llegué a casa el sábado por la noche después de ver el partido del Bidasoa en Artaleku. Siempre sigo el mismo protocolo. Cambiarme de ropa, camiseta, pantalón corto y alpargatas, algo así como un obligado ritual, al que sigue un mando de televisión y la elección de un canal. Al Eibar le quedaban unos minutos para marcar un gol y galvanizar su posición. Esperé al final antes irme a la cocina. Tortillita de atún con un par de huevos, queso y yogur de frutas antes de sentarme cómodamente en el sofá.

Por esa querencia de ver fútbol, elegí lo que había en ese momento. El derbi entre Levante y Valencia duró medio asalto, porque no fui capaz de aguantar cinco minutos. Así que decidí zapear. Encontré Eurovisión y opté por quedarme. Iban por el país décimoquinto y aún faltaban unos cuantos. ¡Cómo ha cambiado el cuento! Cuando era joven y las televisiones emitían en blanco y negro, se trataba de un evento colosal que atraía.

Siempre aparecía la clásica niña irlandesa, pelirroja y con pecas, con voz angelical que entonaba una balada dulce, vestida con una falda clara de volantitos y con calcetinitos de cotón perlé. O aquellos latin lover, engominados, con chaqueta y corbata, más clásicos que el Partenón, cantándole al amor.

Poco a poco, llegó el color, las televisiones se hicieron planas, y a los escenarios comenzó a subir gente variopinta. Las orquestas no las dirigían ni Ibarbia, ni Algueró, y del vestido negro y ajustado se pasó al escote monumental, a la melena teñida y a un atrezzo espectacular como el de este sábado en Copenhague, donde aparecieron patinadores, trapecistas, gimnastas, chaparrones de fina lluvia o lo que hiciera menester. De todo lo que iba oyendo, nada me gustó tanto como la canción de Francia.

Llegaron las votaciones y las cámaras enfocaban al chico/chica de Austria. ¡Tierra, trágame! Una mujer barbuda al frente de clasificación, mientras los franceses no recibían un solo voto. Recordé a una compañera de estudios universitarios, monja seglar o parecido, que se llamaba Conchita Espelosín, aragonesa de pro, muy divertida, pero con un pedazo bigote que te morías. Nada que ver con esta cantante que gana para escarnio de los puristas y cachondeo de la mayoría. ¡Os juego una merienda buena a que el año que viene un país presenta a un tío con tres tetas!

Las votaciones que en su tiempo las explicaban locutores al uso, sin el menor atisbo de improvisación, ahora se han convertido también en show, incluida la versión barbada de la presentadora austriaca que se prestó al bochinche.

La canción ganadora no me gustó nada y desde luego no fue la que se cantaba ayer al mediodía por la bilbaina calle del licenciado Poza en la que faltaba la mitad del habitual orfeón, porque los seguidores realistas no pudieron desplazarse como otras veces ante la falta de entradas para acceder al nuevo campo. Quizás si hubiera aparecido la mujer barbuda el ambiente se hubiera disparado. Se perdió un partido que la Real terminó empatando, en plan de pequeña remontada que puso ser grande si el remate de cabeza de Antoine Griezmann no le sale al medio. Era la mejor oportunidad de victoria, impensable después de los minutos que trascurrieron tras encajar el gol de Muniain. En ese tramo los rojiblancos fueron mejores, aunque sin crear mucho peligro en la meta de Bravo.

Los goles marcan paso muchas veces y el que supuso el empate mereció mucho la pena. Espléndido pase de Vela al desmarque de Agirretxe que el de Usurbil aprovecha como en otras grandes tardes. Para entonces, Arrasate se vio obligado a mover ficha y a inventarse un lateral izquierdo. Con problemas en los isquios De la Bella, Iñigo pasó al lateral y Markel Bergara ocupó su puesto en la defensa. Da lo mismo porque el de Elgoibar, sin barba ni melena, hubiera ganado Eurovisión si se dedicara al bel canto. La temporada del ancla realista ha sido espléndida.

Llegamos al partido 54, el último de un enorme recorrido que empezó en agosto y concluye el próximo domingo a la hora del ángelus. No será un partido cualquiera. Se trata de no perder ante el Villarreal para concluir con mucho decoro una temporada larga y exigente en la que el equipo ha dado muchas veces buena respuesta. Le queda el remate. Luego, cuando todo acabe, le tocará el turno a los despachos donde hay faena. Y grande. De la capacidad de todos dependerá mucho el futuro. Las renovaciones de esta semana pasada y las que se esperan serán muy buena noticia como la que supuso ayer empatar ante un equipo difícil y con recursos.