Los siglos VI, VII y VIII resultan especialmente enigmáticos y a la vez sugerentes en la historia de Vasconia. Pero ello ha dado lugar a teorías, leyendas y elaboraciones literarias tan diversas, por ejemplo, en relación con el surgimiento de reino de Pamplona, que cuatro siglos después sería llamado Navarra.

Pues bien, de las obras literarias y artísticas con respecto a este periodo, merece la pena la comparación entre la novela más famosa de Navarro Villoslada, titulada Amaya o los Vascos en el Siglo VIII, y el reciente filme de Paul Urkijo titulado Irati. Entre ambas obras existen paralelismos y también profundas diferencias.

Francisco Navarro Villoslada, nacido en Viana el 09/01/1818, fue un escritor prolífico que fue autor de una gran producción, en la que además de sus numerosísimos trabajos periodísticos, y también cantidad de producción poética, están los seriales y las tres novelas largas, tituladas Doña Blanca de Navarra, Doña Urraca de Castilla, y Amaya o los Vascos del Siglo VIII. Desde el punto de vista literario, es esta última obra la que dio gran fama a Navarro Villoslada y la que también ha tenido enorme efecto en la cultura literaria de Vasconia.

Paradójicamente, Navarro Villoslada, de familia liberal, empezó su trayectoria literaria con el drama Luchana en alabanza de una gesta militar de Espartero, en la primera guerra carlista. Más tarde, sin embargo, en la época de Carlos VII, ejerció de secretario, jefe de prensa y consejero de dicho pretendiente y ostentó también cargos de diputado. Trabajó en gran número de revistas y periódicos, y fue el director de El Pensamiento Español de Madrid, periódico de gran relevancia en los decenios 1870/80.

Desde 1840 Villoslada estuvo radicado en Madrid, con el paréntesis de tres años, entre 1849-1853, en que residió en Vitoria-Gasteiz, de donde era su esposa y en donde conoció a Agosti Chaho, predecesor y precursor de muchos movimientos vasquistas y abertzales. Chaho proporciono a Navarro Villoslada la nomenclatura que en la novela Amaya, que buena parte había inventada y cuyo enorme éxito se debe a dicha novela.

En Amaya, que no es propiamente una novela histórica, sino romántica, se mantiene la interpretación histórica de la reconquista y la cristianización, como impulso de la creación del reino de Pamplona-Navarra, mientras que la película Irati, supera tal concepción en favor de la interpretación más verídica históricamente de que el Reino de Pamplona Navarra surgió en el marco de las relaciones y luchas contra los francos, igual que siglos atrás con los visigodos y evidenciadas en las sucesivas batallas de Roncesvalles. La importancia de esta perspectiva la demuestran los debates, como el desarrollado por José Mª Jimeno Jurio y Pier Narvaitz de más de 30 años y con varios libros de por medio (¿Dónde tuvo lugar la batalla de Roncesvalles?, Orria, El Mito del Camino Alto de Roncesvalles…).

Lo cierto es que las noticias de los vascones de esos siglos provienen de los francos, carolingios y escritores latinos de la cristiandad o bien de los omeyas de Córdoba, emparentados, por cierto, con el linaje de los Enekos. Nadie plante que Carlo Magno hubiese podido quemar escritos en Pamplona al destruir la ciudad… Solamente nos quedan las interpretaciones tradicionales de la literatura oral, en leyendas y en el folklore, con mensajes crípticos y sugerentes. En el relato Errolanen Harria (Txalaparta, 1998) traté de reflejar la versión vasca de aquella victoria, que era antagónica de la Chanson de Roland; y en Eneko Aritzaren Hilobia (Autoedición, 2005) se fabula con la acción de un comando vasco-bereber dormido y que se reactiva por salvar y conservar el emblemático yacimiento de la plaza del Castillo, que era, a la vez, el solar vascón, termas romanas, maqbara musulmana y cementerio cristiano. La importancia –cultural, social, económica y política–, de aquel yacimiento hubiese sido enorme para el futuro de Navarra y de la convivencia cultural. Se sugiere la explicación del caso único de dos cementerios contiguos de religiones monoteístas en su pertenencia al mismo linaje de los Enekos, primero de obediencia omeya o musulmana, y luego, cristiana. Por desgracia, aquí en Navarra, en vez de conservadores, que cumplen con su función social, tuvimos y tenemos fatxas.

Eneko-Enekoitz, Enneco-Enneconis, o Wannaqo ibn Wannaqo, o sea, Iñigo hijo de Iñigo, conocido luego como Iñigo Arista –con la interpretación pseudo etimológica de Ximenez de Rada de cuatro siglos después, incluida– lo encontramos en textos francos u omeyas; pero en euskara, solo tenemos las leyendas y la mitología de transmisión oral. Y también infinidad de sitios y lugares de la historia, como los numerosos menhires y megalitos adheridas a la leyenda de piedra de Roldán o la tumba de Eneko Aritza en San Vitorian de tierras de Sobrarbe, tan mítica como su “fuero” citado en el fuero de Tudela y en el Fuero General de Navarra, pero que no existió.

Sin embargo, tanto en Amaya, como en Irati, se diseñan episodios literarios de confrontación religiosa entre las creencias y mitos antiguos por un lado y la emergente religión cristiana por otro. No es posible corroborar con datos históricos, aunque su expresión artística haya encandilado a escritores como Pío Baroja, Xabier Lete, etcétera, con personajes literarios como Jaun de Altzate, o con la incorporación de mitos universales como el del parricidio por celos, arraigado aquí en la leyenda de Aralar y Teodosio de Goñi, que Villoslada lo incrustó en su relato de Amaya.

El éxito social y cultural de Paul Urkijo con Irati está siendo indiscutible e importante; pero ello no debería enervar ni hacer olvidar la enorme importancia y transcendencia, que tuvo la novela Amaya, empezada a publicar, como serial, allá en 1876. El propio Arturo Campion publicó en 1902-03 en la revista La Avalancha de Pamplona otro serial laudatorio titulado Amaya, Estudio Crítico. Y años más tarde, Miguel de Unamuno, aunque luego mantendría actitudes retrógadas y reaccionarias con respecto al euskara, escribió que las dos novelas, que más le habían impactado en su juventud eran precisamente Amaya o los Vascos en el Siglo VIII de Villoslada y Blancos y Negros de Arturo Campion.

Sin duda, buena parte del éxito de los nombres de origen vasco –dentro y fuera de Vasconia– se debe a Amaya y al inspirador de su autor, Chaho. Seguramente por lo que ello significa, los mercenarios pseudo culturalistas del imperialismo celtibérico atacan con toda su saña a las leyendas y mitos vascos. Menuda cuadrilla de zarrapastreros los Jon Juaristi, Juan Aranzadi y ahora Fernando Aramburu y compañía, que son capaces de descubrir lo que es obvio y conocido; a saber, que la mitología y las leyendas y la literatura y el arte –el de aquí y el celtíbero y todos los demás– se inventan. ¡Patanes!

Bejondaiola Paul Urkixo! Eta gogoan dezagun Villosladaren Amaia!

Abogado