pensaba hace unos días, en un foro de debate donde se presentaban interesantísimos proyectos empresariales liderados por numerosos emprendedores, que disponemos de jóvenes mejor formados y preparados que nunca, y que sin embargo o se ven obligados a emigrar o se ven arrojados a un contexto vital condicionado por la precariedad, derivada a su vez de una falta de expectativas profesionales que de facto está suponiendo que, tras la crisis, su proceso de emancipación vital y profesional se esté retrasando casi en diez años respecto a nuestra generación, la de los que tenemos ya 50 años para arriba, un grupo generacional que tal vez sin ser conscientes de ello ejercemos de facto una suerte de “tapón” que evita la emergencia de toda la potencialidad y el caudal de imaginación, de motivación y de innovación que atesoran nuestros jóvenes.
Ante este panorama, y sin caer en el desánimo o en la depresión, sin frenar su laboriosidad por tratar de salir adelante, muchos de ellos están optando por tomar su vida en sus propias manos: no seguir la trayectoria de otros, promover y provocar un cambio en la sociedad en que viven, buscando asentarse vitalmente y enriqueciendo con su vitalidad y fortaleza emprendedora a la propia sociedad vasca.
Me gustaría enviar un mensaje de ánimo, de apoyo y de admiración a todos aquellos (jóvenes y no tan jóvenes) que se lanzan a innovar, a emprender su propio negocio, a salir del gregarismo social, a revelarse frente a la inercia derrotista, a quienes creen que cabe cambiar un “orden natural” de las cosas, de sus inercias vitales, a quienes viven con la filosofía de que un fracaso, o varios, son al final el motor del progreso, el impulso de la empresa.
¿Importa el dinero? Claro que sí, pero en realidad el dinero no ha de ser lo más importante: las ideas, las iniciativas, las propuestas, la motivación, las ganas de salir adelante son lo verdaderamente relevante, lo determinante, la clave radica en la creación, en la originalidad. Emprender supone, al final, lanzarse al vacío sin saber volar y verse forzado a aprender a hacerlo antes de estrellarte. Debemos apoyar este futuro que ya es presente, esta generación de jóvenes que aporta frescura, ideas empresariales originales y audaces, innovadoras, que adaptan con enorme flexibilidad y agilidad su modelo de negocio a las cambiantes circunstancias del mercado en el que compiten, que portan y aportan valores sociales de compromiso, de responsabilidad, de disciplina, de solidaridad, de empatía con el débil, de respeto a los Derechos Humanos en el ejercicio del negocio, en la creencia de que las personas son el centro decisional dentro de una empresa, sus verdaderos protagonistas.
Talento, ideas, humildad, sana ambición... ¿Y suerte, es necesario un factor de buena suerte? Decía un famoso golfista, con tanta ironía vital como pedagogía, que no sabía por qué, pero cuánto más entrenaba más suerte tenía en el juego. Eso mismo ocurre con esta nueva generación de promotores de negocios y de industrias no solo ubicadas en el entorno de las TIC’S, empresarios y empresarias que son personas comprometidas, que viajan, se desplazan por el mundo, abren caminos desconocidos, afrontan retos con ilusión y tienen su reducto de “suerte” basado en los pilares de la pasión, la motivación, la innovación y la humildad, logrando así que el éxito no frene su laboriosidad.
Lo tienen complicado y sin embargo lo intentan, y con frecuencia triunfan con un modelo de empresa que emerge muchas veces desde los sótanos, los garajes de amigos en los que componen sus ilusiones y proyectos. Debemos apoyarles, el Gobierno debe lograr generar un ecosistema que permita un clima promotor de este tipo de iniciativas que no vende humo; al contrario, transforman sueños, ideas e ilusiones en realidades, crean riqueza social y enseñan, sin reproche a nuestra generación “taponadora” que hay que saber dejar paso a una nueva forma de concebir la vida, las relaciones laborales, la empresa, el concepto de negocio.
Para un joven inquieto una vida por delante con la secuencia de ocho horas diarias de trabajo, “chapar” y a casa es frustrante. Necesitamos personas formadas, motivadas, ilusionadas por el trabajo bien hecho, profesionales felices integrados en un proyecto empresarial que han de sentirlo como suyo, y donde se sientan importantes, protagonistas y conscientes de su relevancia en la empresa. En esta nueva fortaleza de las personas radica nuestro futuro colectivo como sociedad, merecen nuestro pleno ánimo y apoyo.