fue una cuestión de fe. Porque para soñar con algo grande lo primero que debes hacer es creer que puedes conseguirlo. Y eso es lo que hizo el Celta la temporada pasada. Pocos o nadie pensaban que iba a ser capaz de competir de forma tan brillante y solvente para alcanzar las semifinales de la Europa League y de la Copa. Ojo, que no es cualquier cosa. Que ahora mismo sigo preguntándome cómo hicieron los gallegos y los vecinos para llegar hasta los últimos escalones de lo lejos que los veo para la Real, cuando a principio de temporada todos creíamos que contábamos con una plantilla aspirante a luchar por el título. ¡Si todavía estamos en dieciseisavos y este equipo no se caracteriza precisamente por ser un especialista en pasar eliminatorias!

A lo que iba, les recito la alineación del Celta en el partido de vuelta de las semifinales en Old Trafford que no superaron de milagro. Bueno, porque en la prolongación ni Beauvue ni Guidetti lograron enchufar un balón de oro caído dentro del área. El once: Sergio Álvarez; Hugo Mallo, Cabral, Roncaglia, Jonny; Radoja, Wass, Tucu Hernández; Aspas, Pione Sisto y Guidetti. No me gustaría pecar de arrogante, ¿pero tiene mucho mejor equipo que la Real? ¿Cuántos de ellos serían titulares con Eusebio? Lo digo con todo mi reconocimiento al indiscutible y enorme mérito que tuvo un conjunto de nivel medio entrenado de forma magistral por un Berizzo que ha comprobado lo cruel y la poca memoria que tiene el fútbol en Sevilla. Aunque esto me parece que ha sido más una simple cuestión de nuevo rico.

Me encantan este tipo de gestas que consiguen que los aficionados de otros equipos sigamos su duelo con el Manchester United como si sintiéramos algo por sus colores. Y eso solo se puede alcanzar si se transmite. Si se compite sin complejos ni temores. Sin calculadora ni mediocres medidores de riesgos y esfuerzos. A pecho descubierto y creyendo que puedes derrotar hasta el que fue el equipo campeón. Y en la Copa eliminó al Madrid, con eso queda todo dicho. Reconozco que a mí personalmente, por diferentes lazos, me cae especialmente bien el Celta. Un club que, por cierto, en algo que deberíamos destacar por el mérito del nuestro, no ha ganado un título jamás. Y bien que se lo recuerdan los puñeteros de sus vecinos.

De aquella eliminatoria nos dejaron marcados las lágrimas de su afición y su emocionante reacción en la derrota. Viniéndose arriba y obligando a sus jugadores a volver a saltar al campo para soportar el dolor unidos, sin duda la mejor receta posible. Y en esto me siento muy identificado, porque no hay una cualidad mejor en una afición que ser mejor en el fracaso que en el éxito. No hay ninguna en ese sentido como la de la Real. Que aunque ha celebrado títulos tiene muy claro que cuando se salta a un terreno de juego, como suele decir Nadal, hay tres posibilidades (en el tenis solo dos): ganar, empatar y perder. Si se gana todos felices, si se empata, alegría contenida, pero si se pierde en una cita importante, se cierran filas. “En Primera o Preferente, de la Real hasta la muerte”, como rezaba la pancarta que recibió a sus jugadores en Mestalla el día del descenso.

Destaco a la afición, a la mía, para mí la mejor, en una semana en la que me ha vuelto a dejar boquiabierto la confirmación de que serán cerca de 2.000 los hinchas blanquiazules que acompañen a su equipo a Salzburgo. Y aunque la noticia volverá a pasar casi inadvertida por los medios de fuera de Euskadi, no es normal. Pocos equipos movilizan tanto a su parroquia como la Real. Algo de lo que deben sentirse orgullosos y halagados estos futbolistas. Son unos auténticos privilegiados. Por eso me enerva tanto que muchas veces desde el club no se le tenga en cuenta. No sé si el club, la situación y el propio Eusebio han salido fortalecidos con la ronda de entrevistas de esta semana. Más bien diría que no. Pero como se lo dije a él, pocas veces había visto tan hinchado el globo de la ilusión en la afición txuri-urdin como al inicio de la campaña. Y es una pena, porque es muy difícil llegar a ese punto. Ahora, con todos los puntos que han volado para nunca volver, resulta complicado volver a creer en un equipo que nos ha hecho disfrutar como pocos. Pero demasiado poco tiempo. Sin culminar. Y eso es como dejarte con la miel en los labios, porque aquí nos malacostumbraron después de haber paladeado el inigualable sabor de los títulos.

Queremos volver a ser grandes. Pero para eso hay que creer. Y ahora, lo siento, pero no es fácil volver a hacerlo. El atajo para lograrlo es que no vuele ningún punto más de Anoeta en lo que queda de campaña. Ese es el reto. Empezando por hoy. Con el lema del águila que estaba en Atocha y han colocado en los vestuarios de Anoeta: “No hay equipo bueno sin garra”. ¡A por ellos! l