este partido de anoche en La Coruña me puso de los nervios, no por el paupérrimo devenir de los acontecimientos sobre el césped, sino por la sana envidia que siento de quienes dispusieron acudir a Riazor aprovechando el salto mortal de la semana, con puentes, acueductos y doble tirabuzón. Bendito calendario para los que pueden disfrutar de tantas fechas en rojo fuera de un estadio en el que la Real fue un despropósito. Los realistas pagaron los platos rotos ante un equipo que mereció la victoria sin excusas.

Los viajes entonces se hacían por carretera o en avión, tanto en chárter al aeropuerto de Arteixo como a Lavacolla en Compostela, según soplara el viento, lloviera o dominase la niebla. Nos han pasado tantas cosas al respecto que se acabaría el artículo contando aventuras en plan abuelo Cebolleta. Prefiero compartir con vosotros las más sabrosas, aquellas que se relacionan con la mesa y el mantel.

A Coruña era plaza en la que se puntuaba. Durante mucho tiempo nos dio por ir al restaurante El diez en la Plaza de España, porque uno de los periodistas que integraba la expedición era un defensor de los percebes a muerte. Bandeja de primero, bandeja de segundo y porque no había postre de lampernas que, si no, también. Hasta tal punto que aquel destino se convirtió en un “vamos a perceberar”.

No sé la razón, no la recuerdo, quizás porque cambiamos de hotel, dejamos de ir a aquel lugar para convertirnos en defensores a ultranza de la Adega O bebedeiro. ¡Qué era aquello, por Dios! Reservábamos antes de emprender el viaje. No es un sitio muy grande. Es entrañable y guarda, en las estanterías que decoran las paredes, numerosos artilugios antiguos, aparatos de radio del tiempo de Maricastaña, utensilios de cocina, aperos de labranza, un ciervo de inmensa cornamenta y una chimenea que calentaba el local si era menester.

Además de ofrecer una carne colosal (solomillo de buey gallego con piña asada, foie y salsa de Pedro Ximénez), bordaban un hojaldre de lubina relleno de vieiras, lo mismo que el pulpo con almejas al ajillo. Luego, si querías marisco, nécoras, camarones, zamburiñas? lo que hiciera falta. Lo único malo del sitio es que, para llegar, había que subir una escalinata que no se acababa nunca. Te preguntarás qué hago hablando de restaurantes y cartas con platos espectaculares. Respondo con el ojo puesto en un reloj que, cuando escribo este artículo, marca las once menos cuarto de la noche, estoy sin cenar, con una depresión notable por el juego y el resultado y con hambre para parar trenes y trolebuses.

En marzo hará seis años que estuve allí por última vez. Coincidía también en lunes, la primera temporada después del ascenso, con el machete Martín Lasarte al frente y Lotina en la bancada gallega. El partido fue horroroso, con tintes similares a los de ayer. Terminamos perdiendo (2-1) y fue Imanol Agirretxe quien recortó la desventaja con su gol. Mateu Lahoz dirigió aquel encuentro y amonestó a Illarramendi, que junto a Xabi Prieto fue el único que repitió ayer en el equipo inicial.

La alineación realista aquella noche contaba con futbolistas como Bravo, Estrada, Ansotegi, Demidov, De la Bella, Diego Rivas, Griezmann, Ifrán, Sarpong? gente que pertenece a la historia txuri-urdin. ¡A qué velocidad el tiempo devora jugadores y técnicos!

Ahora contamos con gente diferente, ni mejor ni peor. También con Zurutuza, que no pudo llegar a tiempo de alinearse ante los gallegos. Le echamos en falta, aunque la eterna pregunta, que no encontrará nunca respuesta, es saber si con el rubio las cosas fueran a ser diferentes. Cuesta creerlo en un partido en el que cuesta mucho destacar a algún protagonista.

Desde el pitido inicial casi se atisbaba el calvario que nos venía encima. Nos apretaban mucho y bien; nos metían balones a las espaldas y creaban ocasiones suficientes como para hacer temblar a toda la hinchada txuri-urdin que esperaba eufórica otra respuesta. Cuando todo se pone de frente no hay quien lo supere. Un gol pronto, otro en propia meta, un tercero antes del descanso y el discurso del entrenador a sus futbolistas en la caseta.

Tibia reacción en la reanudación. El gol de Yuri animaba a creer en la remontada, pero el penalti que se inventó el colegiado (vaya rachita de árbitros que llevamos) cortó de raíz cualquier posibilidad de sorpresa. Ya no quedaba otra cosa que esperar el paso del tiempo, realizar los cambios testimoniales y mirar hacia el futuro con la lección aprendida, si es posible. El sábado, ante el Valencia, no cabe otra que volver a la buena senda. Toca ponerse las pilas, las buenas, las de larga duración y que el contrario sea el que se lleve los platos rotos de esta goleada que desanima al más pintado.