo”.
Triunfar en la Real
Hoy en día, para jugar en la Real, aparte de ser muy bueno, sacrificado, trabajador y profesional, te tiene que caer el Gordo. Igor jugó mucho, pero no le tocó, “yo soy un tuercebotas al lado de mi hijo”, me dijo con sinceridad un día. Es casi imposible que toque dos veces, pero al menos puede disfrutar de que a su hijo haya podido llegar. Con esto no le estoy quitando ningún mérito al chaval porque me parece buenísimo, de esos jugadores que aparte de tener mucha clase son peleones y espectaculares, de los que enganchan con la afición y no solo por la pirueta que hace para celebrar sus goles. Y apuesto (sin dinero, aita) que triunfará. Yo ya le dije, “Igor, prepárate, porque esto no ha hecho más que empezar”.
La esencia del club
Este es mi cariñoso y sentido homenaje a los Asti. Y a mi amigo Igor. Porque en momentos duros, esta familia nos recordó lo que es la esencia de la Real. El equipo de nuestro pueblo. Un sentimiento. Una pasión. El termómetro que se calienta y se enfría en función de su rendimiento y sus resultados. Por eso no podemos perder nunca la perspectiva de lo que es nuestro equipo. A mí no me entra en la cabeza que haya gente que me dice que, cuando no lo podíamos estar pasando peor en un duelo a vida o muerte, no celebró el gol de Sucic porque era Sucic y el segundo en el minuto 96 (sei bella come un gol en el 90’) porque estaba enfadado con el equipo. Sí, como la famosa pancarta de los hinchas de Chacarita Juniors, “nosotros venimos por el escudo, no por ustedes”. No hay nada más sano, natural y gratificante que tu equipo marque en el último suspiro y elimine a un rival de cuyo aspecto y de cuya categoría me olvidé en el mismo momento en el que Pablo Marín (cómo me alegro por él) depositó el balón en las redes. A partir de ese momento, la angustia dio paso a la euforia. No habíamos ganado la Copa, pero creo que en estos últimos tiempos de depresión y de preocupación, en los que desgraciadamente no estamos viviendo muchas alegrías, resulta absurdo no festejar como merece un subidón que nos permite estar en octavos de final otra vez. Que igual no nos da para mucho más, pero también igual nos acordamos toda la vida por lo que pueda venir. Nunca se sabe. En el fondo lo que subyace de esta situación es una falta de ilusión dramática y es por eso que, aunque entiendo el escepticismo y que el club lo está haciendo todo al revés (primero el interino y después borrón y cuenta nueva con un foráneo), lo que más valoro de la posible llegada de Matarazzo es que va a aterrizar con más hambre y ganas de triunfar que los Astiazaran. Y ésa es una cualidad que aquí ha funcionado muy bien y que, dado el decadente y angustioso momento que vivimos, se antoja decisiva para lavarle la cara y darle un buen repaso al equipo. Necesitamos algo nuevo. La revolución ya ha empezado… Hoy no se puede fallar. Estamos con vosotros y nos morimos de ganas de volver a abrazarnos con el mismo fervor con el que, al parecer, lo hicimos muchos el pasado martes. Prohibido no celebrar como merece todos los goles de nuestra Real. ¡A por ellos!