donostia - Fue un día "muy duro". Ya lo admitieron tanto el entrenador, Gonzalo Arconada, como las jugadoras. No puede ser de otra manera. Encajar un 1-10 en cualquier partido es un golpe, pero hacerlo en una final es un sopapo considerable y la Real lo sufrió en sus carnes el domingo en Salamanca. Sin embargo, la plantilla trataba de sacar el lado positivo al subcampeonato, que lo hubo. El conjunto txuri-urdin disputó su segunda final en apenas nueve meses. Tras el histórico título de Copa en Granada, la Real llegó a la Supercopa -la primera con formato de cuatro participantes en la historia del fútbol femenino- y fue capaz de ganar al Levante en semifinales y jugar una nueva final, lo que no está al alcance de muchos clubes. El proyecto blanquiazul crece con una plantilla joven, pero el Barça de las galácticas es otra cosa.

"El partido se nos ha hecho larguísimo", reconocía Manu Lareo ante los medios unos minutos después de acabar el choque. A la Real le pasó un rodillo por encima. Nada funcionó. Un marcador tan exagerado como es el 1-10 solo llega por un cúmulo de factores. Físicamente el Barça fue tremendamente superior y puso desde el inicio un ritmo al partido que la Real no pudo seguir ni de lejos. Cada balón dividido era para las blaugranas, que llegaban en oleadas al ataque ante la impotencia de la zaga blanquiazul. Las piernas no daban para más después del esfuerzo de la semifinal. Gonzalo Arconada repitió el planteamiento que había puesto en liza contra el Levante y el Barcelona respondió con una intensidad brutal y un juego por bandas que sorprendió a la Real, incapaz de rectificar sobre la marcha. El ánimo de las txuri-urdin iba cayendo al mismo ritmo que los goles y las jugadoras, noqueadas, lo pasaron mal, lo que provocó errores individuales que se tradujeron en más tantos en contra. Y la voracidad azulgrana no se detuvo. El Barça apenas bajó el pistón cuando ya ganaba 0-8.

El pitido final fue una especie de alivio para el equipo, que, eso sí, reaccionó muy bien. Primero hizo piña en el centro del campo y luego todas las jugadoras fueron a saludar a la afición. Fuera del campo también se sacaron fotos y firmaron autógrafos a los seguidores desplazados desde Gipuzkoa. Los rostros de Nahikari y Manu al atender a la prensa eran de tristeza y seriedad, pero ambas mandaron un mensaje positivo. La capitana, que había hablado en la víspera de la final, y la alavesa quisieron dar la cara como representantes de la plantilla y atendieron a todos y cada uno de los medios desplazados con calma, sin prisas.

"Ya hemos tenido días duros antes, ahora tenemos que sobreponernos a este bache. Tenemos que estar orgullosas del equipo, el recorrido que llevamos es muy positivo, tenemos que sacar lo bueno, seguir creciendo y seguro que ahora somos mejores que hace dos horas", comentaba Nahikari: "Estoy orgullosa del equipo, de cómo ha sido la semana, de cómo trabajamos y nos apoyamos entre todas. Ese es el camino a seguir", reflexionaba Nahikari.

medallas en el vestuario "Ellas han sido muy efectivas de cara a puerta y nosotras hemos tenido algún acercamiento y al menos lo hemos intentado", añadía Manu Lareo, autora del único tanto realista de la final, que coincidía con la capitana: "Es un día muy duro y complicado, pero tenemos que sacar cosas positivas y disfrutar del torneo que hemos hecho. Logramos eliminar al Levante en semifinales".

Jokin Aperribay, que estuvo en El Helmántico, bajó al vestuario para tratar de subir el ánimo a las jugadoras. "Estamos en el mejor momento de nuestra historia", les dijo el presidente: "Hay que hacer mucho para llegar a una final. Olvidad esto en el autobús", les indicó el dirigente. Ese era precisamente el mensaje del club, del cuerpo técnico y de la plantilla: haber alcanzado una nueva final nueve meses después de ganar la Copa está por encima de la goleada recibida.

"Nos lo hemos ganado a base de trabajo", recalcaba Mariasun Quiñones al recibir las medallas en el vestuario y no en el campo como suele ser habitual. Un gesto cuando menos chapucero por parte de la Federación Española. Y es que, en aspectos como este, la organización no estuvo a la altura de un evento que englobaba a Barcelona, Atlético de Madrid, Levante y Real Sociedad. Un cuarteto de mucho nivel. Y ahí dentro está el equipo txuri-urdin, con una plantilla cuya media de edad es de 22,2 años y que ha progresado una barbaridad estas dos últimas temporadas. Lo que augura jornadas de disfrute en el futuro.