Me grabé ayer la etapa final de la París-Niza, que debía finalizar hoy pero cuya última etapa fue suspendida por la crisis del coronavirus hace varios días, con lo cual concluyó ayer. Esto es, suspendes la última etapa pero les haces correr a los corredores la antepenúltima y la penúltima. Yo me la grabé porque soy débil y un yonki y quién sabe si es la última carrera hasta julio o más allá, la grabé casi como para tener una reliquia, un anacronismo vital. Pero asumo que tendría que haber sido cancelada hace tres o cuatro días o más. De hecho, varios equipos anunciaron hace más de una semana que dejaban de correr por ahora Movistar, Jumbo, etc. y uno, el Bahrein, dejó la París-Niza en plena competición. Lo evidente es que el ciclismo tiene un problema serio, que empieza en los equipos y sigue en sus estructuras organizativas superiores y continúa en los organismos ciclistas a nivel internacional. Seres humanos jugándose el tipo en las carreteras, con equipos médicos a su disposición, mientras Francia sigue acumulando, como el resto de Europa, casos positivos, ingresados, fallecidos, estrés sanitario y esta mezcla de inquietud, miedo, estupor, negación de la realidad y confianza y tranquilidad ¿no pasan ustedes por todos esos estados de ánimo o mentales varias veces al día? Seguro que sí. Son los gladiadores del circo romano lanzados a pelearse entre ellos por un trozo de carne a pleno sol, posiblemente sin que les vaya a pasar nada, pero seguro que con la sensación transmitida de que es mucho más importante que el espectáculo continué que una situación de alarma general y los casos concretos de esas personas y quienes les acompañan. Luego vamos y les pedimos limpieza, que no haya dopaje, que no se hagan trampas y todo lo que haga falta. No sé, parece cuando menos contradictorio, viendo que se antepone el show a su salud. El mundo se hunde y nosotros pedaleamos.