Sergio Pascual (Plasencia, 1977) fue número 3 de Podemos en sus primeros meses de andadura y hombre fuerte de Iñigo Errejón en el aparato morado hasta que fue cesado por Iglesias en marzo de 2016. Publica ahora Un cadáver en el Congreso (Editorial Altamarea), crónica detallada de la puesta en marcha del partido en la que hace autocrítica sobre las guerras internas y, entre otras cuestiones, admite que su expulsión del cargo estaba justificada.

A los exdirigentes de Podemos les ha dado últimamente por escribir libros. ¿Es un ajuste de cuentas o es un ejercicio divulgativo de la construcción de un partido?

En mi caso, es más bien una una catarsis y un ajuste de cuentas conmigo mismo y con los fantasmas de mi pasado. Son las cosas que creía o sentí en aquel momento y que luego, con el tiempo, he comprendido que fueron errores. En realidad, me pongo a escribirlo porque lo necesito, porque creo que me puede hacer bien a mí mismo y además serle útil a quien se enfrente a decisiones similares en el futuro. 

Es interesante en los primeros capítulos ver cómo de movimientos políticos que eran en cierto modo marginales se construye algo que pone patas arriba el tablero en todo el Estado.

Sí, yo creo que ahí hay un factor esencial y es el caldo de cultivo que suponía lo que había sido la onda del 15-M. Digamos que la pradera tenía gasolina, estaba impregnada de gasolina. Y la chispa que pudo prender esa pradera con suficiente fuerza fue un tipo que había acumulado capital mediático en las tertulias de cadenas minoritarias como Intereconomía y La Tuerka, primero, y, después, La Sexta. Ese fue Pablo Iglesias.

“Espero que la relación entre Podemos y Sumar no acabe rota y que los dirigentes involucrados tengan la altura necesaria”

Y entonces llega el pelotazo de las europeas de 2014, que es donde usted se incorpora y se convierte en pieza clave en la puesta en marcha de todas las estructuras de partido que, sin embargo, se construyen a espaldas del líder, que estaba en Bruselas.

Yo creo que el termino no es a espaldas de. La cuestión es que en las europeas se tiene el resultado que se tiene y se había hecho con un aparato comunicacional mínimo. Y la tarea que venía por delante era construir un partido de ámbito estatal con representación en una geografía que es muy compleja y diversa. Había que mantener un ritmo comunicativo que permitiera cabalgar la ola de ilusión que habíamos despertado y todo eso había que hacerlo con la gente que teníamos, los que estábamos en España. Nos pusimos a la tarea de crear el partido para construir, no un partido a espaldas de nadie, sino un partido a secas. 

Pero el conflicto entre Iglesias y Errejón se dio casi desde ese momento. 

El conflicto vino algo más tarde y de alguna manera visibilizó que quienes habíamos construido el partido teníamos posiciones políticas en algunos temas diferentes a las que tenía Pablo Iglesias. Pero el partido que se construyó fue el partido al servicio de la iniciativa en general. En aquel momento no había facciones o, mejor dicho, la única facción que había era la de los anticapitalistas.

¿No había por tanto un intento de usar a Iglesias como mera imagen y poner al aparato al servicio de Errejón?

No, eso llegó después, se concreta después de las elecciones de 2015, donde ya hay una fractura entre las dos posiciones políticas. Ahí ya sí que intentamos utilizar el poder orgánico que se tenía para tratar de forzar unas posiciones políticas del secretario general distintas a las que estaba manifestando públicamente. Pero en ese primer momento no había un plan maquiavélico de acumulación de fuerzas para torcer el brazo a Iglesias.

“A Iglesias no le quedaba más remedio que reconfigurar su dirección y yo tendría que haber dimitido antes, de verdad lo creo”

Con el tiempo, y a pesar de su cese, usted ha realizado autocrítica y ha lamentado la forma de maniobrar del ‘errejonismo’ en aquel entonces.

Sí. Lo que planteo es que fue un error. En el momento en que percibimos que teníamos una posición política diferente teníamos que haber dado un paso atrás y permitir que la dirección estuviese en manos de quienes sí estaban de acuerdo con la posición política que tenía en ese momento Iglesias. Teníamos que haberle acompañado, incluso aunque pensáramos que nuestro líder se estaba equivocando. Normalmente el líder por algo es líder y suele tener algo más de información y de conexión con la base y el electorado que tú.

Visto con perspectiva, ¿la ruptura era inevitable o se podía haber arreglado o canalizado internamente?

Yo estoy convencido de que se podría haber canalizado, fundamentalmente con más diálogo. Las posiciones no estaban tan distantes en realidad, si se hubiera hecho un esfuerzo genuino por ambas partes, hubiéramos podido depurar muchas diferencias, estoy convencido de ello. Pero ahí todos tuvimos alguna cuota de responsabilidad. 

