Los papas y don Giuliano
Cuentan que en los preparativos de una ceremonia de Concilio Vaticano II, ante el incesante trajín de sotanas negras, Sagasta, que estaba ensayando, se puso a tocar el “zezenak dira, bel-beltzak dira…”
Como no pretendo hastiar semanalmente al lector con diatribas políticas, aprovecho el fallecimiento del papa Francisco para recordar a uno de los grandes organistas del Vaticano, conocido en Roma como Don Giuliano, Il basco, tras décadas de estancia allá, pero que en realidad se llamaba Julián Sagasta Galdos (1914-2005). Natural del caserio Olatxo de Arrasate, ingresó muy joven en los Canónigos Regulares Lateranenses de Oñati, villa de donde era su madre. Se familiarizó ya con 11 años con el órgano recién instalado en la iglesia de la comunidad. La biografía del mondragoetarra se la debemos a José Antonio Azpiazu y al añorado Xabier Ugarte.
Sagasta ejerció durante décadas como organista titular de Santa María la Mayor de Roma, pero también tuvo el honor de interpretar infinidad de partituras ante cinco papas, desde Pio XII hasta Juan Pablo II. Actuó en la proclamación de Juan XXIII como Obispo de Roma; también en el acto de canonización de Pio X. Además, fue un enorme concertista que atraía a muchísima gente a sus audiciones. Narraba José María Ormaetxea que al terminar una liturgia que solemnizó con su órgano, Sagasta sorprendió a los presentes interpretando el “baxatoxak”. Resulta que se había enterado de que un coro de Arrasate de visita en Roma se encontraba en la celebración.
Fue también conocido como El Organista del Concilio Vaticano II. Cuentan que en los preparativos de una ceremonia de aquel encuentro ecuménico, ante el incesante trajín de sotanas negras, Sagasta, que estaba ensayando, se puso a tocar el “zezenak dira, bel-beltzak dira…”. Sorprendido, el ayudante que tenía a su lado para pasarle las partituras le preguntó qué pieza era aquella tan extraña. “Nada, son cosas mías”, le debió de contestar con socarronería. Nunca se supo si su acción respondía a una protesta íntima o fue un mero divertimento. Lo cierto es que la melodía que ameniza nuestras sokamuturras fue tecleada en aquella basílica por un vasco universal cuya memoria debemos preservar.