La Real solo empató en Girona. Y hay que incidir en lo de solo, porque, aunque siempre se dice que hay que valorar el sumar un punto fuera, ayer tropezó en la misma piedra de Getafe y dejó escapar una gran oportunidad para sellar otra victoria a domicilio. Y esto no es una cuestión de menosprecio al rival, que también juega y, probablemente, sea el recién ascendido más competitivo que no parece que vaya a tener muchos problemas para salvar la categoría. Bien por ellos. Pero esta Real era superior y, como sucedió en el Coliseum, lo tuvo todo a su favor para hacerse con los tres puntos después de ponerse por delante en su primera aproximación a la meta rival. Lo hizo además con una jugada antológica entre Oyarzabal y Willian José, de las que refuerza la autoestima de cualquiera y mina las esperanzas del que, a priori, es inferior. Precisamente por eso, porque le hace sentir así.
Es en ese punto donde hay que buscar y encontrar explicaciones. Uno de esos temas a corregir y a mejorar en Zubieta como tanto les gusta decir a técnicos y jugadores cuando algo falla. Con el descomunal arsenal ofensivo con el que cuenta la Real esta temporada, tiene delito que no consiga volver a marcar y que deje pasar tantos minutos como si no pasara nada, sin darse cuenta de que la principal damnificada es ella, en lugar del adversario, aunque vaya ganando. Porque ahora la Real dispone de mucho mayor potencial. Si encima luego, cuando el enemigo aprieta, te hace daño hasta empatar, y desperdicias tres o cuatro ocasiones clarísimas por falta de puntería, apaga y vámonos. Agur puntos. Otros que vuelan y ya no volverán. Y los echaremos de menos, se lo aseguro.
Eusebio ya tiene once de gala. El técnico huyó de ese cartel en el partido ante el Eibar tras el que la mayoría coincidía en que, con casi todos disponibles, había elegido una alineación con pinta de ser su favorita. La confirmación llegó dos semanas después, tras el parón, cuando repitió a los mismos pese a que cinco de ellos, internacionales, solo se habían ejercitado con el grupo la víspera. Al lasecano le gusta refugiarse en que esta campaña lo que cuenta es la plantilla, ya que todos van a poder disponer de minutos. Pero el mensaje de ayer para con los que se han pasado dos semanas trabajando en Zubieta no parece el más indicado o recomendable para la gestión del grupo. Aunque el jueves haga rotaciones en Noruega.
El Girona es un equipo distinto porque juega diferente. Su entrenador, Pablo Machín, apuesta por un innovador sistema y por un marcaje al hombre. Le gusta emparejar uno a uno a todos sus jugadores, algo que solo suele ser habitual en las pizarras de los demás preparadores para los medios y delanteros. Eso sí, su estrategia necesita un poco de complicidad arbitral, porque cada vez que un realista se iba de su par, este tenía la orden de frenarlo en falta. Así una y otra vez. Iglesias Villanueva, que ya es sospechosamente reincidente con la Real, lo permitió casi todo. Lo más escandaloso fue que, cómo no, con un parcial de 13-3 en faltas cometidas, la primera amarilla fue a Diego Llorente, un realista, y a todas luces injusta. Sin duda sangrante.
Los gerundenses arrancaron con fuerza, impulsados por su racha de tres victorias consecutivas. Tras un par de sustos, en una internada de Maffeo y una estrategia con barrido en un córner, llegó la jugada del gol realista. Oyarzabal asistió con precisión a Willian José a la espalda de la zaga y este, que siempre esconde su habilidad bajo una aparente y falsa torpeza, amagó, recortó y superó a Bono con la derecha. Golazo.
Lo más difícil parecía hecho. La Real fue superior en la primera parte, en la que los locales se mostraron muy agresivos y duros, lo que acompañaron con incompresibles protestas por todo. Januzaj, que siempre que apareció dejó muestras de un talento descomunal y por momentos de ser imparable, rozó el palo tras uno de sus habituales slaloms y Oyarzabal se encontró con Bono en un disparo demasiado blando. A Llorente le hicieron un penalti claro en un blocaje en un córner. Rulli solo se alteró en un chut de Maffeo que atajó sin apuros.
En la reanudación, después de unos minutos estelares de Januzaj, al que no le quitaban el balón y solo frenaban a base de faltas, el guion comenzó a parecerse cada vez más al de Getafe. Muchos balones al área, un rival más enchufado e intenso, y una Real cada vez más acobardada. Fue Portu el que sembró el caos en una zaga realista que sufría por la táctica de los catalanes de sacar de sitio a los laterales con sus carrileros. Con el empate anunciándose casi hasta en los marcadores, el murciano fue el primero que desperdició una opción clarísima en un mano a mano que Rulli se encontró con el pie sin tirarse. Fue el preludio de la igualada, que llegó tras un control con la mano de Portu en la medular, quien, tras lanzar una pared, alcanzó la línea de fondo y su centro lo cabeceó a la red Stuani. Uno de esos puntas que parece que no está hasta que marca.
ocasiones falladas Januzaj desperdició dos opciones buenísimas. Una que se fabricó él partiendo desde la cal derecha; y otra, después de un error grave de Borja García, que no supo convertir en gol con todo a su favor. Su remate fue con su pierna mala. Mordido y al muñeco. Una pena que le falte pegada con lo bueno que es. En plena orgullosa reacción txuri-urdin, Oyarzabal tuvo en su zurda el gol del triunfo, pero su chut le salió demasiado centrado. Fue el punto final. Porque la salida de Zubeldia anuló el arma de destrucción local, llamada Portu, y a los realistas les faltó gasolina para lograr el segundo.
Y ambición, también ambición. En los minutos finales pareció conformarse con el empate cuando, insisto, se podría dar por bueno, pero, visto lo visto, se queda corto para las posibilidades reales de este equipo. Esta semana se ha vuelto a escuchar la palabra Champions por Zubieta. Desperdiciando tantas balas de este tipo, con todo a favor, parece una quimera. Con puntos perdidos o no ganados en partidos así, no van a salir las cuentas. Eso seguro.