Estamos en la antesala del inicio de las negociaciones del nuevo Marco Financiero Plurianual o lo que, traducido al lenguaje común, son los presupuestos de la Unión Europea durante los 7 años que van de 2028 a 2034. Está claro que las cuentas actuales 2021-2027 se vieron truncadas por la pandemia del covid-19 y definitivamente condicionados por la guerra de Ucrania con la consiguiente crisis derivada en Europa. Ninguno de los Estados miembro podía siquiera imaginar que nos íbamos a enfrentar a retos tan tremendos cuando en 2018 empezaron a negociar en las instituciones europeas los presupuestos actuales. De ahí que el ejercicio que ahora se inicia prevea todo un desafío para la continuidad del proyecto europeo.
Demasiadas prioridades
La primera realidad a la que se enfrenta a la Comisión Europea a la hora de presentar los presupuestos de largo plazo de la Unión Europea es la definición de prioridades. Hace falta más dinero para casi todo y hay que tenerlo rápido si queremos soportar los ataques en un mundo bipolar y multirriesgo marcado por la batalla hegemónica entre Estados Unidos y China. Necesitamos mayor autonomía estratégica y eso se traduce en más fondos comunitarios para seguridad y defensa; mejorar la competitividad industrial con inversiones en ciencia y tecnología de vanguardia y soberanía energética a costes razonable reduciendo su contaminación e incrementando las interconexiones europeas.
Desafíos sociales
Pero ahí no terminan las obligaciones presupuestarias, pues, hay que añadir las necesidades sociales de una ciudadanía que espera más de la Unión Europea para resolver sus problemas del día a día y que de sentirse defraudados, como ya estamos viendo, se echarán en manos de proyectos políticos ultranacionalistas y eurófobos. Abordar los problemas de cuestiones tan vitales como la vivienda, la salud, la agricultura y la alimentación o la cohesión territorial son básicas para que la sociedad europea siga creyendo en la UE. Si añadimos este pilar social al menú del marco financiero plurianual, nos encontramos ante un escenario que a fecha de hoy es claramente deficitario en ingresos para los gastos que Bruselas debe acometer.
La dicotomía austeros derrochadores
Así las cosas, parece obvio que nos enfrentamos, una vez más, a la dinámica perversa que ha marcado las batallas presupuestarias en la Unión Europea en las últimas dos décadas. Por un lado, están los Estados que quieren que el presupuesto europeo crezca sustancialmente en ingresos para acometer la larga lista de prioridades señaladas, entre los que, por supuesto, se encuentra España, que hasta la fecha nunca ha sido contribuyente neto, es decir siempre ha recibido más de lo que ha puesto en la Unión. Y enfrente los frugales o austeros, partidarios de reducir sus aportaciones al proyecto común argumentando que las ayudas se despilfarran en el ocioso y derrochador sur de Europa. Además, a esa ecuación hay que superponer la variable ideológica, ya que el Parlamento Europeo esta legislatura se ha derechizado sustancialmente, por lo que las políticas progresistas serán mucho más difíciles de aprobar este es el panorama que pinta en vastos de cara a la negociación. Pero al final todos sabemos que fuera hace mucho frío, y sino que se lo digan a los británicos, y que si queremos más y mejor Europa debemos tener más y mejor presupuesto europeo.