Donostia - La Real había advertido a sus aficionados de que acudieran a Anoeta con antelación. Y así lo hicieron la gran mayoría de realzales que presenciaron ayer el encuentro. Lo que ocurre es que dio la sensación de que, si los socios resultaron más madrugadores que nunca, no fue para evitar colas. Entraron pronto al estadio porque, simplemente, querían pisar cuanto antes el graderío. Querían ocupar cuanto antes su localidad y comprobar que las fotografías de estos últimos días en medios de comunicación y redes sociales no suponían ningún espejismo. La Real ya tiene un campo de fútbol. Por eso se recordará todo lo vivido ayer. Fue una primera toma de contacto con la nueva casa txuri-urdin. Pero una primera toma de contacto a lo grande. A lo muy grande.

Que la tarde iba a resultar espectacular en lo ambiental quedó claro a las 15.38, cuando Gero Rulli saltó al césped a calentar, acompañado por Moyá y Luis Llopis. El fondo Aitor Zabaleta, ya casi lleno y con todos sus ocupantes de pie, se desvirgó con una atronadora ovación multiplicada solo cuatro minutos después. Salieron entonces al campo los otros diez titulares. Y las bufandas txuri-urdin volaron al viento para calentar la previa más ardiente que se recuerda en Anoeta. Aún faltaba más de media hora para que arrancara el choque, y una grada que ya superaba con creces la media entrada animó al equipo como si del tiempo de descuento se tratara.

La arquitecta encargada de la reforma del estadio, Izaskun Larzabal, aseguró el viernes en una entrevista concedida a este periódico que el aficionado iba a entrar en una nueva dimensión durante los prolegómenos más inmediatos al partido. Y así fue. Ya con el aforo casi completo, con la acústica del nuevo Anoeta multiplicando los decibelios respecto a las temporadas anteriores y con el emotivo homenaje a Agirretxe en perspectiva, el momento de la piel de gallina, si es que solo hubo uno, llegó a las 16.07. Los dos equipos salieron al terreno de juego, y lo vivido desde entonces hasta que arrancó el partido, diez minutos, generó incluso el temor de que la grada se dejara energías por el camino antes del pitido inicial. El delantero usurbildarra marcó el simbólico primer gol del nuevo estadio, lo festejó haciendo el avión y, aunque ayer las ayudas al respecto no eran necesarias, terminó de dar alas a una hinchada incansable.

Anoeta sonó durante los 90 minutos para alentar a los suyos. Seguro que lo agradecieron los jugadores txuri-urdin. Pero el partido exigía más temple que espíritu, más cabeza fría que corazón caliente. Los realistas supieron servirse de los ánimos de la parroquia y ejecutar a su vez el plan cerebral dispuesto por Garitano. Lástima que el fútbol puro y duro, ese que se queda dentro de las líneas de cal, no entienda de fechas señaladas. Remontó el Barça, y la fiesta no fue redonda. Dentro de nueve días, más.