El caso es que no fue posible y usted fue la primera víctima de esa guerra interna con filtraciones de mensajes e incluso topos en los chats.

Pareciera que nos habíamos organizado en un grupo de Telegram, pero quiero dejar claro que en aquel momento habías muchos grupos en todas las corrientes del partido. Y, claro, en Telegram a veces se dicen exabruptos que no son oportunos. Y esta fue, de alguna manera, la excusa del sector de Iglesias para hacer algo que yo creo que de alguna manera era razonable: alinear la dirección política del partido con las posiciones políticas que tenía Iglesias en aquel momento. Él se dio cuenta de que, si tenía que enfrentarse a todo el aparato del Estado y a algunas posiciones mediáticas muy hostiles acerca de las posiciones que estaba teniendo en el debate de investidura (la fallida de Sánchez en 2016), necesitaba tener una dirección del partido afín a sus posiciones. 

Por tanto, ¿su cese era procedente?

Visto lo visto, no le quedaba otro remedio que reconfigurar su dirección. Por eso digo que yo tendría que haber dimitido antes, de verdad lo creo. Algunos más y yo teníamos que habernos ido antes para facilitar que hubiera una dirección más cómoda para quien estaba mandatado por la militancia para dirigir el partido.

Dice en el libro que otro error fue actuar movidos por “afectos personales” en lugar de “racionalidad política”.

Esto es muy importante y no pasa solo en Podemos, pero en Podemos pasó especialmente porque no teníamos una tradición histórica organizativa. En otros partidos, uno tiene interiorizadas una serie de normas porque se ha incorporado a una organización con unos estatutos y con una tradición de operación de una determinada manera y sabe a qué atenerse. Nosotros construimos eso de cero y no teníamos ningún tipo de institucionalidad interna. Al no haber poso, las normas se sustituían por afectos y nos regimos por esos afectos. Y por eso también la ruptura fue tan dolorosa.

“Estoy convencido de que la guerra interna de Podemos se podía haber canalizado con diálogo, las posturas no estaban tan distantes”

Resulta llamativo visto desde la actualidad que los tres primeros cargos en jerarquía fueran hombres (ahora son tres mujeres). ¿Pudo influir en la guerra interna el exceso de testosterona?

Sin duda. Eso fue probablemente otro de nuestros errores que afortunadamente luego se ha ido corrigiendo y que, de alguna manera, también refleja cómo los tiempos están cambiando a mejor. Esto ya no sería posible en ninguna organización.

También estaba ahí Juan Carlos Monedero que, según cuenta en el libro, metía mucha cizaña.

Monedero fue el ariete inicial de la autodefensa de la dirección y yo creo que sobre todo los anticapitalistas lo sufrieron en primera persona.

¿Se sintió traicionado por Errejón al incumplir su promesa de que dimitiría si usted era cesado por Iglesias?

La verdad es que no, por una razón muy sencilla, porque yo entendía perfectamente por qué tomó la decisión de quedarse. En aquel momento tenía racionalidad política la decisión de decir bueno, voy a tratar de reencauzar esto para que el partido no se rompa por la mitad en este momento. Entonces, yo eso lo entendí. Entendí perfectamente que se tomara esa decisión y la enmarqué en esa cuestión. De hecho, yo seguí teniendo una relación fluida con Errejón hasta prácticamente las internas andaluzas, donde sí que tuvimos alguna discrepancia adicional.

¿La relación actual entre Podemos y Sumar le retrotrae a la guerra interna de 2016?

Ahí hay cosas que resuenan evidentemente y que tienen similitudes, pero yo espero que no acabe como la última vez, cuando acabamos rotos. Y espero que esta vez todos los dirigentes políticos que están involucrados en la tarea de sumar a la izquierda tengan la altura necesaria y lo logren.

Parece que Yolanda Díez en este momento se entiende bien con los antiguos ‘errejonistas’. ¿Pero debe ser Sumar una copia del primer Podemos o debe buscar ser algo nuevo?

Yo creo que el primer Podemos tuvo su función. En su momento respondió a un momento histórico de clima político en nuestro país y la situación actual no se parece demasiado a aquello. La ciudadanía ahora mismo demanda políticas de lo femenino que además sean eficaces para solventar los problemas, que son muchos. Y creo que eso es lo que está haciendo el Gobierno de coalición y en particular todas las ministras que vienen del lado del espacio de la izquierda. No es en aquel momento del 2015, cuando Podemos era el gran portaviones que estaba llamado a comandar casi en solitario a toda la izquierda. Ahora, sin embargo, hay un reconocimiento más genuino que se parece más a la España realmente existente en cuanto a una realidad confederal para la izquierda.